Tener hijos es la más grande de las dádivas que nos ha regalado el Creador. Desde el Génesis, fue un mandato clarísimo: Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tener descendencia es, también, aunque no lo pensemos nunca como tal, una forma de inmortalidad. En el mundo de hoy, solo unos pocos privilegiados pueden conocer a sus bisabuelos, a veces ni a sus abuelos, pero ellos, todos nuestros ancestros, cercanos o lejanos habitan en nosotros no solo en virtud de los genes que nos legaron y nos hicieron lo que somos, sino también en intangibles que también nos conforman y moldearon y que pertenecen a un patrimonio formativo íntimo, familiar, “cosas” que se beben en la leche materna, y que, sin aparente explicación, heredamos, para bien o para mal.

Como sucede con los genes atávicos, que saltan una o dos generaciones y afloran de pronto, cuando menos se les espera, así mismo aguardan y florecen tradiciones, costumbres, caracteres familiares… Acaso, sin saberlo, podemos ser una réplica exacta de algún ascendiente, inmersos, obviamente, en nuevos contextos sociales e históricos y sometidos a sus modos y formas.

Somos, pues, la suma de quienes nos antecedieron, una especie de totalidad que es más que la mera adición de sus partes, según reza la teoría holística que aún desvela a tantos pensadores.

Cuando alguien dice, por ejemplo: «Los Martínez son gente de palabra» o «los Maceo no conocen el miedo» o «los Domínguez siempre fueron artistas», a veces no es posible rastrear en las generaciones inmediatas de dónde viene tal abolengo, pues son códigos que pasan de generación en generación, de padres a hijos, y que heredan los hijos de los hijos, de los hijos… Valores, sellos, marcas, que conforman y definen un clan.

Una savia que es, a pesar de sus componentes instintivos o biológicos, más que nada, educación. Entonces, qué enseñar, cómo, y para qué es el verdadero quid de la cuestión y lo que hace palidecer aquel mandato de ser fecundos y multiplicarse. Porque en verdad reproducirse como especie, es la parte fácil; al estar asociada al placer, es un proceso primigenio y natural. Pero criar y enseñar es mucho más, incluso excede el mero hecho de trasmitir un conocimiento. ¿Qué enseñar? ¿enseñar a sobrevivir?, ¿a servir?, ¿a liderar? ¿a sojuzgar?

En esas interrogantes, y otros cientos que pueden formularse, radica la cuestión más seria, y el tema central de este maravilloso libro de Leslie Amell que nace hoy: un manual, un ameno y utilísimo Manual de instrucciones, que los hijos no traen. Un texto que nos aporta claves para instruir a los hijos en valores, en conductas, en modos que puedan ser legados y, en definitiva, en instruir para la felicidad, que vendría a ser el objetivo primordial al que venimos a esta tierra.

En el proceso, como añadidura magnífica, también los padres nos educamos, cultivamos y crecemos como seres humanos, porque, seamos francos, la mayoría traemos hijos al mundo y no tenemos idea de qué sigue y de cómo hacerlo verdaderamente bien. Sabemos, apenas, que se trata de un proyecto para toda la vida, pero no que nos enfrentaremos a nuevos universos (porque eso es cada hijo, y cada ser humano), y que en ellos, tendremos la increíble tarea de expandirlos, de hacerlos funcionar, de dibujar sus astros y sus mares…

Es aquí donde un manual como el que ha escrito Leslie, gracias a su larga y exitosa carrera como psicóloga infanto-juvenil entra a jugar un rol sensacional. Yo mismo, mientras lo leía y editaba, y como padre de una hija casi preadolescente, vi encenderse luces en mi cerebro con algunas de estas instrucciones, tan lógicas, prístinas y simples en su ejecución que muchas veces me arrancaron sonrisas, o suspiros.

Gracias a este libro todos funcionaremos mejor, en especial, porque la verdadera magia es aprehender la indicación general de “armado” de los hijos, y aplicarla creativamente en cada caso particular. Así lo he hecho con la mía, y los resultados son excepcionales. Por eso no es exagerado afirmar que este texto de Leslie es una guía para el amor consciente, el amor que prepara para el futuro no solo de los hijos, sino para el futuro del mundo, pues un ser humano bien educado y preparado para vivir, y servir, es una especie de potens, aquel concepto lezamiano que definía la capacidad de creer que no existe nada tan increíble ni tan imposible que no pueda realizarse.

Un ser bien educado, en el amplio sentido de la palabra, cuidará bien de sí mismo, de los suyos, de su casa, de su país y de su planeta, y nada de lo que se proponga desde la inteligencia, atendiendo al concepto de Lezama, será realmente inalcanzable, porque la verdadera barrera de los hombres, lo que los arrincona, divide o enajena, es siempre la ignorancia.

Por ello, mientras adquiría todo este conocimiento que Leslie nos regala de un modo tan singular, vino muchas veces a mi mente la frase de un gran pensador de mi tierra, uno de los creadores de la nacionalidad cubana, José de la Luz y Caballero, que reza: «Instruir puede cualquiera, educar, solo quien sea un evangelio vivo».

Que este Manual de instrucciones me conectara con un filósofo como él, que me hiciera evocar su aura y magisterio, contiene más argumentos reverentes que los que pueda desplegar aquí, y me habla, nos habla, de la belleza y utilidad de este libro, y nos anima y conmina a convertirnos para nuestros hijos en esos evangelios vivos que necesitan. Así me sentí yo con su lectura, y así se sentirán ustedes.

He dicho que este Manual de instrucciones que los hijos no traen es una guía para el amor consciente. Quiero repetir ese concepto porque, a mi juicio, encierra la esencia de este libro. El amor consciente es el amor de carácter, tierno, pero firme, el amor que funda, fecunda, y sienta bases sólidas, sobre todo a nivel interior. Un amor que sabe poner límites y castigo merecido, cuando toca, sin que se le cuestione ni se le manipule.

No es el amor permisivo, perezoso, canijo, que crea pequeños tiranuelos, hijitos de papá que se creen ombligos de mundo, pero que se deshacen incluso al ser rozados por un mero criterio. Ese amor enfermizo, que nunca alcanza, por más que se le alimente como a un lobo, crea finalmente individuos a su imagen y semejanza: abusivos, inútiles, cobardes, aptos para casi nada que valga la pena.

Como todos sabemos, no es eso lo que necesitamos, ni nosotros, ni el mundo, sino todo lo contrario: valor, compromiso, ética, inteligencia y empatía, vástagos germinados por el amor consciente, y solo por él, un amor que se basta así mismo, y se renueva y multiplica sin cesar.

Amén de este leve abordaje en torno a su contenido, quiero hablar además de la factura de este libro, de su belleza incontestable también como objeto per se. Nos gusta, siempre lo digo, pensar los libros como obras de arte, y una obra de arte era la idea que nos propuso su autora: compleja, original, inédita… La tenía tan perfecta en su mente: apartados, colores, imágenes, que el resultado no pudo ser otro que este. Este es un libro verdaderamente suigéneris, un anaquel de posts, un libro Instagram (asuntos que su autora explicará mejor), un volumen, en definitiva, que constituye un hito para la Colección Magíster de Río de Oro Editores, dedicada a los temas educativos, y que mostraremos y daremos a conocer con orgullo, alegres de haber formado parte de esta magia, tan hermosa y tan útil. Una combinación que suele ser rara y que multiplicará sus dones entre padres, madres, e hijos, y estos últimos, a su vez, continuarán el ciclo, esa forma discreta de la inmortalidad…

Damas y caballeros, ha nacido un Manual de instrucciones, que los hijos no traen. No hay otro como él. Ahora será “fácil armar” a esos locos bajitos a quienes ofrendamos, no bien abren los ojos a la luz, el corazón central, y toda el alma. A nadie se le ocurra dejar de leer esta belleza. Lo digo por su bien.