Ante todo le doy gracias a Dios por permitirme estar aquí hablando sobre un libro que nunca imaginé.
El autor de esta obra, Jit Manuel Castillo de la Cruz, es un fraile franciscano que entró a la literatura dominicana con publicaciones como la novela Apócrifo de Judas (2011), considerada por Marcio Veloz Maggiolo como “…una de las mejores novelas sobre textos bíblicos de la literatura dominicana…”; más tarde, en 2018, su poemario En la voz del Silencio obtuvo el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña.
Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua, teólogo y filósofo, Jit Manuel es, además de escritor, docente, investigador, y demandado conferencista dentro y fuera del país; pero muy especialmente, actúa como párroco de la iglesia Nuestra Señora del Rosario, desde la cual enfatiza el trabajo social.
A Jit Manuel me lo presentó una figura esencial de nuestras letras, Ángela Hernández, quien hoy presenta este libro; a lo largo del tiempo los tres hemos construido una amistad que comparte lo literario como una forma de alimentar la espiritualidad.
Ya conocía la capacidad de análisis de Jit Manuel, pues su trabajo “Testigo de la luz de Jeannette Miller: una elegía a la otredad inasible” es uno de los más completos sobre mis textos. Sin embargo, cuando leí el libro que hoy se pone a circular, Los textos de Jeannette Miller vistos por otros autores, quedé conmocionada.
Nunca imaginé que Jit Manuel hiciera una investigación tan exhaustiva sobre mi obra y mis motivaciones. Las interpretaciones y clasificaciones que aplica sobre lo que he escrito descubren, incluso a mí misma, formas no reveladas de enfrentar la vida que casi siempre escondemos en algún recodo del corazón, de la psique o del espíritu.
Porque, -si como ya he dicho antes-, escribir, para mí “…ha sido primero una fantasía, después el vuelo de la imaginación, para luego ir transitando por el asombro, la rabia, la rebeldía, la conciencia y el rechazo en múltiples y diversas catarsis que apenas podía enfrentar, todo eso le dio forma a mi existencia hasta que casi al extremo llegó un momento en que la luz me cegó como a Saulo de Tarso, para tumbarme de esa cabalgadura de amargura que había estado pautando mi accionar y a partir de entonces todo cambió. Mi respiración dejó de ser agitada, mis movimientos perdieron esa velocidad que proyectaba violencia, y me senté a ver la vida despacio, a encontrar a Dios en todo lo que se me daba o se me quitaba, y así entrar a la entrega total a Su voluntad”.
Y esto Jit Manuel lo supo ver en una identificación que amarraba su sensibilidad con mis escritos, y lo vio mejor que yo desde la frialdad de una lejanía simbólica que no sólo entiende, sino enriquece los motivos que me han impulsado a combinar palabras como una necesidad para permanecer viva. Y en esa tesitura él también pudo evaluar los resultados obtenidos no por mí, sino por el Espíritu que vive en mí.
Ahora, consciente del regreso, oigo sus palabras que actúan como abriéndome a la esperanza de la verdadera paz: Jeannette, “Con el paso de los años, como un cirio encendido por ambos extremos, te has ido consumiendo ante Dios y ante el mundo y, sin embargo, tu llama nunca había estado tan ardiente como ahora”.
Gracias, Jit Manuel