(…) los límites de la literatura y el periodismo están dictados por la necesidad y la obligación moral que tienen los periodistas de narrar las historias conforme a una visión de la realidad la más cercana a lo que la inteligencia humana nos permite (Miguel Guerrero, Tocando fondo).
Cuando la Junta Directiva de la Academia Dominicana de la Lengua acogió la propuesta del suscrito, de celebrar un acto de reconocimiento al periodista y escritor Miguel Guerrero en atención a sus valiosos méritos intelectuales, le dirigí la siguiente comunicación al destacado comunicador dominicano en la que consignaba la razón del homenaje: “La Academia Dominicana de la Lengua, siguiendo el ejemplo de la Real Academia Española, de la que es corporación correspondiente en Santo Domingo, fomenta el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras y, en tal virtud, valora el valioso aporte que usted ha hecho mediante el concurso de la palabra en forma edificante y ejemplar. Su trayectoria intelectual, creativa y profesional es fruto de su formación académica, su vocación humanística y su sentido de edificación y servicio a favor del desarrollo cultural de nuestro pueblo. En atención al encomiable uso que usted hace de la lengua, sus valores personales y demás virtudes que le enaltecen, esta Academia le distingue con un Reconocimiento por sus valiosos méritos en el ejercicio de la palabra a través de la comunicación, la historia y el periodismo”.
Muchas personas, entre las cuales sobresale Miguel Guerrero (1), realizan una labor de cara a la sociedad mediante una tarea que imprime una huella fecunda, positiva y edificante en la conciencia nacional. El saber de la palabra, centrado en el sentido y el bien común, revela que la de Miguel Guerrero es una cosmovisión humanizante cifrada en la realidad social, política y económica del pueblo dominicano, fragua y motor de sus apelaciones entrañables.
Las manifestaciones nefastas de la realidad social mueven la inteligencia y la sensibilidad de este acucioso periodista, a quien le duele nuestro pueblo, con un dolor sincero, sentido de tal manera que su conciencia se sacude y se encabrita. No es extraño que dedique su libro Tocando fondo al pueblo dominicano con este singular epígrafe: “Al pueblo dominicano, espectador indefenso de su propia tragedia”.
Múltiples temas, conflictos y problemas de la realidad histórica, social, económica, política y cultural de nuestro pueblo y de nuestro tiempo han llamado la atención de Miguel Guerrero, quien no sólo enfoca la vertiente conflictiva, sino que ausculta las raíces de los males que analiza y su enfoque aporta, desde su particular estimativa, propuestas de solución o sugerencias pertinentes, orientadoras y rectificadoras: “En la República Dominicana, como en toda la América Latina, las fallas del sistema de libre empresa no se derivan exclusivamente del injerencismo estatal, por mucho que éste haya entorpecido en el transcurso de los años su desarrollo y crecimiento. Los defectos de nuestro muy peculiar régimen de libre mercado se deben también y, en gran medida, al propio sector privado. Responden a los predominios de grupos, a los oligopolios y las castas empresariales que han explotado hasta la saciedad el paternalismo estatal, invocando para su provecho la intervención del gobierno en la economía, a sabiendas de que muchas veces los privilegios trabajan en contra del propio sistema y de las oportunidades de los demás. La teoría de la capacidad instalada, señalada tantas veces como una razón de la poca funcionalidad o de la presunta inexistencia de libertad empresarial, ha sido siempre esgrimida no precisamente por el Estado, sino por grupos empresariales para evitar de esta forma la competencia y preservar irritantes concesiones. ¿Cuándo esas concesiones se reflejaron en el mercado, ya sea mediante un mejoramiento de los precios y la calidad de los productos o mediante un incremento de la oferta? (2).
Cuando Miguel Guerrero analiza un hecho da a conocer el trasfondo social y conceptual, penetra en la intimidad de escenas y ambientes y aprecia detalles que perfilan el contorno y el dintorno de una situación, lo que revela su penetrante agudeza, su instinto descriptivo y su fidelidad al marco ambiental y la realidad sociocultural de su relato: “La carta que enviara Herrera Báez a Trujillo contenía una amplia evaluación de la marcha de los trabajos de la reunión de cancilleres americanos y era, en el fondo, un intento de poner al Generalísimo en condiciones de analizar las posibilidades que pudieran surgir de ella. Cumplía con el rigor de la adulación oficial y llamaba a Trujillo “querido jefe”. Sin embargo, constituía en muchos aspectos un análisis serio que no intentaba ocultar la realidad a qué debía hacer frente el régimen trujillista en un escenario eventualmente adverso. Desde la óptica, bastante adjetiva, con que la delegación dominicana percibía el curso de la reunión, Herrera Báez informaba al dictador que “aunque se ha hablado mucho de la democracia y de los derechos humanos, la intención dominante de los discursos (habían intervenido ya 15 ministros), entre ellos muy significativamente el del secretario de Estado (Christian) Herter, ha sido la no intervención” (3).
Miguel Guerrero es un narrador con un conocimiento de las técnicas de la narración. Al enfocar el objeto de su atención asume cada detalle con rigor y precisión, al tiempo que da cuenta del impacto emocional que un suceso o un percance ejerce en la sensibilidad de los protagonistas de la acción: “Sudando copiosamente por el calor y la creciente excitación, Villeta introdujo la punta de la barra en la cerradura del maletero y violó de un golpe la tapa. Esta se abrió con un ruido seco y los dos oficiales de seguridad encontraron el cuerpo sangrante de Trujillo retorcido dentro del baúl del automóvil. El rostro, bañado en sangre, estaba desfigurado. Villeta sintió que un nudo se le hacía en la garganta. La fuerte conmoción que le produjo la visión de aquel hombre sin vida, tirado como un fardo en la maletera de aquel automóvil, estuvo a punto de hacerle desfallecer (4).
A su instinto de narrador y periodista, Miguel Guerrero aúna su conocimiento de la realidad sociográfica dominicana a través de la cual escudriña diversas facetas de tipo social, político, idiomático y conductual, logrando un acabado perfil de hechos, personajes y ambientes con la descripción elocuente de una destreza narrativa: “Alzando la voz e infundiéndole el mayor tono de autoridad posible, Rodríguez Echavarría arengó a la tropa diciéndoles que Ramfis se había ido y que sus tíos, Negro y Petán, en complicidad con otros generales, intentaban dar un golpe de Estado para derrocar al presidente Balaguer y asesinar a los líderes de la oposición. El deber de los militares era evitar que esa tragedia, que desataría un baño de sangre, se consumara. En esta hora suprema esperaba que los hombres bajo su mando cumplieran con su responsabilidad como soldados de la patria y siguieran sus pasos. Un silencio de muerte domina la situación. Cuando se retira, empuñando su ametralladora de mano sobada, el general siente un sudor frío recorrerle la espalda, temeroso de un disparo a traición. Controlando sus propias angustias, sus pasos son cortos pero firmes y lleva el pecho erguido como corresponde a un general en la guerra. Cuando traspasa el umbral del edificio de oficinas de la comandancia de la base, en dirección a su despacho, siente que es dueño de la situación y que los oficiales y soldados de puesto en la base, están dispuestos a seguirle. El momento más difícil ha pasado, aunque todavía debe superar otros peligros” (5).
Las historias que Miguel Guerrero narra con fluidez expresiva, estilo ágil y fluyente y precisión anecdótica se leen como novelas en virtud del dominio del lenguaje, de tal forma que la pulcritud de su expresión, cualidades que caracterizan la prosa narrativa de este destacado comunicador, realzan el contenido de sus escritos. Sus escenas revelan, como un fotograma epocal, los rasgos peculiares de situaciones y peripecias: “La matanza provocó una repentina y furiosa ola de indignación en toda la ciudad. Los comercios cerraron sus puertas en señal de protesta, algunos, y por miedo a las turbas, la mayoría. A su paso, las multitudes rompían e incendiaban cuanto estuviera a su alcance. Automóviles y autobuses, privados y oficiales, fueron destrozados y devorados por las llamas. En la parte alta de la ciudad, jóvenes estudiantes lanzaron cocteles molotov contra patrullas policiales y locales comerciales. Una escuela y un teatro, el Olimpia, ubicado en la Palo Hincado, a dos cuadras del escenario de los graves acontecimientos de esa tarde, fueron asaltados e incendiados por las multitudes enfurecidas. La destrucción del Olimpia daba a aquellas escenas un dramático simbolismo. La resistencia popular en aquel día fatídico y sangriento sintetizaba las ansias de libertad de un pueblo sojuzgado hasta hace poco por más de tres décadas de tiranía trujillista. El teatro era propiedad de una familia allegada a los Trujillo. En cierta forma, con su destrucción se daba rienda suelta al odio acumulado durante años de esclavitud y sufrimiento” (6).
En todos los libros de Miguel Guerrero confluyen el dato testimonial del periodista, la visión objetiva del historiador y la penetración intuitiva del narrador en un relato que da cuenta de la correspondencia de manifestaciones variopintas de una realidad social, política y cultural, como la dominicana, que ha tenido para este eminente periodista una cantera de apelaciones y verdades que registra su pluma con el aporte de su interpretación: “La erguida figura del Presidente se alzó por encima de la multitud que llenaba la plaza. De todo el país llegaba todavía gente para ser testigo de esta cita con la historia. Cientos de ellos estaban allí desde el amanecer, hambrientos, mostrando sin tapujos sus harapos. Bajo sus pasos, yendo desordenadamente de un lugar a otro, no quedaba nada de los descuidados pastos y jardines del Centro de los Héroes, la antigua Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre. En esos mismos predios, ocho años atrás, el dictador Rafael Leonidas Trujillo había fastuosamente conmemorado el cuarto de siglo de su ascenso al Poder. Eran sólo ocho años de distancia; un suspiro en la vida de una nación. Pero allí, en medio del sofocante calor, acentuado por los fulgurantes rayos del sol del mediodía, bajo un cielo despejado de azul brillante, se iniciaba una nueva época” (7).
Al estudiar a Joaquín Balaguer durante una de sus intervenciones públicas desde el Palacio Nacional, este valioso intérprete de los hechos eminentes de nuestra historia, tiene el don de aquilatar el talante de un jefe del Estado en la hora crucial de una de las crisis dominicanas más espectaculares, como la que vivió el país a raíz de las elecciones presidenciales de 1978. Al respecto, el destacado autor de Al borde del caos, enfoca, ausculta y expresa el interior del ilustre protagonista de su lupa bajo la mira de la expectación nacional: “El timbre ronco de su voz se entremezclaba con gestos adustos y severos. Su reconocida habilidad de tribuno se exponía ante la nación en toda su magnitud y destreza. Todo un pueblo seguía por los aparatos de radio y televisión con una curiosa combinación de sentimientos múltiples, entre la fascinación que producían sus movimientos y palabras y la expectación reinante. Era una vez más el hombre adiestrado para desempeñarse en las situaciones más difíciles y escabrosas. Los escenarios en que usualmente solía superar a sus adversarios, a base a su ilimitada habilidad, paciencia y tenacidad, estaban listos y a su disposición. Alguna veta inagotable de adrenalina tenía que estar surcando las venas de ese hombre sentado en su escritorio, alzando de pronto la voz para enfatizar su indignación y modulándola otras veces en registros graves, para apelar a los sentimientos de solidaridad de un pueblo inclinado siempre a ceder a esta clase de exhortaciones dramáticas. Allí, ante lo que parecía casi el final de su excitante y exitosa carrera, al borde de una nueva caída, en lo que podría ser el ocaso de su vida política a sus 72 años, aún ciego, las dotes histriónicas de este hombre singular se exhibían en todo su magnífico esplendor. En definitiva, estaba ante una de sus mejores actuaciones” (8).
El temple moral que pauta la cosmovisión de Miguel Guerrero subyace en cada uno de sus trabajos periodísticos y en cada uno de sus recuentos históricos sugiere, como una manera deíctica y didáctica de señalar la ruta correcta, la enmienda pertinente o el ideal de una acción paradigmática. Entre tantas posibles ilustraciones de sus ensayos y artículos, el siguiente pasaje revela el hilo conductor del pensamiento de un hombre preocupado por el destino dominicano: “En este país pobre, lleno de necesidades de toda índole, los partidos se dan el lujo de gastar cientos de millones de pesos en campañas y actividades proselitistas sin que nadie les pueda pedir cuentas de cuánto gastan o de dónde provienen esos fondos. Con el inicio de cada campaña electoral, los dominicanos sufrirán como en efecto sufrieron, sin poder hacer nada para evitarlo, el tradicional uso de los recursos públicos en labores partidistas y en perjuicio de grandes prioridades nacionales. Si el Gobierno quiere más dinero, que grave la actividad política o establezca impuestos a la corrupción. De seguro que con esto último pagaría la deuda externa” (9).
Ninguno de los acontecimientos que han gravitado en nuestra historia contemporánea ha escapado a la atención escrutadora de Miguel Guerrero, sin duda nuestro más importante analista visionario de apologías y sucesos. La historia política dominicana del siglo XX ha sido registrada, analizada e interpretada por este singular hombre de letras que entrecruza en sus escritos varios géneros literarios, como la historiografía, la narración literaria y el periodismo. En su trabajo literario aprecio el rigor metodológico de su enfoque, la objetividad de su registro, la autenticidad de su documentación, la calidad de su prosa discursiva y la profesionalidad de su valoración, al tiempo que se constituye en una valiosa fuente de consulta para el conocimiento de la historia contemporánea, dominicana y extranjera.
Contra clichés o corrientes malsanas de idealismos aberrantes, Miguel Guerrero optó por los valores universales que se inspiran en los principios clásicos de la verdad, la libertad y el orden, como atributos humanizadores inexorables para el desarrollo armonioso del individuo en una sociedad justa, libre y recta. Para nuestro periodista, la palabra tiene la indeclinable misión de enaltecer la condición humana, propiciar la comprensión y contribuir al bien común.
El conocimiento de la historia permite edificar el futuro. Guerrero no sólo se siente responsable del presente sino también del porvenir, razón por la cual acude al pasado para inferir y aprovechar lo que dio sustancia y cohesión a la vida de nuestros mayores cuya trayectoria asume como modelo, recrea como orientación y plantea como objetivo.
Tiene Miguel Guerrero la singular virtud intelectual de capturar la connotación esencial de lo existente mediante la cual privilegia la dimensión valedera de las cosas, en atención al principio intuitivo de que lo más importante a menudo no se ve, ya que subyace en la base de hechos, fenómenos y cosas. En tal sentido, sus relatos históricos, sus narraciones periodísticas y sus comentarios por radio o televisión, narrados con el testimonio vivencial al que endosa el aliento emocional y el concepto reflexivo, reflejan el sello de tu talento intelectual y el carisma de su talante comunicativo.
El sentido de la dignidad, el concepto del respeto y la vocación de libertad alientan el pensamiento y la cosmovisión de Miguel Guerrero. Formado en un hogar regido bajo los principios del trabajo honesto, el decoro personal y el criterio moral, este ardoroso defensor de los ideales y virtudes que fundan la dimensión humanizante de la sociedad, ha hecho de la honradez intelectual el faro de una vida digna, creativa y luminosa. Fe y arrojo, tesón y entusiasmo, verdad y armonía, valores son de su encomiable consagración y entrega a la misión que ha cumplimentado con su conducta y con su obra.
A pesar del profundo drama familiar, social y nacional, el ilustre hijo de Luis Manuel Guerrero y Esthervina Sánchez supo encauzar el derrotero de un talento acrisolado en el amor a la verdad y el cultivo de la dignidad, la confraternidad y el bien. Cuando leí El mundo que quedó atrás, una de las obras memorables de Miguel Guerrero, evoqué El mundo de ayer, de Stefan Zweig, con sus graves reflexiones sobre la naturaleza humana y su honda estimación de la educación hogareña, para enaltecimiento de lo que registra esta historia novelada del autor que hoy reconocemos y exaltamos. Los pasajes impregnados de profundas cavilaciones sobre el acontecer del mundo y sobre el discurrir dominicano, se enriquecen con pertinentes referencias personales y familiares, con las que nuestro escritor asume el pasado como manadero de supervivencia de un comportamiento colectivo. Lo que una vez acontece, vuelve a repetirse, enseña el mito: “Cuando mi padre murió, aquella triste y plomiza tarde de mayo, lo que proporcionó el valor necesario para soportar la tragedia enorme que se abatía sobre nosotros, no fue más que la inmensa sensación de pequeñez que de mí mismo y de mis hermanos, reflejó su muerte. La verdadera grandeza de su existencia estaba, no en sus muchos logros personales, mezclados con similares tropiezos y desencantos que hicieron de su vida una extraña conjugación de éxitos y fracasos que terminaron por abatirle cuando ya le faltaban fuerzas físicas para enfrentar las tempestades, sino en la sencillez de su corazón y su increíble percepción para captar la esencia pura de la existencia humana en la más intrascendente de las escenas cotidianas. Tras su expresión adusta y severa flotaba un corazón tan dulce y transparente como la miel. Había luchado contra viento y marea y confrontado las peores vicisitudes en la formación de la más grande y exitosa de sus empresas personales, que era su familia y, sin embargo, había logrado proteger las fibras esenciales de su corazón, al punto de poder encenderse interiormente ante el esplendor de una naciente flor o las lágrimas de un niño hambriento. Era allí donde residía su verdadera naturaleza y de donde yo extraje, desgraciadamente en la etapa final de su vida, los elementos fundamentales del amor y la admiración que la muerte y el tiempo no han logrado disminuir” (10).
Desde que Aristóteles diferenció la verdad histórica de la verdad poética, podemos hablar de verdades de hechos y verdades de juicio, que Miguel Guerrero tiene bien claro al escribir o comentar sus narraciones periodísticas o históricas. Si la verdad histórica se fundamenta en la existencia fidedigna de lo que sucedió, la verdad de hecho ha de tener una indisputable objetividad, compartida por cuantos la captan y valoran. De igual modo, si la verdad poética se funda en la experiencia intuitiva del observador, la verdad de juicio tiene una dimensión personal con especial encanto para el sujeto que la descubre y experimenta, aunque a menudo compartimos las grandes verdades poéticas por su contenido revelador y trascendente.
La relación novelada de la historia, inspirada en la verdad histórica, si no pierde el esplendor inobjetable de los acontecimientos ni tuerce la realidad contundente de las cosas, que es la fuente de la verdad, cuando se narra con verismo y propiedad, aderezado con el acento emocional que atiza la relación de hechos y vivencias, como revelan los escritos de Miguel Guerrero, entonces tiene doble valor y doble encanto, porque hallamos la conjunción de la verdad histórica con el aporte de la verdad poética. Miguel Guerrero ha sabido articular a su testimonio narrativo conceptos, intuiciones y emociones mediante la ponderación de hechos a los que suma, en su relato fluyente y ameno, el entusiasmo de una persuasión entrañable. Nuestro narrador combina, como lo hiciera en el pasado Emilio Rodríguez Demorizi y en el presente Federico Henríquez Gratereaux, la percepción real de hechos y circunstancias con la dimensión conceptual de su estimación interpretativa y el encanto estilístico del aliento expresivo, cualidades literarias que asigna a sus relatos la gracia de leerse como novela, como acertadamente dijera Marcio Veloz Maggiolo de los relatos autobiográficos de Francisco Moscoso Puello.
El relato testimonial de El mundo que quedó atrás da cuenta de la vida familiar, la experiencia de la infancia y el desarrollo personal de Miguel Guerrero en condiciones adversas con el trasfondo social, histórico, económico y político de una dura etapa de nuestra historia nacional e internacional. Se trata de una historia que compartimos los integrantes de la generación de Miguel Guerrero. Lo que narra esta magnífica obra, en parte autobiográfica y en parte histórica y periodística, lo hemos experimentado la mayoría de los dominicanos que crecimos en un ambiente de pobreza y atraso, signado por unas condiciones sociales y políticas deprimentes, pero con una carga de valores, motivaciones y actitudes dignificantes y encomiables.
A Miguel Guerrero lo mueve y entusiasma el sentido de la historia y el destino del país. Los hechos implican al hombre y el hombre conduce la historia. A través de la exploración de los hechos que vertebran la historia, pasada o presente, el sociógrafo que hay en Miguel Guerrero ausculta la fuerza interior que perfila el comportamiento colectivo. Y sugiere lo que rectifica y encauza.
El cultivo de los valores humanos inherentes a su pleno desarrollo en consonancia con el sueño de medrar en libertad, es no sólo signo de una aspiración genuina, sino índice de un anhelo insoslayable que cifra una de las profundas apelaciones de la condición humana. La fe en el destino de nuestro pueblo, enraizado en principios cristianos, con un cauce propicio al desarrollo de nuestras inclinaciones materiales y culturales constituye la tríada orientadora de Miguel Guerrero.
Esta obra de nuestro admirado periodista y escritor plasma estos atributos:
- Valoración del temple emocional, la gallardía interior y la dignidad de una vida centrada en el trabajo honrado, el amor a la familia y el respeto a los valores de la tradición, rasgos y virtudes que el autor descubrió en el comportamiento de su padre, a quien amó entrañablemente (11). La impronta emocional y espiritual que su padre ejerció en su sensibilidad la revela Miguel Guerrero en el siguiente pasaje: “Con todo y que logró lo que quería, papá se marchó triste. Le atormentaba la idea de no haber dejado nada, pero nos dejó mucho. Nos quedaron sus recuerdos. Aquellos, por ejemplo, de su regreso a casa tarde en la noche, abatido por el cansancio y tiznado de carbón, con apenas unos pesos para las necesidades de la jornada siguiente. Eran días inciertos en que su orgullo de hierro le había hecho abandonar la comodidad de un buen empleo. Siempre me pareció que había tanta dignidad en sus fracasos como en sus triunfos. Y durante las crisis hogareñas provocadas casi siempre por la escasez parecía más cerca de sí mismo que en ningún otro momento. Es esa parte de su vida, marcada tanto por la fatalidad, lo que le hace ante mí inconmensurable (12).
- Aplicación de la dimensión entrañable, afectiva y espiritual, en el relato de fenómenos y acontecimientos. En su narración fluye, redivivo y elocuente, un aliento de ternura y piedad que recubre los sucesos dramáticos del acontecer viviente. El discurso narrativo de Miguel Guerrero establece un vínculo fecundo entre la materia de sus relatos, el sujeto que ejecuta y la persona dramática que observa y cuenta, al tiempo que relata una historia o ausculta un suceso para revelar la dimensión interior, el acento emocional o el rasgo que humaniza el acontecer de lo existente: “Había en el aire una dulzura que suavizaba los frágiles colores de flores marchitas y la hierba apenas crecía entre el áspero suelo lleno de piedras. Una voz suave, llena de emoción, entrecortada, decía la piadosa oración que tantas veces había quebrado el silencio de aquella vastedad donde lo habíamos llevado descansar: “Jehová es mi pastor, nada me faltará…”. Dejé el auto al final de la hilera y cruzando entre relucientes mausoleos y tumbas tempranamente olvidadas, acorté camino. La voz se oía ahora ronca: “En lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas del reposo me pastoreará” (13).
- Convicción de que el pasado, con los hechos que cohesionan la sustancia de la historia, es el vínculo que nos ata a una familia, una cultura y un pueblo. La concepción de que la historia encarna la sustancia que el tiempo prolonga en hechos, vivencias y personas, ha sido la base de una vida fundada en los valores, principios e ideales que una existencia, digna y ejemplar, auspicia y alienta: “Yo hubiera sucumbido al poder de su pobre oratoria, si el ejemplo de mi padre no hubiera proyectado antes sobre mí una imagen protectora del pasado que él representaba y que aquel melenudo desaliñado compañero de aula desdeñaba tanto. Una fuerza interior me hacía rechazar a José Alcibíades. Cuando hablaba, su voz altisonante me parecía una amenaza sobre aquello que entonces, como ahora, constituía parte del valor de mi existencia” (14).
- Capacidad reflexiva para rectificar, mediante una correcta toma de conciencia, el derrotero de la propia vida y conducta. Con una firme convicción ideológica, Miguel Guerrero tuvo el arrojo y la dignidad de no transigir ante lo que estimaba descabellado y mucho menos cejar ante lo que apreciaba contraproducente y desatinado, en una etapa en que el terror verbal manipulaba voluntades y conciencias para controlar el pensamiento y la adhesión de los incautos. Nunca Miguel Guerrero claudicó ante presiones tramposas, actitudes subalternas y propuestas mezquinas, haciendo del comportamiento recto y los principios coherentes el fundamento de su ejercicio intelectual: “Elogiaban los vientos de reforma y pregonaban la necesidad inexorable, como la marcha del tiempo, de un cambio social para imponer la justicia, que con sus largas ausencias de las aulas ellos, probablemente contribuían a postergar. Habíamos supuestamente dado un paso hacia adelante en la construcción de una sociedad nueva. Aunque la dedicación de los representantes del nuevo orden universitario, tendían a confundirnos. La situación me invitó a pensar. Y con este esfuerzo descubrí realmente cuál era el camino que me indicaba la conciencia. De manera que mis críticas tenían una sólida base de conocimiento” (15).
- Ponderación y defensa del cultivo de los valores que fundan la esencia de nuestra cultura, arraigada en la libertad individual, la tradición familiar, las creencias religiosas y otras expresiones conceptuales y axiológicas de nuestra idiosincrasia social, psicológica y antropológica en el marco de la vida democrática y la cultura de Occidente: “Un funcionario honesto, un gobierno inspirado en el bien común, no merecen más reconocimiento y aplauso que el de sus propias conciencias. Un padre consciente de su deber para con su prole no debe siquiera esperar reciprocidad de ésta. La vida es un ciclo que se repite sin cesar. Los hijos de un buen padre serán más tarde a su vez buenos padres y éste debe ser el reconocimiento justo e ideal de la lección que obtuvieron de sus progenitores” (16).
La publicación de artículos, estudios y ensayos como los que escribe Miguel Guerrero, al tiempo que testimonia lo que acontece en su tiempo, aporta a la sociedad una radiografía de la historia viva y palpitante, con los protagonistas que la ejecutan, los ideales que la motorizan y el trasfondo conceptual que conforma el cuadro social con la visión correspondiente a su idea del mundo y de la historia.
Como destacado usuario de la palabra, Miguel Guerrero se distingue por su expresión gentil y su acrisolado verbo. Entre otros rasgos revela:
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El rigor conceptual de su lenguaje, manejado con pulcritud.
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La forma correcta de su expresión, canalizada con elegancia.
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La actitud de decencia y respeto con que examina los hechos.
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El sentido ético de su lenguaje cuando habla, escucha y escribe.
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La valoración justa y atinada de los hechos que atraen su atención.
Miguel Guerrero actúa y procede desde la palabra, con la palabra, por la palabra, bajo palabra. Ha desentrañado el sentido de actuaciones y ocurrencias. Ha canalizado su cosmovisión axiológica, intelectual y espiritual desde su peculiar estimativa de las cosas con un criterio de verdad y honestidad mediante el cual proyecta el sentido que las cosas sugieren en función del destino ideal de lo humano. Desde Heráclito de Éfeso los pensadores presocráticos de la antigua Grecia sabían que la palabra, como energía interior de la conciencia, encarna el principio espiritual que funda la percepción genuina y verdadera de las cosas.
En virtud de su sensibilidad noética, Miguel Guerrero procura en lo que escribe y habla, la expresión de la verdad, la rectitud, el orden, el respeto y el bien. Del vocablo griego [noesis], ‘fundamento conceptual’, creamos el derivado español noético, que pauta la dimensión interior y trascendente de las cosas. La sensibilidad noética auspicia la actitud reflexiva que alienta la valoración de lo existente, diferente de la sensibilidad poética, que despierta la actitud contemplativa para la valoración de la visión estética de lo viviente. La primera brinda la visión conceptual de lo existente, mientras que la segunda revela la visión intuitiva de lo que sucede en la vida.
La poesía procura la revelación estética de la realidad, no la simple reproducción o valoración de lo existente. Se trata de una pauta inveterada que viene de la tradición y que tiene una aceptación universal en virtud del concepto originario de poiesis, que significa ‘creación’, como concebían los antiguos griegos al acto creador de la palabra. Por tanto, aún cuando la persona lírica se nutre de la realidad real mediante intuiciones y percepciones sensoriales, el poeta no es un fotógrafo de lo real sino un creador que, al asumir esta o aquella referencia, la transmuta con el lenguaje de la imagen y la expresión simbólica para abordar la sustancia con la que conforma la realidad estética, ámbito ideal de la intuición creadora.
El sujeto reflexivo que hay en Miguel Guerrero enfoca la dimensión conceptual o ideal de lo existente para encauzar su percepción y su valoración desde la impronta de la verdad que los hechos y las cosas imprimen en su conciencia. Con su enfoque racional, objetivo y pragmático en función del desarrollo de las inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, Miguel Guerrero ha trazado una línea de creación que asume la sustancia de lo que sucede para señalar la verdad, la belleza y el bien, tríada clásica de la sabiduría universal.
Miguel Guerrero ha sido fiel a su pensamiento, su intuición y su sensibilidad. Con su palabra, su creación y su conducta, ha enseñado que, si se mira correctamente, ha de haber una cabal adecuación entre el ideario y la acción. Su prédica ha sido consecuente con el concepto de que, si se comulga con el sistema capitalista, se ha de compartir y defender la democracia, para una pertinente adecuación a los principios del sistema político y económico que le es afín, ya que es contraproducente tener una prédica de izquierda y un comportamiento de derecha, o defender los ideales de la revolución marxista y disfrutar las vacaciones en Miami. El ejemplo que ha dado Miguel Guerrero, de coherencia entre verdad y vida, entre creencia y conducta, ha sido el lábaro sagrado que su palabra ha enarbolado con admirable cohesión y compenetración intelectual, emocional, moral, imaginativa y espiritual.
Así como en el plano internacional hubo valiosos intelectuales y escritores que durante el período de la Guerra Fría asumieron una postura firme y resuelta contra el peligro y la opresión del sistema comunista, destacándose Karol Wojtyla en Polonia (luego, como Juan Pablo II desde la Cátedra de Roma), Salvador de Madariaga en España, Jorge Luis Borges en Argentina, Germán Arciniegas en Colombia, Arturo Uslar Pietri en Venezuela, Octavio Paz en México y Mario Vargas Llosa en Perú, entre otros valiosos escritores, intelectuales y periodistas, así también en nuestro país surgieron voces autorizadas y contundentes de escritores y periodistas que tuvieron la visión y el coraje de testimoniar su defensa de los valores democráticos y los principios esenciales de nuestra cultura, como Max Henríquez Ureña, Mario Bobea Billini, Antonio Fernández Spencer, Manuel Rueda, Federico Henríquez Gratereaux, Adriano Miguel Tejada y, desde luego, la más rotunda y tenaz en la pluma gallarda y encendida de Miguel Guerrero.
Miguel Guerrero habla y escribe con la convicción que le da su autoridad moral y la firmeza que le brinda su vocación patriótica, su ideal humanizante y su amor por los valores de nuestro pueblo. Prudente, respetuoso y cordial, Miguel Guerrero valora el poder de la palabra y cultiva el sentido de la verdad como índice y expresión de sus apelaciones entrañables.
La Academia Dominicana de la Lengua, que vela por la integridad de la palabra y el buen uso del lenguaje, observa a los usuarios del idioma y, como tiene la autoridad institucional para advertir sobre formas viciadas o erradas de la expresión, también tiene también la autoridad moral para reconocer a los hablantes ejemplares, como Miguel Guerrero, en cuyo verbo fluye, redivivo y elocuente, el sentido del honor y la verdad, con la dimensión ética y humanizante de una actitud digna y encomiable que lo distingue y enaltece.
El criterio de que una fuerza oculta nos identifica como pueblo forma parte de la convicción intelectual y espiritual de un hombre que ha hecho del cultivo de la palabra un ejercicio edificante y ejemplar. Ese hombre es Miguel Guerrero, voz y conciencia del alma nacional.
Bruno Rosario Candelier
Movimiento Interiorista del Ateneo Insular
Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz
Lajas de La Torre, La Vega, 27 de agosto de 2022.
Notas:
- Miguel Guerrero nació en Barahona, República Dominicana, el 29 de septiembre de 1945. Comunicador, historiador y periodista, ha publicado los siguientes libros: En la tierra prometida, La generación de mis padres, Enero de 1962, La lucha inevitable, Los últimos días de la Era de Trujillo, El golpe de Estado, La ira del Tirano, Trujillo y los héroes de junio, Al borde del caos y El mundo que quedó atrás. Varias veces galardonado por el aporte de su trabajo de investigación histórica, obtuvo el Premio Nacional de Historia y el Premio “Eduardo León Jimenes”, entre otros galardones literarios.
- Miguel Guerrero, La lucha inevitable, Santo Domingo, Editorial Corripio, 1990, pp. 146-147.
- Miguel Guerrero, Trujillo y los héroes de junio, Santo Domingo, Corripio, 1996, p. 227.
- Miguel Guerrero, La ira del Tirano, Santo Domingo, Corripio, 1994, p. 235.
- Miguel Guerrero, Los últimos días de la Era de Trujillo, Santo Domingo, Corripio, 1995, p. 173.
- Miguel Guerrero, Enero de 1962: ¡El despertar dominicano!, Santo Domingo, Mograf, 1991, p. 146.
- Miguel Guerrero, El golpe de Estado: Historia del derrocamiento de Juan Bosch, Corripio, 1993, p. 11.
- Miguel Guerrero, Al borde del caos, Santo Domingo, Corripio, 1999, p. 119.
- Miguel Guerrero, Tocando fondo: La crisis dominicana de 2003, Santo Domingo, Corripio, 2006, p. 22.
- Miguel Guerrero, El mundo que quedó atrás, Santo Domingo, Editorial Corripio, 2002, pp.18-19.
- Grandes creadores han revelado el amor que han sentido por su padre, como Juan Pablo II, conforme el pasaje que cito: “Mi padre era admirable y casi todos mis recuerdos de infancia y adolescencia se refieren a él. Los violentos golpes que tuvo que soportar abrieron en él una profunda espiritualidad y su dolor se hacía oración”. En Bogdan Piotrowski, Mousiké, Bogotá, Universidad de La Sabana, 2008, p. 15.
- Miguel Guerrero, El mundo que quedó atrás, citado, p. 27.
- Miguel Guerrero, El mundo que quedó atrás, p. 30.
- Miguel Guerrero, El mundo que quedó atrás, p. 100.
- Miguel Guerrero, El mundo que quedó atrás, pp. 186-187.
- Miguel Guerrero, El mundo que quedó atrás, p. 288.