En la antigüedad grecorromana, el concepto de héroe distinguía a los personajes que, tenidos por semidioses, destacaban guiados por lo divino. Esta visión de la heroicidad a partir de lo inalcanzable dio paso a la narración de las hazañas de los caballeros de la Edad Media conocidas gracias a la poesía épica. El milenio que abarcó este periodo tuvo como relevo, desde los inicios del siglo XV, a la Edad Moderna, caracterizada, sin que se desplazaran por completo las tradiciones medievales, por la exaltación de las figuras que destacaban por sus condiciones políticas, militares o científicas, por sus cuestionamientos morales e interpretación de la dinámica social en sentido amplio.
Para las ciencias sociales, los héroes no se forjan desde la ficción pautada, por ejemplo, por la literatura y el cine; sino desde las posiciones que asumidas en un contexto determinado. Son aquellos que, salvando grandes riesgos, luchan en defensa de una causa noble y benéfica para el colectivo, no para lo grupal o personal. Por estos rasgos excepcionales, los líderes marcados por el heroísmo despiertan admiración en sus coetáneos y, con el paso del tiempo, muchas veces venciendo intereses espurios, se convierten en modelos a seguir por las generaciones siguientes.
A pesar de que son numerosas las figuras destacadas en la forja y defensa del sentimiento de la dominicanidad, su reconocimiento es escaso, y menos su asimilación como héroes nacionales o locales. Como excepción, vale mencionar a Juan Pablo Duarte, admirado y distinguido sin reservas por sus colaboradores. Así lo muestran, entre otros, los testimonios del trinitario Juan Isidro Pérez, y la decisión de Matías Ramón Mella al proclamarlo presidente en el Cibao. Además, el carácter memorable de su lucha libertadora se afianzó el 27 de febrero de 1867 cuando, siendo presidente José María Cabral, fue nombrado padre de la patria, junto a Sánchez y Mella. Poco después, José Gabriel García, en calidad de intérprete del devenir histórico, e Ignacio María González, como presidente de la República (1876), coincidieron en invitarle regresara y pusiera al servicio del país su experiencia, sabiduría y tacto en los asuntos políticos.
Esta escasez en el culto a los valores dominicanos permaneció desde 1870 hasta 1961. Nada podía esperarse si se toman en cuenta las limitaciones impuestas por la inestabilidad económica y política imperante, el Gobierno Militar de Ocupación impuesto por Estados Unidos (1916-1924) y la vigencia de la dictadura de Trujillo, defensor de antihéroes como Santana, Báez y Ulises Heureaux. Mas, todo cambió con la transición democrática iniciada con el asesinato de Trujillo en mayo de 1961, seguido por golpe y contragolpe de Estado, gobiernos de facto y la segunda intervención militar de los Estados Unidos.
Muchos dominicanos rechazaron con firmeza la degradación contenida en el contexto referido. De ellos, hoy reservo este espacio para Manolo, cuyo heroísmo compite con el olvido, dibujándose en los versos de René del Risco Bermúdez como el recio, el inmenso y el glorioso comandante. Sus coetáneos recuerdan su liderazgo como símbolo de la resistencia contra la dictadura, y aceptan que, a juicio de Rafael Chaljub Mejía: “encabezó una generación de jóvenes que se echó a cuestas la agonía de su patria y desde las tinieblas del silencio y el terror hizo oír su grito de combate y libertad.”
Manuel Aurelio Tavárez Justo (Manolo), nacido en Montecristi en 1931, luchó por el sueño que más atesoran los pueblos: el de la dignidad y la libertad. Aferrado a estos valores soportó el horror de la cárcel y la tortura. Su rechazo al régimen de Trujillo se fortaleció durante sus estudios de Derecho en la Universidad de Santo Domingo, al contraer matrimonio con Minerva Mirabal en 1955, con las lecciones del fracaso militar de las expediciones de junio de 1959, inspiradoras de la fundación del Movimiento Revolucionario 14 de Junio; y con el crimen cometido contra las hermanas Mirabal en noviembre de 1960. Manolo fue cobardemente fusilado en diciembre de 1963 en Las Manaclas por orden del Gobierno de facto del Triunvirato al liderar un movimiento guerrillero en apoyo al retorno del Gobierno constitucional de Juan Bosch, derrocado mediante un golpe de Estado el 25 de septiembre de 1963.
Por su trayectoria patriótica, en abril de 2004, el Congreso Nacional lo declaró como héroe nacional, y mártires de la patria a sus acompañantes caídos en Las Manaclas. Por la ocasión, el entonces cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, ofició una misa en la Catedral en presencia de excombatientes de la dictadura de Trujillo, de familiares y relacionados. Meses después, el 1 de diciembre, los restos mortales de Manolo fueron colocados en el jardín de la Casa Mausoleo Hermanas Mirabal, extensión del Panteón de la Patria, según decreto presidencial de noviembre de 2000, que otorga igual condición al Mausoleo dedicado a los héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo, en La Feria.
Han pasado 20 años de aquel homenaje cargado de solemnidad, emociones y aclamaciones que no superaron lo inmediato. Por eso, salvo el rincón patriótico del municipio de Salcedo, el recuerdo de sus compañeros de luchas y las reflexiones en las aulas universitarias, se siente poco esta institucionalización al culto heroico de Manolo. Aceptemos que la asunción de la memoria histórica va más allá de leyes y decretos, que se estimula con la participación de la familia, la escuela, los medios de comunicación y otras entidades vinculadas a la formación ciudadana. De hoy en adelante, en cada inicio de diciembre se deben recrear en todo el país sus actos por los grandes anhelos de los dominicanos. De no cumplirse esta necesidad, como apunta Minou: Mañana te escribiré otra vez, Manolo, para que dicha recreación recuerde, como escribiera Eduardo Ramos y cantaran Miriam Ramos, Sara González y nuestra Sonia Silvestre, que:
A los héroes, se les recuerda sin llanto,
se les recuerda en los brazos,
se les recuerda en la tierra.
Y eso me hace pensar, que no han muerto al final;
y que viven allí, donde haya un nombre,
presto a luchar, a continuar.