Desde el punto de vista antropológico se admite la existencia de un mestizaje biológico y otro cultural. El primero se refiere al cruce formal, informal o forzoso entre miembros de diferentes etnias, y el segundo, al intercambio de expresiones propias de los modos de vida de las etnias que interactúan. En los casos de mestizaje por conquista, como el conocido en Santo Domingo durante la colonia, el rasgo de la discriminación jugó un papel importante.
En el marco de la conquista, el mestizaje comenzó en la Hispaniola con en el cruce entre españoles y las mujeres indígenas. Los nacidos de esta experiencia fueron llamados mestizos y considerados inferiores por haber resultado de una ´mezcla´, mientras que los peninsulares eran considerados puros. Esta muestra de intolerancia racial chocaba con el hecho de que los españoles eran el resultado de mestizajes e intercambios culturales entre iberos, celtas, fenicios, romanos y otros. Por esa razón, en 1537, en la bula Sublimis Deus, el papa Paulo III llamó españoles de mala ley a los que defendían diferencias entre los seres humanos con el fin de justificar el abuso de unos contra otros.
Para Genaro Rodríguez, la presencia de este primer mestizaje tuvo vigencia hasta finales del siglo XVII. Jesús María Serna Moreno, antropólogo mexicano, sirve de apoyo a esta tesis al desmontar la idea de la desaparición temprana de los taínos. En su libro: República Dominicana, identidad y herencias etnoculturales indígenas, afirma que la presencia del taíno se mantuvo en la isla hasta la fecha indicada. Sobre este debate, destacan las ideas publicadas en 2017 por Esteban Mira Caballos, historiador español.
El segundo caso de mestizaje fue el practicado por españoles con las mujeres traídas de África para, junto a los hombres, ser esclavizadas en los trapiches e ingenios. A esta práctica precedió el contacto con africanas ladinas, llamadas así porque llegaron a la isla con sus amos desde España. De estas ´uniones´ surgió el mulato, denominación tan despectiva como la de mestizo. En parte, la unión de los españoles con indígenas y africanas se debió a la falta de mujeres españolas en la colonia. Tan preocupante resultaba su ausencia, que hacia 1527, como paliativo, fray Tomás de Berlanga solicitó a la corona que autorizara la instalación de mancebías (prostíbulos) en la colonia cuyos servicios serían ofrecidos por esclavas.
A partir de 1530, el incremento de las rebeliones y fugas de los esclavos, los cambios políticos dados en España desde mediados del siglo XVI, la escasez de los productos de la vida cotidiana y los efectos del contrabando, provocaron que muchos peninsulares abandonaran la isla. Esta migración facilitó el predominio de la población mulata en la sociedad criolla, y su ascenso, aunque lento, a determinados espacios de la administración colonial y de la Iglesia católica. La mulatización de la sociedad criolla era una realidad en la Hispaniola, contrario al predominio mestizo conocido en el sistema de los virreinatos instalado en Tierra Firme.
El criollo de la élite defendió sus orígenes hispánicos y, desde temprano, transfirió este sentir a los mulatos. Tanto caló este sentimiento, que los mulatos se hacían llamar blancos de la tierra, de modo que las raíces españolas importaban más que el color de la piel. El conflicto de identidad era latente, como hoy. En sí, la incapacidad en la asimilación de la evolución social de la colonia impedía a la burocracia asumir la existencia de los mulatos, de ahí su rechazo, a pesar de que la defensa militar de la colonia recaía sobre ellos.
En tanto nuevo sujeto social, el mulato tuvo que enfrentar grandes obstáculos en su interés por la movilización social, cual sucedía con el negro cuando tenía la condición de liberto. No se les permitía ejercer el sacerdocio, sólo funciones menores en la iglesia, pero con el estigma de sus limitaciones por no ser peninsulares. No tenían libre elección para pertenecer a las cofradías, en limitados en sus prácticas religiosas y rituales funerarios.
En lo que respecta al contenido cultural que encierra el término mestizaje, se reconoce que, ante las dificultades iniciales para el cultivo del trigo y otros productos, los conquistadores adoptaron a la dieta hispana una serie de alimentos de la población nativa. Para el trasplante cultural hispano indígena, también asumieron la modalidad del conuco para el cultivo de la tierra, sus modelos de viviendas, expresiones de la artesanía, decenas de nombres de lugares geográficos (topónimos) y más de 300 vocablos fueron incorporados al idioma español. Sin obviar el uso de la fuerza de trabajo indígena en la búsqueda de oro, del cultivo de la tierra y en la construcción de obras públicas.
En iguales términos, no menos importante resultó el balance del cruce entre españoles y negros, esclavizados o libertos. En cuanto a expresiones de sincretismo religioso, hábitos alimenticios y lingüísticos, lenguaje corporal, al trabajo colaborativo, topónimos… Lo que somos hoy, así lo muestra.