El que todo mundo se la pase leyendo no significa que la lectura goce de buena salud. Es peor el caso: los malos lectores se multiplican como sargazos en el Mar de los Sargazos.
¿Leer libros te garantiza que seas un buen lector?
No way.
Estar bien al tanto, ya sea la autobiografía de Luis Miguel, las ocho mil verdades sobre Putin o Ucrania o la importancia de superar el cáncer en el alma o un método para írtele delante a Elon Musk no te garantiza que tengas en verdad el derecho a la buena palabra.
¿Qué es un mal lector? Lo defino, por si el amable lector desea pasar a la sección deportiva: es un lector que no es sincero consigo mismo, que no define un yo en lo que lee, que utiliza la lectura para un ligue, algún puesto o la subida en el ranking de la popularidad en alguna mesa de Centro Cuesta Nacional.
Si algo he aprendido en las tres cafeterías donde encontrarás a la Cuesta del Libro es a chequear el tipo de camisa o chacabana, el peinado del personaje, los libros que se llevan a la mesa y a veces, hasta el tipo de café que le pedirás a la colega. Los libros más depositados junto al capuchino tratan de cuestiones económicas, si lo que se toma es un café con un chorro de azúcar, seguramente será algo de Stefan Zweig o el Premio Nobel de turno. Si el jugo es con leche y sin nada más, entonces ya estaré seguro: alguna novela japonesa o algo con precios antes de la subida del dólar o que no haya visto Odalís. Seguro por algo simple: ese seré yo. (Permítanme que me levante el ego o ande privando a menos en un párrafo, oh hipócrita lector).
Si solo lees porque alguien te ha recomendado tus últimos cinco libros, eres un lector malo, por no decir mediocre.
Los lectores malos lo son porque no son sinceros. La lectura no los refleja, quién sabe si por lo más simple: será que no tienen carácter, que leen como ponerse una máscara, demostrar actualidad, información no solo de Wikipedia y claridad en las ideas.
Pero si hay lectores malos es porque también -y tal vez, sobre todo-, porque hay escritores malos, y no solo que los haya, sino que serán la mayoría.
¿Qué hacer entre uno y otro? Lo más elemental: asumir un clásico que no esté en el rango de los centenarios, los festivales ni que sea recomendado por algún Premio Nacional Dominicano.
Hay cientos de nombres que son tierra segura: Rabelais, Rulfo, Montaigne, Kafka, Basho, Rilke, Nietzsche, Cioran, Vallejo, Rimbaud, para solo poner los más cercanos y económicos.
Si solo lees porque alguien te ha recomendado tus últimos cinco libros, eres un lector malo, por no decir mediocre.
Si tus lecturas son las lecturas de escritores premiados de España, estarás más frito que un frito en el Típico Bonao.
Si no has sentido el vértigo, las ganas del trago o pedir perdón o fumar lo que sea después de leer a fulanita, eres un lector malísimo, deja eso ahora, haz tu fila buscando un chicharrón por el Mirador, sé feliz con eso.
Si me sales solamente con libros regalados, oh no por favor.
Los mejores libros son aquellos que te robas, o los que te compras con el dolor de tu alma o los que simplemente lees para convocar tardes hermosas.
Para ser feliz no hay que leer. Pero si quieres leer felizmente, no hay mejor manera que leer desnudos, con un cafecito bueno, con el celu desconectado, perdiendo no sé cuántas llamadas, qué, total, “lo siento bebé”, “Titi me preguntó”, y por ahí María se va.