La cosa viene de lejos.  La trajeron maquillada, con cara de inocencia.  Vino en tres carabelas con nombres subjetivos de mujeres: “La Niña”, “La Pinta” y la “Santa María, aunque todos sus tripulantes eran hombres.  Estas naves fueron  cómplices de una aventura que ha sido contada de la manera en que no fue. La igualdad se enarbolaba en el lenguaje de apariencias y parecían sinceros porque se daban en el pecho con la mirada para el cielo, poniéndolo como testigo.

Eran marineros, algunos busca vida, pero todos eran “muy machos”, aventureros y “cristianos”. Les habían hablado de un mundo idílico, donde había oro y hermosas indígenas. Pero la ambición de riquezas lo echó todo a perder. A pesar de que habían seres humanos en esta isla hacía más de 5,300 años, los que llegaron se declararon “descubridores” y estaban convencidos que eran superiores, porque eran cristianos y españoles.

La necesidad tiene cara de hereje, dice la gente a nivel popular. Las mujeres que encontraron, hermosas, “eran inferiores”, pero había que resolver con ellas sin ideologías ni discriminación.

La aventura se complicó cuando llegaron mujeres extrañas. Eran mujeres negras, eran diferentes en el color, pero eran pobres y esclavas. También “eran inferiores”, en opinión de los usurpadores.  Con estas fue peor, porque eran discriminadas por “inferiores”, por “esclavas” y “negras”. Por la necesidad de “resolver”, no había mujeres españolas, nacieron entonces las mulatas.  ¡Bendito sea Dios!

La élite gobernante se  perfumaba y daba las gracias permanentes a Dios y eran los discriminadores y los racistas más radicales e hipócritas de una sociedad de opresión, de injusticia y explotación cuyas estructuras y visión ideológica no cambiaron históricamente con el tiempo. Y esto se agravó más cuando esclavos que se habían liberado, pero que seguían siendo “inferiores”, “salvajes”, tuvieron el atrevimiento de burlarse de los “civilizados”, en una ocupación del territorio nacional por 22 años. ¡Esto era totalmente absurdo, pero así fue!

Entonces, se multiplicó la discriminación racial con un enorme sentimiento antihaitiano por la humillación de esta ocupación.  Con esto se complicaba más la cosa porque las y los haitianos eran invasores, pobres, negros, descendientes de africanos donde todavía prevalecía el oscurantismo, el salvajismo de sus cultos diabólicos y donde estaba siempre la tentación permanente de hacer realidad su creencia de que “la isla era una e indivisible”.

Además, no se le perdonaba a los haitianos durante la ocupación el haber inventado traer negros libertos de Estados Unidos y meterlos en Samaná: ¡Eran negros y para el colmo no eran cristianos y no hablaban español!  Eran supuestamente libres, pero eran  pobres. Los “blancos” de Samaná tuvieron que aguantar un nuevo lenguaje, “el samanés”, que ellos no entendían y el ruido infernal de una música estridente, con unos tambores salvajes y un baile desbocado donde los bailadores perdían la razón, era el “Bamboulá”, traído de la selva, que nadie entendía su significado.

Llegó la dictadura trujillista, hubo una matanza de haitianos que siempre ha sido escondida y surgió un  “blanqueamiento” represivo cuando se prohibieron los espejos y nos declararon “hijos de España”, sin importar el bembe grande, la nariz achatada y los alambritos al aire, además como el sol era caribeño había hecho su trabajo y prevalecían los y las mulatas, mujeres con bustos generosos y sentaderas abultadas que se convirtieron en símbolos nuestros, produciéndose a nivel popular una revalorización  de la mulata como orgullo de identidad.

Pero aun así,  la élite “españolizada” encontró una fórmula mágica de encubrimiento cuando en la cédula de identidad, para definir lo que éramos las y los dominicanos, para alejarnos de los haitianos, en vez de colocar la palabra “negra” o “negro” surgió la palabra “indio”, un color inexiste que nació aquí, pero que nunca ha sido conocido por ningún pintor del mundo.

Por la naciente industria azucarera complicó aún más la cosa del racismo, todavía hoy negado, al traer negros, pobres, de las islas inglesas a San Pedro de Macorís, “Cocolos”, que para el colmo hablaban inglés y tampoco eran cristianos, paradójicamente hoy patrimonios de la humanidad.

Dios no abandona a sus hijos buenos, la ciencia hizo el “milagro”, la madre de la tecnología creó el tinte, el rolo y el peine caliente. Para parecerlas a las “blancas” y ser hijas dignas de España, a las niñas y a las jovencitas les jalaban los moños y con el peine caliente las “lisaban” y los cabellos parecían “buenos”, porque se parecían a los de las blancas, en un alienado esteticismo.

Las madres más pobres, mantenían la tradición de hacerles moñitos con tiras elaboradas con telas desechadas a las niñas, las cuales fueron conocidas despectivamente con el nombre de “María Moñito”, porque todas eran “María” o “Altagracia”. Marivell Contreras, no pudo escapar de esto y como tenía “el pelo duro”, su madre lo adornaba con tiras de colores y para sorpresa de sus amiguitas  se paseaba con orgullo, porque desde pequeña era rebelde, dueña de sí.

Marivell y sus trencitas.

En esa época en Monte Plata los días más largos y las noches eran más cortas, entonces Marivell aprovechaba para interrogar a las estrellas y dialogar con los luceros. Nadie sabía dónde estaba porque se pasaba de una galaxia a otra y comenzaron aparecer los sueños y las poesías. En los amaneceres se escondía en el monte a contemplar las mariposas y a escuchar los barrancolí. En el día iba primero a la escuela y luego al liceo. El sol le decía adiós en los atardeceres y en las noches estaba promoviendo actividades artísticas-culturales, la literatura y la poesía. Era una activista, una mujer liberada, una mujer yo, una mujer de sueños y de utopías.

Marivell en Medellín, Colombia.

Cuando la crisálida se convirtió en mariposa, voló a la ciudad de Santo Domingo, cayó en la O&M y de allí entró al mundo de la comunicación, de la farándula y del espectáculo, donde se convirtió en una mujer triunfadora. Para eso tuvo que asumir desafíos y romper ataduras, sobrepasar mitologías, enfrentar reglas y normas absurdas de una sociedad machista, en un ambiente de lentejuelas, poses y apariencias. Su determinación de mantener sus raíces, su afro y no esconder su “pelo duro”, en contra de una imagen prefabricada por una estética dominante del preciosismo europeo con exigencias comerciales, la hizo más auténtica y la más hermosa “María Moñito” del mundo.