Con este dramático título inicio el trabajo sobre el poeta Manuel Valerio (Moca, 1910, Santo Domingo, 1979). Su poesía inefable es un convite de símbolos que despiertan los simulacros de las cosas y las propiedades mentales. De una percepción sensible que muestra los estados de la conciencia a partir de elementos espirituales singularmente persecutores de la realidad.

Valerio es un poeta de la verdad que se desnuda ante el espejo y crea estados de ánimo sensoriales. Poeta de la palabra que nos habla de la razón de la inclusión verdadera del alma. Poeta que regula los sentidos para que filtren los sentimientos. Poeta que transforma las imágenes de sus poemas en un proceso cognoscitivo.

Ese es Manuel Valerio. Lo presento en su drama, en su convicción de que el mundo estaría vacío de almas y voces si no estuviera presente la poesía que en sus desvaríos hace concepciones a las deidades. Ese es el Manuel Valerio que se afanó por explicar el motivo de su poesía a través de lo trascendente de la materia y la conciencia.

Fue el poeta del dolor, a quien los relámpagos, de tiempo en tiempo, le arrebataban su musa y le perforaban su compleja vida. Sus poemas anticipan la huida de los horizontes y persiguen las deidades. Por ello, el poeta Manuel Valerio sufrió y calló. Fue demasiado poeta y demasiado de todo. Estuvo en la misma estación, en el meridiano de Vicente Huidobro que, según escribe Salvador Quintero: “Es imposible descansar junto a él, sentarse junto a él, porque apenas habéis pestañeado cuando ya está lejos de vosotros y se pierde en el horizonte”. (Salvador Quintero, citado por René de Costa, The University of Chicago).

Manuel Valerio
Manuel Valerio.

También en su poesía se mancuernan “ser y palabra”, parafraseando al filósofo alemán Martin Heidegger. Y por esa razón la poesía de Manuel Valerio se afirma en la verdad y en el vuelo imaginario que tiene un carácter existencial agónico. Y, sin embargo, en sus poemas no hay puntos oscuros sino sensaciones, influjos y expresión litúrgica. Se trata de una poesía que muestra su rostro, su historia…

A partir de este imperativo debemos convenir en señalar que sus poemas resultan fundamentales por la forma en que los territorios mentales se sobreponen a los sucesos de la vida.

La poesía de Manuel Valerio es infinitamente rica de toda verdad, de todo bien y de todo amor. El poeta dominicano nos acerca al mundo circundante que postula Martín Heidegger, cuando pone “al descubierto cómo y dónde se le da al hombre siendo existencial, esa verdad primera y originaria, la verdad del ser”. (Ramón Ceñal, S. J., Tres lecciones sobre Heidegger. Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 124, Madrid, abril de 1960, p. 19).

Como asegura santo Tomás de Aquino: “Porque conocemos la verdad, nos la decimos; nace en nosotros el verbo interior y de esta verdad poseída nace también la voluntad de decirla, de comunicarla”.  Obras completas, Summa theol, 10 id.  3, 1, 79.

Y la verdad y la palabra, en la obra poética de Manuel Valerio, se muestran espontáneas en sus alocuciones; articulan, por demás, lo inevitable del sentimiento que coloca al poeta casi siempre en situaciones complejas al extremo de que no sabe qué hacer con su vida porque el destino le depara situaciones incontrolables.

Hay que apreciar la soltura con que Manuel Valerio expone el contenido de sus ideas poéticas y la manera con que fundamenta el carácter de sus leyes. La regulación del lenguaje en sus poemas proclama asimismo la incertidumbre en variadas formas que se apoyan en los sentimientos del amor, en la ausencia, en las preguntas y respuestas que se formula el hombre en lo imprevisto, en lo insospechado, en el deleite o la angustia.

En su particular lenguaje, establece:

Todo amor se hizo tu presencia.

Qué ruta de luz abrió tu nombre. Qué vivo fuego

tú derramas.

El sol estaba ausente y había una palabra dura

mordiéndome los ojos.

Había también las cosas que el hombre no comprende

y se pregunta.

Era precisamente aquello: ser solo la quietud

aparente de lo hondo; vacío aparente de la angustia

hacia donde descendemos sin prisa y sin reposo

en el naufragio.

Todo era quietud de ausencia plena cuando el corazón

se deshizo en alborozos.

Era la llegada imprevista de una estación insospechada.

Era el júbilo…; era el júbilo,

y Dios estaba en el centro de su nombre con una serenidad.

Ahora este resplandor de caminos, este tránsito

sin bruscas sacudidas

hacia otro litoral de siempre-verde naciendo en cada cosa,

como si el sueño fuera la vastedad perenne en su vigilia

para que el amor tuviese la forma de los frutos con un sabor idéntico

en cada labio interrogante,

y también, además, para que la soledad no sea más que un vocablo hueco

y sin sentido.

 

Y más adelante dice:

 

Ahora es fácil inventarnos un nuevo decir abierto

a la esperanza

con otro nombre más cierto y verdadero,

porque la pregunta es un instrumento ajeno a la certidumbre

que nos crea,

porque renacer es lo mismo que encontrarnos de nuevo

cada día,

y tú y yo estaremos presentes en la última letra

que alargue nuestro instante,

porque el amor es la conjunción perfecta de este entregarnos

sin reservas

para que la palabra “dios” se adentre con sigilo

en este repartirnos desde adentro.

Es suficiente un ademán para la presencia imperante

de la fuerza que nos guía;

un gesto simple, un dejarse ir con abandono

hacia esa otra parte de nosotros.

Por esto, mis labios estarán presentes en el encuentro de tu beso

con la muerte;

yo estaré presente en el encuentro de mi cuerpo con la tierra.

Yo sé que el amor estará presente en esta última conducta

de mi cuerpo.

Todo se hizo contigo en tu presencia y el amor

estará presente en esta viva luz, en este vivo fuego que derramas

para que yo, vertical, escriba el nombre justo a tu estatura.

 

La forma principal de su creación poética tiene su asiento en el amor, el dolor, la angustia, el abandono existencial… A partir de su lenguaje poético, Dios resulta ser un real ideal supremo, que llena los vacíos de la imaginación y también la existencia del poeta Manuel Valerio y de todo cuanto manifiesta para dar fortaleza a sorprendente percepción sensorial como aserto de la formación de las cosas.

Este tratamiento se enfoca más en el amor, tal vez, porque en él su esfera no es maliciosa; más bien es parte de su sueño, de su realidad profunda que provoca el mejor empeño del milagro y excita sus pulsaciones, aunque hiera su alma de manera brutal. Ese modo de sintetizar su proceso de creación en el amor no es más que pretender encontrar lo que lo acerca a sí mismo a través de su individualidad, donde recrea sus emociones.

En este punto reconoce que esa individualidad es el producto de los sueños y esperanzas del poeta. Es el resultado de una conciencia crítica y de una cultura que siempre lo acompañará en sus afanes al entender que la poesía es el futuro de la humanidad como lo creyó Vicente Huidobro al fundar la revista Actual. Por tanto, Manuel Valerio reconoció que la poesía es el pan y la palabra del espíritu.

(Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 124, Madrid, abril de 1960, pp. 71-74).

 

Cándido Gerón en Acento.com.do