En el mundo de las formas, atrapado entre la infancia y la edad adulta, me desperté, pasada la media noche, al ritmo de una serenata interpretada por un viejo enamorado. El trovador cantaba: Matitina Matitina tenía una bicicleta / y al doblar por una esquina / se le cayó la teta. Mi abuelita, Ysabel Rosario, quien me apodaba Bi, y también despabilada, se adelantó a reparar, quizás por pruritos morales o religiosos, la ubre de la bicicleta con la siguiente metáfora: “Bi, la teta es el timbre de la bicicleta.”