Preludio

A distancia de lo inexplicable, dentro de una dimensión razonablemente lógica y, aun así, más allá de las fluctuantes inherencias puestas como redes entrelazadas al quehacer cotidiano, sobrevive la materia asociada en vértebras y fibras, la que responde a articulaciones de energía en torno a aquello que abrazamos como magia en la luz. Desde esa pirámide, si se quiere, surrealista con la que muchas veces dejamos en ebullición permanente la realidad de lo que somos en atadura de un cuerpo que, adoleciendo de aquello, luz, no es más que una caja vacía, hallamos metafóricamente, en el aterrizaje primario de unos poemas sensibles, la ascensión a la belleza por medio a la construcción de vidas evolutivas dentro de la mencionada materia, pero también fuera de ella. Es, a nuestro sentido de ser, donde abreviamos con estas palabras insuficientes, a lo mejor desde un punto de vista pragmático, simbólico del lirismo vanguardista de la escritura en acciones y contenidos, que detenemos nuestro mirar hacia los diversos campos magnéticos en que vibra la poesía de Sally Rodríguez, sin dejar de lado el ser lo que es: existencia misma en cuerpo que, a la hora de la primera muerte, se transforma y sigue siendo partícula de energía trasladada a un universo sostenido por una particularidad colectiva e individual, como se advierte en el poemario Luz breve.

Acotación

Un inciso a este escrito por un designio de los seres de luz, es lo que asumo, se me fue designado a ser, en ciertos momentos de su producción, editor de los poemas de Sally Rodríguez, Animal sagrado, 2013, el primero, y ahí tuve la oportunidad de conocer
la realidad que ella, de hilacha en hilacha, iba construyendo mientras la iba conociendo.

Reproduzco el primer párrafo de ese escrito:

Sally Rodríguez, poeta desde el mismo inicio. Todavía hoy permanecen temblorosas sensaciones de sus versos publicados en periódicos nacionales. Y cuando algo así ocurre es porque existe una razón verdadera; la existencia de imágenes instaladas en la memoria de lectores. ¿Qué había en aquellos poemas?; una claridad inusual, una transparencia tocable, atributos que dan paso a una condición intrínseca, a un mecanismo expresivo que permite una limpieza en el verso y se aloja en el asunto que se poetiza.

Umbral

Tres planos o espacios, propios de la tradición, las estructuras esenciales de todo escrito imaginado que, como tejido expresivo, opera entrelazado en naturales confabulaciones, mas en este poemario, Luz breve, esos tres planos estructurales, recursos, operan como tal, pero permutados con una naturaleza que obedece al impulso del pulso de su autora.
Estos tres planos: el ángulo desde el que se poetiza, el espacio en que surgen y descansan a la vez los asuntos y el tiempo, viento que va y regresa, remolinando sobre el viento mismo, que tiempo es, el de las tres, reconciliadas en el patio, en el mirar ventana y el tejer lienzos e historias. Y así fluye el tejido fónico, el tramado de situaciones, la insistencia del sugerir, a contratiempo: lo que finaliza, constituye el comienzo, y este, lo que se inicia. De esta forma, el comportamiento del ángulo expresivo, bifurcado en su estado estático, genera un paralelismo y se eleva al recuperar los pormenores de los seres humanos que dan vida a toda partícula que conforma la materia, de esa materia palpable y no palpable de la que en un principio nos referimos.

Sally Rodríguez.

Sally Rodríguez nos conduce a estos ángulos que representan los tres personajes de la historia poética. Por su significación para este trabajo, y más porque nos reafirma nuestro parecer en cuanto al valor de una prosa llana, cargada de imágenes evocativas de un pasado que ya fue, pero que late en la superficie de su morfología, es que reproducimos el siguiente fragmento:

Desde mi árbol de infancia, mi árbol de cerezas, he querido reconstruir una memoria sobre la vida de mi abuela, mamita. A veces, debo decirlo, no es ella la que vive, sino Esther, mi otra abuela, mi otra casa donde suelo volver. Esos patios, esas cocinas, esos espacios de infancia se confunden a menudo y soy yo misma talvez. Recojo con amor sus rostros. También recojo el rostro de mi madre, para ser todo un mismo árbol, un mismo sueño, una antigua y humana luz que renace y tiñe de ternura las ventanas.

Así las cosas, multiplicadas y evocadas, no solo recurso es en estos poemas, también substancia con igual categoría; casa, patio, cuarto, cocinas, galería, ventanas, sala de estar, mecedoras, máquina de coser, hendija por donde entra la luz y se filtra el mirar, jardín, el cerezo en flor, la mata de naranja antigua, la tinaja, los cacharros de barro, la fuga de olores, los retenidos colores, igual en otoño, los pájaros que picotean frutos, los trastos, las vasijas acoradas en las paredes, los cacharros de barro donde reposa el agua de lluvia abrevada, las mecedoras y el silencio, el perro que bosteza la hartura echado por ahí: inventario de las cosas con la que habitamos: hermanos en tiempo y espacio.

Plenitud y claridad en unas evocaciones, carne de recuerdos, que el presente tiempo, ahora que el lector entre al tejido de estos poemas, trae del pasado lo que el presente es con vigor de existencia.

Y dos tiempos sobre los espacios gravitan, sobre el espacio en que se vivió y se construyeron los asuntos, las experiencias, y sobre el que en memoria se vuelve a vivir esas historias en la escritura que fluye en el papel a luz de lámpara interior, a luz en los instantes y los instantes en que las palabras saltan y se entretejen revelando los impulsos y misterios que dictaron a ser en el instante en que memorias se hicieron y en el instante en que Sally escribe; y así, adviene las texturas, los matices, el viento, las lluvias, los colores, lo muy blanco, así los claroscuros y lo oscuro, las realidades todas que historias personales son en un ahora. Esto que escribe, y esto que alguien lee.

Y aquí descansa, a mis ojos y conciencia, las gracias expresivas de Luz breve de Sally Rodríguez, un tejido de exactas palabras en que se contrapuntea, fervorosamente, lo que fue y lo que es en imaginación y palabra.

Ahora, dejemos que sean los poemas, en una muestra de ellos, los que se muestren y justifiquen, pues únicamente ellos responsables son de pervivir o ser olvido. Este itinerario de lectura, yo los justifico y en ello, me justifico.

Los poemas


Mamita cose sus visiones
Pega botones, renueve gavetas
Desata el olor
De los sueños guardados

La primera voz, el personaje primario, la que engendra, la germinal, la raíz de la genealogía, la abuela que, en un presente, a plena luz, a verdad, inicia el viaje hacia la vida de ella, de la otra y la otra, cumpliendo ritos, de lejos, lo trazado, esta que ahora es, también y la otra que se cumple en un presente en el que se evoca, se memora, y el vivir prevalece en la niña, la mujer adulta en en la raíz misma:

casi niña/casi nube/con trenzas y ojos
vegetales, las brasas que arden, el descenso y el ascenso, juntos,
la procedencia y el florecer: cántaro fresco/virgen.

Retazos de eternidad

Virgen en sus líneas, nos regresa a esa infancia que siempre marca, signa la suerte que espera, o inicial eso que ha de ser cumplido por ruta del destino. Y todas evocaciones están renovadas en un frescor, un olor, una tibieza que suya es entera, mas como acontece la verdadera, única y cierta, poesía y ella nos la ofrece, y nosotros asentimos, la acogemos, la hacemos nuestra, y entonces el milagro es, cumpliéndose la segunda ley
de la poesía, subrayada por Carlos Bousoño, el asentimiento, y salieron de nosotros, del corazón y las manos hacemos sangre estos poemas, y son ya en memoria, la historia del cuerpo en el que había, en temporalidades la eterna, ese soplo que se eleva, después de todo, en dirección de destino único.

Y esta es Sally Rodríguez en estos trazos de eternidad, la eternidad misma de las cosas simples que habitaron y habitan los días en el trajinar ordinario de esos mismos días. Y así, ella, y en ella nosotros: lo creado, sí es, es en lo otros.

Toda la noche he encendido mi lámpara
y he viajado al río
por nuevos cántaros

A Sally, tocada por seres de luz, todo se la da en plenitudes, en agua limpia, en flores y olores buenos, por ejemplo, esta forma expresiva, que bien puede verse como gesto de impericia, y ocurre, lo contrario. Las frases verbales aquí no molestan pues la integridad o totalidad del poema, y diríamos más, del poemario entero asumen con total naturalidad esta forma reiterada en cercanía, pues el tono, y el interno ritmo envuélvelos en ese
fluir sonoro que apaga toda posible disonancia.

Y entremos al tejido de este poema, en brevedad, Y he viajado el río/por nuevos cántaros. No solo hermosos, estos versos, transformadores, como exige la gran poesía, donde nos encontramos ahora nosotros, y aquellos, destinados a encontrarse con ella.
Aquí la modificación de un decir asentado en la tradición, el asentamiento del otro: el río, el agua, siempre ahí, mas la modificación, el procedimiento retórico por excelencia, le adjudica un dejo, un gesto, una levedad de sentido: nuevo; no es el cántaro, la vasija: el agua, líquido de vida, ineludible, indispensable, pero aquí esa agua es nueva, siendo la misma; el líquido que ampara los hueso, sangre; y la memoria, la historia, en totalidad de ser: la vida y nueva, cuando suya es, por sucesiones. Estos versos dan cierre a la construcción, Mecedora en sombra:

Los cocuyos del alma
Presurosos ascienden
El bosque la noche
Entreabierta

Este poema, estos versos, nos remite directamente a su libro Animal sagrado, en que se compila sus poemas anteriores a esa doble risa que el rostro no puede ocultar, que delata la dulce picardía intencional del dibujo. La risa se hace en lo adentro, y bien se sabe ser y lo que puede desatar esa condición sobre los otros.

Graficar insinuaciones que provocan y convocan: una razón de ser de la poesía de Sally Rodríguez que la empareja, desde Safo, la griega, con la tradición, con las mujeres, con las singulares, que poseyeron y poseen el don de decir sin decir, lo que se dice entero: un pliegue, un doblado, y todas las emociones desatadas en los nervios de la carne.

¡Qué acto sexual, humano, como todo acto legítimo de amor, se transparenta y trastrabilla en este poema que, en lo inmediato de la línea, corresponde a un habitual trajinar de ella y de ellas, y de ella misma en esa casa vegetal donde la niñez, en
juego, queda atrapada en ese imaginario que adulto se transforma en un acto de amor, consciente y gozoso, en una escena donde una intertextualidad merodea en memorias, sensaciones, juegos de manos y tacto y roces, privilegio del sentir y desear, imaginario
reclamado por un imperativo ardor de la carne inquietada.

Deambulo en mis jardines
En laberintos que no terminan

El jardín, el otro espacio del espacio, la prolongación del interior o, mejor, el otro interior del espacio vital del vivir. Y que la alfombra de recuerdos en este tejido, el poema, es final y reverso, vuelta a esa extensión de sitio, rastro de infancia. Necesaria evocación para redondear la imagen, el poema, que es la vida, igualmente, en palabras y memoria; de ahí vuelven los pájaros a picotear, porque el drama, lo trágico también mora en lo más
inocente, la infancia, el jardín. Vuelta después de ir, y después de regresar, ido ya todo, así un trazo de mujer que se regresa a ese sitio envuelta retazos, pedazos de ser, dejado en el otro, el otro, y la vida ya solo se resucita, ya sin más. No tocar, él se expresa por nosotros:

Cruzar la tarde

Cae la tarde
A lo lejos algún beso
arde y muere
El viento de la nada
me arrastra
hacia ninguna parte
Hay líneas que he cruzado
sin regreso
Al fondo de mí misma
puedo ver
la ceniza

la soga iluminada
y el agua tiernamente lloviendo
inútilmente

Este es un exacto ejemplo de que hay poemas que lo mejor es no tocarlos, dejarlos en su integridad fónica, en su ritmo propio de lo que se poetiza. No requiere de indagaciones para ser en extensión de sugerencia, hay que dejarlo como saltó del pulso, no violentar su calma, su sosiego, su existencia morfológica, dejarlo así, con el talente sintáctico que las vértebras, dejarlo con su talante, como el viento que se desplaza con su naturaleza de viento, con su resplandor sobre el espacio amplio que cobija la tierra. Si dejarlo en los ojos del lector, en los lectores del fluir del tiempo.

Y nos regresa, como nos regresa siempre cuando nos encontramos con un poema-poesía, a Juan Ramón Jiménez, y a aquel poema inicial de Piedra y Cielo. no la toque ya más, que así es la rosa, el poema, la belleza. Y a esta concepción responde en su totalidad Luz de la tarde, y con él, en su talidad, Luz breve.

Ahora, en el proseguir de este escrito, reproduzco el siguiente poema en totalidad porque en el recupero la esencia temática del poemario: las tres mujeres en el tiempo. Aquí se encuentra las tres, abuela, madre, hija, en contrapunteo, en reversa. En la herencia viva: la sucesión. Los tiempos de un solo tiempo Un momento del poemario que en viento doble: remolinea y remenea las hojarascas

Antigua luz

Vengan todas las que soy
Coronadas de hojas secas
Inclinemos nuestro ser

Arrodilladas recemos
Cerremos la puerta ya
Oigamos la marcha afuera
Oigamos cómo cuelga un candil
como cae al vacío
Lo perdido se disuelve
en neblinas
en luz antigua
en espejismo
Ahora cerremos los ojos
Entremos

Y anclamos en ella, la de este instante, tiempo en que escribo y el posible bondadoso lector. Aquí se asienta lo múltiple, y una, únicamente, raíz única, sola, que se desgaja en mucho en su contemporaneidad de ser. Ella es ella en ella: la que ajetrea en la casa, la
que invoca costumbres, historias; y la que hace sus historias, y la que teje y desteje y cuenta y narra, escribe, no de las otras, de sí misma. Es la singular, la que va tras la luz breve, con conciencia de ser en sí y en la otras inevitablemente, en carne, en sueños, en búsquedas y soledades. Ella, la mujer, graficando versos, ella que a los ojos del otro se disuelve en belleza y agudeza. Ella, rosa de una memoria que se levanta hasta vida, hasta la muerte, la otra vida que espera, como ya la abuela, como ya la madre: Ahora cerremos los ojos/Entremos

Bodegón con humo y pájaros

Estoy embarazada otra vez
sentada frente al humo
que me habita
frente a esta mesa desolada
como tórtolas perfumadas de viento
El techo arde
Arden pájaros…

Nos detenemos en este poema, como siguiente, Turbulencia, pura abordar un recurso en Sally Rodríguez que es proverbial: la adjetivación. Veamos este uso: dos adjetivos cercanos, desolada y perfumada. Y más, gerundios, los dos en terminación iguales: ada y ada, lo que terminación fónica y cercanía en la cadena sintáctica, podría fácilmente conducir a una inexpresiva asonancia, lo que no ocurre, y esto no sucede porque la magia,
el acto poético recaer en los sustantivos escogidos para aplicar el recurso es tan fuerte, tan radical la relación que se establece entre los términos: sustantivo y adjetivo que la posible ociosidad se anuda ante el efecto esencialmente expresivo: mesa desolada/tórtola perfumada. Aquí no hay suerte, se le dio esa forma, hay plena conciencia y magia también, en el mismo poema esta adjetivación se mantiene, y se le agrega ese empleo del verbo arden donde la reiteración se hace norma como acontece con la misma raíz en nuestra lengua. Y hay conciencia porque la sistematización se asiente en el mismo poema con el verbo arden y en el siguiente, igualmente, y, súmesele, el comportamiento en el poema y en el siguiente, con lo que ejemplificamos, pues a lo extenso y largo del poemario Luz breve, ese uso tan propio de ella se mantiene con soltura y propiedad.

Así, pues, en Luz breve habitan juntos, como acontece con legítimo literario, todos los tiempos, las necesarias palabras en sus exactitudes, en sus intrínsecos componentes: lo fónico y morfológico, lo sintáctico y semántico, lo visible inmediato, las palabras precisas en el tejido, que tejen en el encadenamiento ora encimados, ora en yuxtaposiciones, ora en contrapunteos, ora en artilugios que imponen las situaciones que se poetiza, como,
ejemplarizando la adjetivación tan distante de normativa, rasgo distintivo de Sally: sus adjetivos son su sello distintivo. Y todo ello en precisión y puntualidad, univoca forma de alcanzar la necesaria ambigüedad: la naturaleza del acto poético.

El espacio, el tiempo: estancia para conjuntar historias, emociones, aspiraciones, frustraciones, e igual que el ángulo, el espacio. Y para cerrar este escrito, quiero subrayar, dejar bien explicitado, lo siguiente; este libro es una lección del poetizar verdadero,
lo que enseña el ejercicio en la historia tendida, que se entibian en los grandes libros, que se encarna en los poeta, hombres y mujeres que conversan con la naturaleza, lección que a diario advertimos al leer el Salmo 23, por ejemplo, Jehová es mi pastor, nada me faltará,/En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de
reposo me pastoreará. Y estos versos del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, raíz del poetizar en lengua española: Mil gracias derramando/pasó por estos sotos con presura/yéndolos mirando/con solo su figura/vestido los dejó de hermosura y desde luego, en la oración mayor: Padre Nuestro que está en los cielos.

Y en los elegidos poetas universales: Dichoso el árbol que es apena sensitivo/ y más la dura piedra porque esa ya no siente. (Rubén Darío).

¡Que dé común hay entre estos poetas, en estos libros sagrados?: la palabra, el uso de las palabras, de todas las palabras, las perdidas y las que están a flor de labios, las extraviadas, las escondidas, las gastadas, las palabras fantasmas, las maltratadas,
las humillada, las enterradas, las muy viejas y las muy nuevas…

Y hay algo en común, los ya señalado por Ángel Crespo, poeta es aquel que encuentra los sentidos que laten en las palabras comunes, y este libro, Luz breve de Sally Rodríguez es un perfecto ejemplo.

Una nota: hasta ahí este escrito, mas ocurre inesperado. El celular de pronto se abre, y en la pantalla leo: ¿Qué es la poesía para el premio nobel Louise Gluck? Me detengo, me interesa lo que llegó por su cuenta, por el nobel, sino por la experiencia que cargo de unos poemas de Louise Glucck de su libro Ararat lo que me asombra es que ese escrito se publica en ABC Cultural con esta nota de procedencia temporal 25/07/2023, Jaime Siles,
poeta. Y esto ocurre, precisamente, unas horas después de nuestro párrafo de cierre. Y el texto es este:

Como Séneca y Quevedo, Louse Gluck conversa con los difuntos esperando, como Cernuda en “a un poeta futuro”, hacerlo un día con los aún no nacidos. Así lo expone en el
primero de los ensayos de su libro “Demostraciones y teoría”, 1994; “La educación del poeta” en el que traza un significativo recorrido por su memoria y las obsesiones que la llevan a escribir: la preocupación por la palabra, la predilección por el vocabulario sencillo, el interés por la paradoja, el modo preciso en que el habla es capaz de articular la percepción, y, junto a ello, una serie de confesiones biográficas sobre su familia, su
temprano conocimiento de la mitología griega, su sentido de la tradición y de su lengua, la sintaxis como ordenación del pensamiento, la escritura como de conservación, su anorexia la necesidad de construir un yo plausible, y como a los 18 años se inscribió en el taller de escritura literaria de Leonte Adams en la Escuela de estudios Generales de Columbia.

A este escrito le llegaron del cielo estas consideraciones sobre la poeta norteamericana Louse Gluck, que hago mías, y las adjudico a esta poeta dominicana, y más aún, a esta poeta mocana; y más que lo geográfico, Sally es una poeta de la lengua, del sueño y el ensueño, del infinito universo.

 

Agosto, 2023