(A Félix Olivo Peña, con profundos afectos).

Fotografías cortesía del amigo José (Joseíto) Güichardo.

Luis Días, además de ser una máquina creativa de escribir canciones, era en la oralidad y la discusión, una máquina todoterreno.   Eso lo pude confirmar una noche, hará más de una década, en mi apartamento de New York cuando compartía unos tragos con mi amigo “de padre y madre Luis Terror Días”.

Aún en mi mente está como una postal que el tiempo no borra el siguiente paisaje: Era en el piso 28, las ventanas permitían una panorámica del puente George Washington Bridge y del río Hudson. La neblina conspiraba casi ocultando la visión, pero se apreciaba como una escena de la novela El Proceso de Kafka.

A Luis lo observaba como un monstruo enjaulado en aquel mundo. En una mezcla de tranquilidad con un nerviosismo secreto a punto de estallar. Para consolarnos de la soledad reinante, como era habitual, nos teníamos el uno al otro, en hermandad protectora. Y lo que resultaba salvador: en la nevera cervezas, y a flor de labios temas que discutir, cosas sobre las que abundar.

Luis tocaba la guitarra como loco. Literalmente. No acostumbraba a tocar ninguna de sus canciones,  y yo respetando eso, jamás hacía tal pedido. Terror tocaba canciones de Nat King Cole, y algunas piezas de jazz de Charlie Parker, Thelonious Monk, y algunas de blues de BB King, y Eric Clapton.

Yo curiosamente, como tigre que salta a oveja en medio del bosque, le pregunté: “Para ti, ¿cuál es el mejor cantante de todos los tiempos?”. Sin pensarlo, me respondió: “Carlos Gardel”. Explicó, en lo sucesivo y en ráfaga que no admitía duda: "Porque cantaba en todos los registros".

En ese momento pensé en Gardel, sus canciones que escuchaba siendo un niño, época en que nació y floreció mi amor por el tango. También recordé mis años de estudiante universitario, las noches que iba con mi hermano al restaurante El Gaucho, del malecón, en los años 80 a escuchar a Fernando Leiva, gran representante de la tierra de la eterna Pampa en el trópico que arde.

Recordé también cuando  iba a escuchar tango al Che Bandoneón, el restaurant de Don Eliseo, en la Zona  Colonial. Ahí sentí a Gardel a mi lado, amparado entre vinos chilenos y empanadas argentinas, ahí amé el tango, no el tango instrumental de principios del siglo XX, que Jorge Luis Borges defendía como puro y que lo llevó a acusar a Gardel de haber destrozado esa melodía poniéndole letras y cantándolo.

Para Borges el tango no era para cantarlo, y yo prefería el de los arrabales que “se  elevó buscando el cielo”, como dice el canto de Gardel.  La voz de Luis, y su opinión certera que aún taladra la memoria, me despertó de ese  maravilloso sueño, cuando escuché a Luis cantar.

Escuché lo que para mí era algo extraño: "Tú quieres dormir, y yo quiero andar, la noche es para un largo viaje y hay que llegar". Se detuvo a mitad de la canción, puso la guitarra sobre el mueble y tomó un largo trago de cerveza. Y del que canta al que teoriza, pasó sin miedo:

“Esta canción la escribí, para ser cantada en todos los registros, es un ejercicio para los que estudian canto, es un homenaje a Gardel”.  En ese momento tomó otra vez la guitarra y volvió  a cantar: “ansiedad de tenerte en mis brazos suspirando palabras de amor“.  Una canción escrita por el venezolano José Enrique Sarabia, otro grande de América Latina, pero la entonaba como la cantó Nat King Cole. Yo camine hacia la ventana para mirar la noche,  el puente y el río, como si no existieran, y mi mirada se perdió en la melodía del Terror y su guitarra.

Hoy que ya sé que aquella máquina creativa que era Luis Días llegó donde debía, siempre brillante, dejando al cancionero dominicano un legado imborrable, lo recuerdo perorando sobre Gardel, y sosteniendo yo un trago fuerte en las trémulas manos.