El epígrafe arriba expuesto, es un reflejo de la consagración suprema de la poesía como concreción del sujeto en su estado creativo. El poeta busca la esencia de lo que nombra, para luego llevarlo a una realidad más trascendente. Precisamente, eso es lo que ha hecho Juan Gelabert en su poemario Lu-patao (2016). Pero, desde el punto de vista del autor, ¿quién es Lu-patao? Es el nombre que nuestro aeda ha elegido para llamarle al personaje único y principal de su poemario, el cual describe de manera grotesca e ironizante:
(…) Lu-Patao era y es el referente de la prostitución y el escape del súper macho dominicano, entre las décadas de los 70 y 90. Decir Lu-Patao, en esa época, era adentrarse a los bajos mundos de la promiscuidad masculina. Y en la pasividad de la mujer dominicana, para soportar todo tipo de vejámenes y abusos, tanto físicos como morales y espirituales.
Lu-Patao era una mujer regordeta como las mujeres de Botero, que con caminar cansado, rostro de malévola, matrona de la disidencia familiar, y promotora del sexo pagado, dirigía un cabaret de mala muerte, en ese entonces, en las afueras de la ciudad. Uno de los lugares de mayor incidencia para el sexo sin control que exhibía las más horrendas escenas de amor simulado, sin compasión y con la única intención de manipular la incapacidad de ser de esas pobres mujeres de la época que huían del campo a la ciudad.
Juan la nombra así, pero por estos lares la conocemos como «marpiola», disfruta de iguales características. Normalmente, carece de los atributos físicos y educativos que poseen las demás. Su supuesto don y trabajo, desde luego, es vender y controlar a sus presas sexuales; incluso en algunos casos, son las dueñas de las «barras» o «cabareces». Ambas poseen algo en común, tienen sus «chulos», terminología también utilizada para los hombres que viven de las prostitutas. Aunque es el oficio más viejo de la humanidad, en la contemporaneidad se ha modernizado e industrializado, hasta sus terminologías han cambiado: hoy las mujeres son trabajadoras sexuales o «chapiadoras»; las «marpiolas» son empresarias y los «chulos» empresarios. Antes los lugares, bebidas y placeres tenían nombres más propios, auténticos y creativos: «Zoila», «El Sótano», «El Bambú», «El Busudero», «La Almendra», «La Rotonda», «El Encuentro», «José Nazar», «La Sorpresa», «La Valerio», «El Tropical», «El Bombillo Rojo», entre muchachos más.
Lu-patao es un texto terriblemente desgarrante, cruel y alucinante: nos alumbra y nos deslumbra en los oficios de la sexualidad, para mostrarnos nuestra propia desolación humana. Inevitablemente, el poeta se ve obligado a desgarrarse en las vísceras del recuerdo y el lenguaje, reconstruyendo espacios y resonancias.
No es un texto para lectores vacilantes ni metafísicos, empobrecidos en los linderos de las deidades engañosas y prestablecidas, en los paradigmas fangosos en que habitamos. Charles Baudelaire (1821-1867), maestro indiscutible de la poesía maldita, usó las flores para cantarle a la maldad y a la podredumbre humana de su época. En cambio, Juan Gelabert utiliza las amapolas de la prostitución y sus crueldades, amparado en el bajo mundo, donde, alguna vez, la mayoría hemos habitado.
¿Quién de nosotros podría negar que en algún momento de su vida ha sido Lu-patao? De una u otra forma, lo hemos sido, no sólo en nuestra iniciación sexual, sino también en la adultez y la vejez de nuestra depravación carnal. El sexo es la razón primera de la vida, todas las especies se reproducen por medio de la sexualidad de manera natural. Es decir, la humanidad existe porque las criaturas tuvimos la necesidad de reproducirnos sexual-mente, donde esto no acontece no hay posibilidad de existencia de ninguna especie en el planeta. Aunque hoy existe la clonación como proceso de reproducción en algunos animales, todavía está por verse si ese experimento puede llegar a concretarse en la raza humana.
Juan Gelabert va construyendo y contextualizando mediante un medio-metraje poético, donde nos revela la rebeldía de la sexualidad y sus complejidades sociales, una sociedad que puede ser la nuestra o de cualquier país del mundo. La prostitución no sólo es un negocio universal sino uno de los más lucrativos del planeta, tan económico y complicado como el de las drogas. Hay redes que se mueven tanto en los países pobres como en los ricos en el mundo: siempre se ha dicho que la prostitución es el primer oficio o trabajo de la humanidad.
El poeta va haciendo un recetario de la sexualidad, donde se hace depositario de las historias más adoloridas de la prostitución, para que cada día de la semana haya un menú diferente de la gastronomía de la sexualidad, donde teje los escondrijos y desteje sus perversas atrocidades. La prostitución es ocultada y ejercida, la mayoría de las veces en las faltantes porcelanas de la sociedad, que la alimenta, la sostiene y la sepulta. Juan descubre sus encubridores a través de un universo simbólico, demostrando que la poesía todavía puede ser una fuente de luz dentro de tantas tinieblas humanas y sociales.
Lu-patao denuncia y cuestiona para luego levantar la poesía a unos niveles estimulantes. Detrás de su cotidianidad, no sólo hay una narrativa discurso-poética, también hay un submundo que se va forjando desde los sujetos hablantes. El poeta, como un pensador simbólico, va creando un universo de haceres y decires, por medio de las imágenes y las metáforas. Es decir, el poeta es una criatura viviente que hace de sus sensibilidades pensamientos. Es de ahí, que la poesía sea, en definitiva, un decir que se hace, como una vez refirió el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz.
Lu-patao nos conduce y nos abre los espacios de la crueldad humana, desde los entornos y los sinsabores de sus ejecutoras y ejecutantes. Su cotidianidad es vivida y reconstruida, a través de pretextos y contextos de los espacios vivientes e imaginarios: en las afueras de una ciudad-mundo que se diluye y se descompone. Juan Gelabert nos hace penetrar en los vericuetos del submundo de una sexualidad corrompida y negada, por las propias falsedades de una sociedad perversa e hipócritamente diseñada para ocultar sus propias miserias humanas.
Lu-patao es un libro que está habitado de dolores propios y ajenos. Desde esa perspectiva, el poeta empieza a hurgar en los rincones de su memoria, en una serie de melodramas muy bien contextualizados y diseñados. Entonces nos enrolla en sus cámaras poéticas, hasta sumergirnos no sólo en la sombra de la prostitución, sino también en el sexo donde todos habitamos, tratando de olvidar nuestras mismas miserias sociales y banales.