El mundo se muda, vibra y late. Alguien alguna vez dijo que “la vida es solo mudanzas”, “y el mundo es solo latidos, vibraciones”. Otros creen que todo es energía, pues “la materia no es más que una forma de energía”. En fin, siempre habrá una explicación que, por demás, resulta reduccionista para interpretar el mundo, la vida, las cosas. Siendo así he pensado en muchas cosas del mundo y de la vida en diferentes vertientes y dimensiones. Se me ocurre entonces pensar en los sonidos del mundo.

Todas las épocas han tenido sus sonidos, sus melodías y sus ruidos. La humanidad ha tenido grandes ruidos y grandes melodías. Desde el fondo de la historia podemos hacer abstracciones que explicarían estos conceptos.

Imagino que desde el principio los elementos produjeron los primeros sonidos. El fuego, el agua y el viento dejaron y dejan su impronta en el individuo y el ambiente. Los hombres de la antigüedad supieron aprovechar el fuego para la cocción de sus alimentos y para combatir el frío. Supieron escuchar sus crepitaciones y cómo estas penetraban en sus subconscientes, llenando de símbolos y fantasmas su imaginación. Vieron correr el agua en torrentes, la vieron caer de altas montañas con sus chasquidos.

Tampoco se perdieron de la fuga del viento entre los árboles, de sus ecos en los vacíos y las montañas. Escuchaban el sonido de los árboles cuando quebraban sus ramas por los efectos del fuego, el agua y el viento. Escuchaban el sonido de las palabras recién nacidas, el alarido de feroces animales, del mamut, bisonte, elefante, rinoceronte, oso y el león. Allí estaban los pitidos de los pájaros, y el estruendo de los truenos en lo alto del cielo. Luego llegaron las herramientas, el trabajo con las piedras, con el sílex, la madera, los huesos, el marfil y otros; los golpes en superficies duras, el ruido al construir sus armas, y ese sonido cuando las lanzas penetraban en las aguas de los ríos, en plenas batallas por la pesca.

Hubo muchos sonidos más, el del viento en los aleros, el sonido de la rueda y de la industria. El sonido de la vela de los barcos donde retozaba el viento vino a ser cambiado por el del barco de vapor. El sonido de las máquinas ganaba espacios.

Los cascos de los caballos en campo abierto fueron alternando con el sonido de los rieles y las bocinas de los trenes. Luego vinieron los sonidos de los coches, los aviones y los cohetes; los sonidos del láser y el clic de las computadoras, unas veces tenues, otras veces mudos.

Cada vez más el mundo está lleno de sonidos, de melodías y ruidos. Los oídos se nos llenan de ruidos, no resisten más. Si, los ruidos son más, hacen estallar los nervios y en ataques de frenesí nos llevan la memoria y los sentidos. Y estos son sonidos externos del ambiente.

El cuerpo humano es una máquina de sonidos, de ruidos, de pálpitos estentóreos, leves; pero con armonías de silencios profundos, hondos. Los dientes, el corazón, el estómago, los huesos, la nariz, la boca, las manos, los oídos, el cerebro, los intestinos, el ano, son fuentes de sonidos: unos más sutiles, otros más expresivos.

Quizás habrá que escribir sobre los sonidos del cerebro humano, esa máquina bioelectroquímica, que esparce hondas de frecuencias insondables e imperceptibles.

Esos sonidos que a veces pueden ser ruidos manifiestos en diferentes estados mentales, están ahí. Las emociones provocan tantos sonidos que nadie puede medir hasta dónde llegan sus magnitudes, aunque puedan medirse sus frecuencias.

Primero fue el sonido, la música…, todo vino después.

Domingo 14 de enero 2024

Virgilio López Azuán en Acento.com.do