El asesinato de Florinda Soriano (Mamá Tingó) -acaecido en 1974 en Hato Viejo, Yamasá, de manos del terrateniente Pablo Díaz Hernández- ha tenido desde el principio una poderosa resonancia en la cultura dominicana. Puede decirse que desde su muerte ha estado presente en el referente cultural dominicano mediante diversas manifestaciones. De esta manera, Tingó es un referente en el discurso nacional, un punto de inferencia para significar o ejemplificar las luchas de la dominicanidad. Decenas de organizaciones, desde sindicatos hasta cooperativas, se inspiran en su nombre. En la música popular, Johnny Ventura y Luis Días compusieron sendos temas sobre la vida de esta gran luchadora dominicana. Esa presencia también ha pasado a la literatura. En 1977 Haffe Serulle sacó la pieza teatral La danza de Mingo, inspirada en su vitalidad y calvario. En 2001, Guaroa Ubiñas Reville publicó Mamá Tingó. La autora Raynelda Calderón escribió, en inglés, Mama Tingo (She Was), en 2019. Margarita Cordero dio a la luz el libro de reflexiones Mamá Tingó: la Resistencia Campesina en 2021. A esta lista, que se actualiza constantemente, se suman artículos, ensayos de investigación, poemas, canciones, obras teatrales, audiovisuales, narraciones y lugares paradigmáticos.
A esta lista que enriquece el sentido contestatario de la cultura dominicana, se acaba de sumar el libro Mamá Tingó en temblor de agua, de Luesmil Castor. Esta obra nos recuerda que a las heroínas y héroes se les suele colocar en altares y se les posiciona a una altura donde se les pueda rezar. Un poemario con nombre de heroína anuncia oda; pero si se anuncia prosa entonces las discusiones en torno al género (la forma) quedan sustituidas por otra de fondo (contenido y fuerza expresiva).
En el poemario Mamá Tingó en temblor de agua hay dos novedades. La primera es la heroína vista desde la pureza del homenaje humilde de un poeta. La segunda es una prosa al servicio de un relato consumido en la metáfora. La primera nos conecta vívidamente con dos de las más emblemáticas novelas de la tierra de la literatura hispanoamericana: Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo. La segunda novedad, ya una costumbre en otros temas del lirismo, nos conecta con la prosa poética, cuyo cultivo inicial se atribuye al francés Aloysius Bertrand en con su libro Gaspard de la nuit.
Cómo es natural en la prosa poética, la metáfora es la figura de pensamiento que más se celebra. En este nuevo conjunto de poemas, Luesmil Castor se desborda en largas retahílas de imágenes cuyo punto de inicio se ramifica hasta un final inesperado. Está integrado por construcciones en las que, mientras más florece la palabra, más hondo cava emocionalmente el verso en la voz poética.
El poeta rescata de la otrora novela de la tierra precisamente eso: la tierra, la que se coloca en el centro del gran dilema ético de antaño: ¿Es la tierra del que la trabaja o del que la posee? Y justo ahí toda la historia y evolución del derecho a la tierra, que va desde las posiciones más dominantes, donde muy pocos son dueños de casi todo y por otra, la más reciente, donde el Banco Mundial ha proferido la imposibilidad de formar comunidades ecológicamente sostenibles en que los campesinos y campesinas puedan tener tierra para sembrar. En este punto resuenan los inquietantes versos de nuestro Pedro Mir: “Plumón de nido nivel de luna/salud del oro guitarra abierta/final de viaje donde una isla/
los campesinos no tienen tierra”, una especie de estribillo que se expande durante varias estrofas a lo largo de nuestro poema nacional.
En Luesmil Castor también cala la máxima, hasta este punto de nuestra historia nacional, como utopía. En el poema 4, canta: “Aún presiento, que temen tu nombre, el machete, el grito: La tierra no tiene dueño. Es mía si la trabajo y llegó con el eco de tu frase el golpe del susto…”. Y en el poema 2 recita: “Y tú, entre vuelo de espantos cual lechuza los espantos querrás que el granero de las almas bajo el canto: la tierra es de quien la trabaja”. Así, en fórmula de prosa, se toma como modo de leit motiv poético el ejemplo que sembró en territorios de la muerte de una mujer luchadora que se convirtió en un símbolo de lucha dentro de la cultura dominicana.
Florinda Soriano Muñoz (Mamá Tingó) ha sido desde siempre esa heroína a la que este poemario rescata del altar de sus falsos herederos morales para colocarla como protagonista de lo ejemplar. No todo el mundo logra la independencia nacional o “descubrir” un continente o salvar al mundo. Pero hay seres que están invadidos de silencios, en lugares donde no llegan el bienestar ni la justicia. A estos seres, como a aquella sublime mujer de Mamá Tingó en temblor de agua, la poesía se les aproxima y los toca en cualesquiera de sus corporeidades para elevarlos y sostenerlos con el canto.