El final de un año siempre marca un cierre y pone un hito desde donde se vislumbra el futuro, se mira hacia atrás y se evalúa la existencia, las circunstancias y los hechos trascendentales del devenir histórico. Mario Vargas Llosa quien en su brillante ensayo La civilización del espectáculo trata sobre el giro que ha dado la cultura en las sociedades posmodernas, vuele a tocar el tema, junto a otros cambios sociales, en su cuento Los vientos, publicado en el año 2021. El mismo es propicio traer a colación en el fin de año, puesto que esta historia está compuesta, no solo, por supuestos finales de diversos aspectos que conforman la cultura, sino, por la angustiosa o resignada espera del inexorable, final de la vida.
Vientos cuenta la historia de un anciano que pierde el rumbo y la memoria por varias horas, en ese lapsus y en lo que recuerda la dirección de su casa rinde cuentas de su vida y la relación con el único amigo que le queda, Osorio, con quien tenía el acuerdo de llamarse todos los días y si alguno había muerto el otro daría cuenta a las autoridades. Entre caminatas, descansos y paradas hasta que logra llegar a su casa y enfrentar, lo que cree, es el final de su paso por el plano terrenal, el anciano cuenta de sus coincidencias y disidencias con su amigo sobre los cambios sociales de un mundo al que él ya no pertenecía, pero que su amigo parecía adaptarse en cierto modo.
En sus conversaciones y dicharachos, con su amigo, el anciano revela su resistencia a los cambios culturales de su presente. Dentro de los mismos figuran la desaparición del cine tal como lo conocía, fruto de la revolución de los medios cinematográficos, los distintos canales por los que se puede disfrutar de las películas. Le sigue las librerías, el cambio del libro impreso por el digital. La escasez de visitantes a los museos, quienes prefieren ver las obras por pantallas y se lamenta de que esto sea defendido por críticos y maestros. Que nada se mueva, que Madrid se paralice bajo la dictadura de la tecnología, que el arte sea absorbido por las pantallas, como todo lo auténtico y genuino sea sustituido por lo artificial. Que la cultura no sea apreciada en toda su dimensión. El abandono de la filosofía en las universidades y las ideologías por los jóvenes. La banalización del sexo, el culto al cuerpo. La decadencia de las iglesias, entre otros.
La evolución del hombre que no admite pausas, el deterioro físico, mental y espiritual.
También reconoce los avances en las ciencias médicas, la cura de enfermedades, el aumento del promedio de vida. Los cambios en los métodos revolucionarios, que hoy cobran menos vidas y destrucción que en el pasado. Sobre estos, lamenta que en muchos casos las acciones para lograr un cambio fueran peores que el mal que se quería erradicar.
Este relato combina la evolución de la existencia en términos humanos y sociales. La evolución del hombre que no admite pausas, el deterioro físico, mental y espiritual. Las sociedades en cambios constantes van arrinconando a los más viejos, la soledad es su compañía cuando ya no les sirven a los fines productivos, las pensiones no les permiten vivir con holgura, son invisibles en una multitud. Las distopías son la norma, una sociedad que abandona las ideologías junto a sus creyentes, a pesar de la resistencia de algunos. Las personas son sustituidas por personajes fantasmales que se pierden entre la realidad, lo humano y lo espectacular. Se desvanece la lealtad, la familia, el compromiso, los votos matrimoniales, al tiempo que la culpa y el arrepentimiento calcomen el espíritu, aunque se barniza de espectáculo la vida. La digitalización de la sociedad combina los avances científicos con la exclusión de una franja de seres humanos que ya sea por viejos o por pobres no los alcanzan.
En fin, tanto los vientos como el anciano simbolizan el deterioro humano y la decadencia cultural. Al final de los tiempos el cuerpo es reducido a excremento y en muchos casos las ideas, así lo ven los nuevos inquilinos de la tierra. No bien se ha asumido algo nuevo cuando ya es obsoleto. El arte se presenta de forma tan superficial como el pensamiento de quien lo aprecia, importa más el entretener que el disfrute. Los viejos y la cultura van muriendo al mismo tiempo. Aun así, aunque lo viejo sea satanizado e invisible los finales son buenos momentos para evaluar el pasado y presente y vislumbrar el futuro.