Poeta por la gracia de Dios o del Demonio, y por la gracia de la técnica y del esfuerzo. (Federico García Lorca)
Luis Alfredo Torres (1935-1992) fue un poeta de largo aliento al escribir Los bellos rostros y Canto a Proserpina, dos joyas de la literatura dominicana. En estos poemas antológicos dilucida las notas peculiares del verso libre. Los valores rítmicos de estos contienen una visión creadora muy personal.
Su ingente esfuerzo imaginativo nos introduce a un mundo donde la historia de la vida humana adquiere un singular pensamiento literario, todo un anclaje que nos lleva a la modernidad y a un simbolismo estético que valida el discurso en los niveles más altos.
En su tiempo fue valorado por la crítica especializada e imparcial como uno de los mejores poetas de la literatura dominicana, pero, con el tiempo, es evidente que su labor literaria ha sido relegada por la nueva crítica. El contexto poético de Luis Alfredo Torres se cifra en el Romanticismo y el humanismo, en gran parte por la inmersión de sus poemas de calado emocional en el estilo de san Juan de la Cruz, Lautréamont y César Vallejo.
Escribía con osadía y, por tal motivo, sus poemas son delirantes y de un deseo amoroso ardiente por la fuerza que convidan y las situaciones secretas que revelan. No hay duda de que Luis Alfredo Torres poseyó una fecundidad imaginativa en la que no da tregua al laberinto de los sueños. Nunca se vio atrapado por conceptos algunos al entender que la creación poética debe ser pura e irracional.
Pero también hay en su poesía una luz que ilumina sus elementos y que la hace mágica, prodigiosa y recurrente en sus metáforas. La insinuante metafísica de sus poemas consigna una centrípeta fuerza en su dinámica y razón de ser. Dos elementos que afirman su actitud ante los fantasiosos sueños que sobreviven a la atmósfera que sacude el alma.
Sus poemas fulgurantes y de depurada técnica se habitúan a su realidad traumática al estilo de César Vallejo. En una palabra, se someten a su angustia enferma que lo onírico forma como remolinos espaciales y marítimos porque hacen de su existencia un dolor absurdo y sin tregua.
Mas, en resumidas cuentas, lo festivo juega un papel que da consistencia a lo genuino, porque el poeta Luis Alfredo Torres fue un poeta original que en su expresionismo y romanticismo estético provocaba un oleaje de alegorías.
Su amplio universo poético denota, sintetiza y declara una identidad subsumida en su versificación irregular, es decir, el verso libre acusa, también, una síntesis del lenguaje que se manifiesta en una entonación intimista de contenido idealista y existencial.
Veamos lo que expresa en el poema “Motivo de eternidad”:
Quiero ser algo sin nombre en tu camino,
algo más que el soplo azul que presentiste.
Y a modo de un bálsamo divino,
cuando estés callada y te sientas triste…
Algo más que un perfume que se va y que vino,
algo más que una ilusión fugaz y leve:
yo quiero tenderme en tu destino
como un copo de lo eterno y de tu nieve…
No busco el amor superficial y breve.
Temo que puedas olvidarme si partiera.
Y me refugio “bajo el ala leve”
que te da los vuelos y la primavera…
Déjame ser rocío en tu sementera
y llévame en tu sueño más que nunca.
Porque si te das y no te das entra,
solloza el deseo y la vida trunca…
Como puede observarse, el poeta transmite un impulso intimista que se integra a la ilusión del deseo sexual. Declara que no busca un “amor superficial y breve” y por esa razón apela al destino como una forma de lograr su aspiración, que no es más que auxiliarse en la repercusión de la necesidad subliminal que produce el sueño, su vigilia y fantasía.
Por ello, se sitúa en la dualidad existencial: “Porque si te das y no te das entra”, “solloza el deseo y la vida trunca”. He aquí el dolor amoroso o sexual reprimido.
En consecuencia, Luis Alfredo Torres, en su imaginación poética, construye una motivación propia de los que sufren de manera pura y prolongada. De ahí que confiese que “no busca el amor superficial y breve”.
Luis Alfredo Torres fue un gran admirador del poeta francés Paul Valery, quien llegó a decir que:
“La misión del poeta y del artista es embellecer el mundo. En el turbión de tantas vicisitudes, ya no es válido el principio del arte por el arte mismo. Lo bello, necesariamente, ha de conducir al Bien”.
Por ello, cobra fundamental importancia el pensamiento de Valery cuando dice: “¿Qué enseñamos a los otros hombres al decirles que no son nada”?
También llegó a frecuentar los altares de los poetas Paul Claudel, Luis Cernuda y Vicente Huidobro, cabalgando con ellos los magníficos vuelos de la creación artística. Es por esta razón que Luis Alfredo Torres fue un poeta de una sensibilidad contagiosa, que responde a una cabal fidelidad y que compendia un lenguaje espontáneo, rebozado de un archipiélago de imágenes y metáforas.
Su poesía rezuma un placer estético de alto relieve que anima el espíritu y refuerza su contenido y su vida. Ejemplo de ello son sus poemas Los bellos rostros y Canto a Proserpina, por sus metáforas polivalentes y su jugoso lenguaje. Poesía honda en sentimientos, en belleza, entonación y fecunda imaginación, lo que pone de manifiesto las hermosas palabras del escritor e intelectual Juan P. Ribas, quien fuera presidente del Instituto Panamericano de Cultura, cuando dice:
“El artista ha de hablar a la imaginación y al corazón del hombre. O no es un artista. La humanidad tiene, como nunca, necesidad de poetas. Poetas, cualquiera sea la sustancia de que se valga para la poesía”.
Y agrega:
“Así surge limpia la misión del artista. Ha sido dicho que el hombre es mitad luz y mitad sombra, mitad ángel y mitad bestia. Ha sido dicho que es la escritura que está a mitad de camino entre el átomo y la estrella”.
Cándido Gerón en Acento.com.do