Ok. Ok. Ok. Un montón de ideas muy serias se agolpan en mi intelecto al leer estos poemas de Enmanuelle Taveras.
Y sorpresas dulces han sido para mi estos versos, ante el escepticismo con el que siempre abordo el arte de los jóvenes actuales y las modas artísticas contemporáneas. Revelaciones y referentes de prestigio me asaltan desde ellos.
Confieso mis prejuicios. Pensé que iba a encontrarme con otra “poesía bulto” una más, de esa poesía que anda por ahí de moda, dando puestos y cabida a tanta gente ociosa en el devaluado parnaso de estos tiempos líquidos en que para ser escritor y artista basta tan solo con declararse en ello y que nos haga caso cualquier atorrante: un “comunicador del tres al cuarto, un “YouTuber” un influencer animador, creador de contenidos basura, un amante adúltero, un adulador de oficio o algún irresponsable amigo de lo fácil.
Me equivoqué, que bueno. Gracias a Dios todavía tiene vigencia la posibilidad de equivocarse uno en estas cosas. Bien, bien, bien, bien.
Leyendo esta poesía de Enmanuelle mi cabeza púsose a decir okey y bien sin que yo la mandara a que lo hiciera. Lo primero a destacar aquí es el correcto uso del lenguaje como instrumento básico de toda acción comunicativa, de la literatura en especial y en particular.
El lenguaje en la poesía ha de estar construido- para que valga a estos fines- en base al factor connotativo inédito- quiero matizar- más que al denotativo convencional.
Aunque puede que en ese caso se de la siguiente paradoja: puede que lo connotativo o sea el lenguaje metafórico denote más que el denotativo, per se.
Tal parece que mientras lo denotativo, solo denota, lo connotativo realiza ambas funciones, denota y connota, por consiguiente, dejando de ser lenguaje, solo literal, se vuelve más bien literario que no es lo mismo, adquiriendo con ello el estatuto metafísico que confiere el componente de misterio, materia imprescindible de toda verdadera poesía. Esto pasa en la obra del poeta Enmanuelle Taveras y en su momento vamos a mostrar los modelos que me asombran, confirmando lo afirmado.
Antes de lo ofrecido me referiré a un segundo factor que a mi modo de ver ha de poseer la poesía para que ella se gane la atención del lector verdadero y para que su hacedor merezca el debido respeto y la apropiada calificación de poeta.
Se trata del ejercicio a consciencia del oficio de poetizar. Ello lo he mirado en los poemas que ahora me ocupan. Y es que, puede, parece ser que, no solo con el correcto uso del lenguaje consigue hacerse poesía, buena poesía conviene decir también.
Me refiero a una suerte de selecciones “espontáneas,” sin corsets , de vocablos, de términos, voces, locuciones y combinaciones de estos; mismos que acaban produciendo el efecto poético o efecto estético de la poesía en quienes la consumen básicamente por medio del acto lectoral individual y en solitario.
La experiencia degustativa de la poesía de Enmanuelle nos remite sorprendentemente a la consciencia de estar leyendo a una persona adulta a la que le pasan cosas, que piensa, reflexiona y quiere hablar de esas cosas, lo hace y sabe hacerlo con la dignidad merecida de las esencias y del formato expresivo elegido.
Hago estas afirmaciones para separarnos de tanto sucedáneo, de improvisados, de ocurrentes y de proliferados falsificadores. En lo de tener cosas por decir porque le pasan cosas, nuestro poeta se inscribe en la línea del ideal Taocuantico (Ramón Antonio Jiménez y otros. San Francisco de Macoris, R. D, y proximidades, tiempo sincrónico o contemporáneo. 2021- 2022), que enuncia en cualidades del contenido poético filiación con lo cercano y cotidiano pero en lo formal, con una mirada puesta en la escala de lo universal y trascendente, de la naturaleza cósmica de las cosas, su interrelacion y sus indisolubles vínculos al tejido materico, sagrado y energético primigenio.
Pero a la comprensión de los sentidos de esta poesía no se llega de manera fácil ni sensorial directa. Es un decir respetuoso del hermetismo poético formal y para la aprehensión receptiva y penetrcion de sus árcanos debemos recurrir a una suerte de exégesis, de ejercicio hermenéutico y así descubrir la realidad referenciada que lo trasfonda, “A espalda del día ríe la mirada”…, dice en el Poema 12 titulado Cultores del mal. Para continuar de esta manera … “mientras un ave sonora despierta desnuda y se encuentra en el reflejo que cristaliza la noche” para concluir con esta otra metáfora no menos novedosa que la anterior en su factura constructiva. “La túnica del alba rueda su borde en los campos de huesos… mientras la oscuridad de sus mañanas se posa en las retinas de la noche”.
A partir del anterior modelo poético observase un quiebro, una finta del poeta donde hace un punto de giro sobre la línea lírica con la que había iniciado su canto para hacerse ahora más épico, más inclusivo y polifónico, esto es, más universal al otorgar aquí la noción del otro o de lo otro.
En el poema número 7 había dicho, por ejemplo; “Cae la tarde y me convierto junto a la ciudad en la inédita historia de un apócrifo vacío” con esta personalísima declaración el poeta nos embriaga de su experiencia sensorial llena de soledades.
No confirma paz ni sociego ni conformidad con el estado en que existe, como cabría suponer del “nirvana” revelado por otros cultores poetas pertenecientes al ideal taocuántico, si se quiere por el mismo Jiménez que es el referente canónico por excelencia, pontífice del movimiento.
Puede destacarse en Taveras la voz de un poeta sufriente y ahí ya hay una voluntad por desmarcarse del patrón taocuantico, no de ruptura, más bien, abriendo plurales arterias al cause creativo común, por consiguiente; enriqueciéndolo, planteando un aporte al incluir voz propia y sufrimiento propio del mundo que le toca.
Ello adhiere un componente autocritico sutil al movimiento pero además incluyente del pigmento personal otorgando a la estética taocuantica una suerte de conexión con la problemática contemporánea en especial con aquello que tiene que ver con el desaliento y el extravío del hombre en los corrientes tiempos finicivilizatorios.
Cito “Hago desconocidos los rostros cercanos pero me son ausentes, sus historias indiferentes, sus vidas esquirlas de luz en el sueño de un letargo mortal”. O en el siguiente. “Vivir y no existir, desconocer quién soy y hacia dónde voy”.
Y aquí más, … “mientras observo caer inútilmente los trozos de mis últimas primaveras y de mis lagrimas incorporeas las últimas estatuas de sal”.
Como es aquí evidente, hay una persistencia del dolor, un predominio de insatisfacción. Poesía adulta, prosa poética que en ocasiones llega a ser épica y confesional conservando la sutileza del aliento lírico y su misterio.
En resumen, la poesía enmanuelliana aporta una voz auténtica con muescas, acentos y sonidos inéditos y signos personales capaces de sostenerse en el presente y en todo tiempo por venir, si es que vienen, si es que quedan, como expresión verdadera del hombre qué pasa por una época concreta, tocado seguramente por las últimas luminarias que otorga a algunos privilegiados la consciencia del existir despierto y de saber contarlo, como ocaso del mundo, en caracteres de la más alta nobleza, rareza y dignidad del lenguaje poético íntegro e integral.