La confusa narrativa “En el mismo año que Colón descubría América…”, formulada por el historiador Frank Moya Pons en el capítulo once de su Manual de Historia Dominicana (1997), constituye una especie de mistificación textual basada en una categorización que aún no existía cuando el Almirante de la Mar Oceánica pisaba, invadiendo, el territorio de Guanahaní. De hecho, un absurdo repetitivo en nuestra historiografía y enseñanza, similar a la invasión haitiana de la República Dominicana, en 1822, cuando ésta todavía no había surgido como tal.

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En ese sentido, la abstracción América, en el contexto referido por el historiógrafo dominicano,  crea, forzosamente, un escenario preexistente al 12 de octubre de 1492, y, en consecuencia, novelesco o carente de presencia factual. Inadvertencia conceptual en la andana del tiempo histórico. Asimismo, luego de la designación, en 1507, de los predios conquistados con el nombre de América, ¿podríamos aún considerar el susodicho vocablo en cuanto a una realidad existente? Tampoco. Para Edmundo O’Gorman, historiador y filósofo mexicano, en  La Invención de América (1958), la crónica indiana del siglo XVI representa una prueba dramática no realmente de los sucesos históricos propios de la invasión, conquista y colonización del llamado “Nuevo Mundo”, sino, esencialmente, una interpretación de estos acontecimientos en materia de las fábulas y leyendas suministradas por los protagonistas o cronistas europeos.

Y es que el texto de marras, en el entramado sutil de las estructuras de la lengua, constituye “una violencia que ejercemos sobre las cosas” (Foucault) en la trama de las relaciones de poder o dominación. A este respecto, podríamos preguntarnos: ¿Existen narrativas totalmente verdaderas o sólo narrativas poderosas? Poderosas. ¿O acaso la naturaleza del significante es un juego indeterminado del significado? En absoluto. De ahí que el constructo América no sea, consciente o inconscientemente, una interpretación errónea, sino más bien el reflejo de toda una cosmovisión histórica encarnada en un acto verbal de factura ideológica. Así las cosas, el nexo entre la susodicha narrativa y la realidad real quedó rota en el marco de una “objetividad” espuria.

Bien visto el punto, América, en lugar de su nombre originario, Abya Yala,  encarna el significado de los hablantes conquistadores, quienes convirtieron el significado de los hablantes conquistados con relación a la tierra madura, en  tierra inmadura, a la tierra en florecimiento, en tierra infecunda, y a la tierra viva, en tierra muerta.

Luis Ernesto Mejía en Acento.com.do