Con Madres paralelas, la película más reciente de Pedro Almodóvar estrenada en Netflix, tengo la sensación de que ya el director español no tiene nada serio que contar más allá de los clichés manoseados de siempre que se vienen debilitando desde Julieta y Dolor y gloria. Durante las dos largas horas que dura, se encapricha por narrar, con mucho patetismo, un melodrama sobre la maternidad y la memoria histórica de una nación que olvida el pasado trágico enterrado bajo tierra, sin nada revelador en la superficie que me resulte emotivo con las dos madres que lloran entre cursilerías y desgracias novelescas.
En esta ocasión, su trama gira en torno a dos mujeres que, luego de quedar embarazadas accidentalmente, coinciden en la habitación de un hospital donde dan a luz. Una es Janis, una fotógrafa profesional de mediana edad que decide tener a la criatura en su vientre tras la ruptura con el amante arqueólogo que la deja para atender a su esposa con cáncer, pero que, con el tiempo y unas cuantas sospechas, se hace una prueba de maternidad que revela la nefasta verdad de que la bebé no es suya, a pesar de que la sigue criando como si lo fuera por su fuerte sentido de responsabilidad maternal. La otra es Ana, una adolescente tímida que intenta superar el trauma de haber quedado embarazada a una edad temprana y sin la experiencia adecuada para ser madre, aunque encuentra consuelo en la madre adinerada que anhela ser actriz consagrada y en Janis, que la anima a seguir adelante y con la que, aparentemente, desarrolla un vínculo muy cercano que termina en una relación amorosa de carácter bisexual.
Todo el asunto sobre la maternidad se desarrolla partiendo de la verdad (de los infantes intercambiados por equivocación) que Janis se niega a revelarle a Ana para no herir más sus sentimientos, pero también por la fuerte angustia que siente al saber que su hija verdadera falleció súbitamente en manos de ella. De una manera muy patética y hasta previsible, Almodóvar procede a relatar la desilusión de las dos mujeres con la estética que ya es un capricho personal, en la que abundan los coloquios en los exteriores de cafés con fines turísticos y en los interiores elegantes decorados con colores pasteles; el uso psicológico del color rojo que refleja la pasión y la calidez; la elipsis que lleva hasta el paroxismo para construir la telenovela a base de coincidencias y de situaciones insustanciales que extienden los episodios cotidianos sin ningún impulso dramático.
Los golpes de efecto son bastante blandos, reduciendo la narrativa a los mismos diálogos inanes que buscan desesperadamente la nota lacrimógena para interrogar, a través del sufrimiento maternal y algunos paralelismos, el dolor ocasionado por las víctimas perdidas de la guerra, los hijos simbólicos de una nación herida que necesita desenterrar el pasado aunque sea una vez para reconocer lo que se perdió. No hay variación que justifique el enfoque didáctico, ni un atisbo de intimismo que amplíe el espectro psicológico de los personajes femeninos. La actuación secundaria de Milena Smit me parece puro adorno, prescindible por momentos. Pero destaco, eso sí, la interpretación creíble de Penélope Cruz como la madre soltera herida por lo que ha perdido, aunque la he visto en otros trabajos del manchego con mejores resultados.
Ficha técnica
Título original: Madres paralelas
Año: 2021
Duración: 2 hr 03 min
País: España
Director: Pedro Almodóvar
Guion: Pedro Almodóvar
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: José Luis Alcaine
Reparto: Penélope Cruz, Milena Smit, Israel Elejalde, Aitana Sánchez-Gijón,
Calificación: 5/10