Vladimir Tatis, el hombre, uno de mis profesores de narrativa en el Taller Literario Narradores de Santo Domingo, fue en su pasado, como todos los niños del séptimo grado en el Liceo Amelia Ricart de la UASD, un observador del mundo con ojos desorbitados. Una pléyade de muchachos que hoy son profesionales que no se conforman con lo que la vida les da, sino que están dispuestos a hacer y hacen lo que les hice prometer cuando entraban a mi aula, le arrebatarían a la vida, en buena lid, lo que ellos soñaran.
Me honra que me pida que presente su libro, cuando sé que dispone de los más conspicuos literatos del país y algunos de otras tierras. Pero más que honra, siento orgullo. Eso que no es mío, pero que sí lo es.
¡Mátalo! Leí en el chat y me pregunté: ¿Qué estará inventando ahora? Leí entonces un borrador y una frase simbólica para iniciar: Ya el hoyo está hecho. Es solo meterlo. Una frase que es la esencia de lo que es al fin la vida y la muerte dependiendo del lugar donde nos ubiquemos.
Arriba, lo que creemos cercanía, abajo lo que designamos lejanía, de nuestra medianía clasista.
Porque sí que le es cuestión de clase. A veces no vemos que abajo hay algo más abajo, quienes están abajo de abajo: inmigrantes, inconscientes, rastreros, menesterosos, policías, sanguinarios, dictadores de un barrio, humanos deshumanizados por la vida que los deshumaniza, mujeres que no son, y qué sí son; reproductoras de pobreza, de fastidio, de violencia, ausencia de todo, carestía, menos del mal, de la necesidad de espíritu, de profundidades.
¿Quién ha escarbado en los huecos de los panteones propios de su pecho rojo donde guarda las ausencias y silencios de anhelo por otro u otra?
Al parecer el mundo en que vivimos tiene dos pisos: la tierra y el cielo, pero Vladimir Tatis ha venido hace tiempo, en muchos trabajos, descubriendo otro estadio, uno que está debajo, muy abajo, más abajo, de quien ha sentido el amor literalmente descarnado.
Hurgando en sentimientos, emociones, realidades, situaciones, cotidianidades que están abajo; allá abajo y que no vemos. y que no queremos ver, y que no nos importan. Y si esto es una denuncia es de muy mal gusto porque no queremos bajar al hoyo estamos a medianía y aspiramos a llegar arriba.
¿Quién ha escarbado en los huecos de los panteones propios de su pecho rojo donde guarda las ausencias y silencios de anhelo por otro u otra? Vladimir trae lo que parece una novela de amor. Pero debajo, allá abajo, donde casi no se ve porque está profusamente oscuro, hay denuncia.
Nos desplazamos queriendo ser burgueses, comportarnos como ellos, ser ellos. Más los burgueses también quieren ser nosotros: toman nuestras instituciones, las quieren dirigir, disponer qué es cultura y qué no es; disponer qué es literatura y qué no es; disponer quién gana premios y quién no; disponer quién me cae bien quién me cae mal; disponer desde bancos, organismos internacionales, ministerios, direcciones generales de los ministerios, posiciones técnicas; disponer el alcance a la burguesía a dónde nos dejarían llegar y a donde nunca llegaremos aunque nos forremos de dinero y oro como cualquier narcotraficante o lavador, pelotero, rapero, dembowsero, influencer. No tendremos ese alcance jamás, porque las clases no se suicidan.
Nosotros, en la medianía estamos dispuestos ascender aunque sea por el cuello. Jamás querremos descender a las profundidades donde navega Vladimir. Nunca queremos entrar en esos huecos de los arrecifes que nos conducen a inframundos desconocidos, pero él se empeña en jodernos la vida trayendo esos huecos, esos subterráneos, esos alcantarillados donde habita lo que queda putrefacto de una vida que no alcanzó jamás la acera, el contén, el área por donde serpentean nuestros gusanos.
Vladimir sigue entrando bajo las tumbas de los cementerios, sigue almorzando con los perros callejeros en las latas de basura de los barrios marginados dónde no encontrarán nada que les pueda alimentar.
Vladimir hacer trazos y se disputa los huecos en la boca del haitiano, del atesasador de bastidores, del que vende redecillas, del que pela caña en la esquina, del ratero rompe bolsillos de la Duarte con París, del luchador que no alcanzó fuerzas para ganar una medalla, del boxeador con la cara rota que no es atendido en el Darío Contreras, de la parturienta en medio del tránsito que no llegó a la maternidad, de la que fríe el cuero del pollo para hacer grasa con qué cocinar el locro sin carne de nada; de ese locrio del que comen muchos en una hoja de plátano cualquiera y que velaron todos sin ser su comida; el platanero que llegó con el arroz que se echó en el caldero y del todos comieron bocados pequeños que no alcanzaron para llenar la carie de esa muela que hincha la mejilla.
Vladimir nos conduce a mundos que negamos, qué no queremos conocer. Nosotros los que olemos a loción corriente y barata, imitación de las lociones que usan los ricos, no queremos el hoyo purulento que no se ve, no queremos ver que el hoyo está hecho y también a nosotros nos espera para que nos metan.
Los seres normales, nosotros, los de la medianía, miramos el mundo desde la osadía, pausamos tres veces cada día, llenamos el vientre de agua y comida, miramos el resto con extrañeza, miramos arriba a la burguesía donde no llegamos, no miramos abajo a la pobresía, y no encontramos relación alguna en la acción posible de otro ser humano.
En nuestros huecos pusimos tape rap al tomacorrientes, una tapa grande para el inodoro, la tapa importante al tanque de agua, la tapa pequeña en el botellón, la tapa de hierro para los balcones, la tapa de aluminio para el ventanal, tapa de recuerdos para la memoria, la tapa de cera allá en los oídos, la tapa de cera en el lagrimal, la tapa de cera en nuestras narices, la tapa de las tapas, la de pus a nuestros pulmones, la tapa de grasa en nuestras arterias, la tapa de todo con un título en la pared, la tapa en la boca del otro por un matrimonio falso, la tapa de nuestras faltas con maquillaje y vestuario, la tapa a la mediocridad propia con premios y títulos, la tapa a la insuficiencia con puestos de mando, la tapa de ausencia con estar ocupados, tapamos la lava que fluye desde el cráter del escroto cuando el anillo es afán que se mezcla con la sangre, tapamos el hoyo por donde el fuego fluido succiona el agua que lo atiza, tapamos la voz que suena romántica para ocultar sentimientos, emociones y dichas, porque un ser educado no levanta la voz.
Y entonces arriba, allá arriba se abren discursos altisonantes, mentirosos, egoístas, engañosos. Y, abajo, ahí abajo se oyen gritos de guerra que no salen de la garganta tapada por el crack, el diente roto, el pelo sucio, la espalda seca, axila del vaho que asfixia. Huele a peligro allá abajo.
Ellos, los de arriba y los de abajo tienen abiertos los hoyos para meter cosas que quizás nosotros los de medianía sabemos a ciencia cierta, los hemos visto, pero los queremos negar. Arriba, hoyos de dolor donde el estupro y el robo son diademas en la corona de la grandeza de la estirpe; abajo, hoyos en lo sucio, la podredumbre, lo hediondo. Pero Vladimir Tatis, como si no fuera nuestro, como si cayera de arriba o ascendiera de abajo, está dispuesto a meternos vivos o muertos en ese hoyo, donde al fin todo se acabe, sin que se acabe al fin.