Los símbolos patrios son la expresión más representativa de una nación, una especie de carta de presentación por ser la condensación efectiva de sus múltiples expresiones de identidad. De manera universal, la bandera, el escudo de armas y el himno se reconocen como símbolos patrios por excelencia. Encarnan la patria, la vida republicana. Son una expresión de soberanía, el resumen de muchos años de esfuerzo, de luchas por la libertad y la dignidad de un pueblo. Nos dicen lo que socialmente somos, de dónde venimos y hacia dónde ir. Como espejos del tiempo, reflejan la gloria del pasado, los componentes de un ser nacional con rasgos que lo hacen distintivamente particular, singular. Su fortaleza resulta del legado histórico que contienen y de la defensa de los valores que forjan los verdaderos ciudadanos: la dignidad, la libertad, el honor, la honradez, y demás expresiones de la conciencia moral.
Por las razones reseñadas, los símbolos patrios jamás se deben alterar, pues sería anular parte de los orígenes y esencias de los pueblos que representan. En términos de identidad, resulta más sano mantener su tradición al margen de la evolución de los estilos y de los avances "vanguardistas" de la era digital. No se deben modificar porque son el fruto de una época cuyos méritos se deben respetar y recordar siempre. La bandera, el escudo y el himno son símbolos permanentes por su identificación con un pasado que conlleva el sentido de pertenencia, que aglutina colectivos, imprime raigambre y confiere tradición, apunta Santiago Díaz Piedrahita, presidente de la Academia Colombiana de Historia (2007). Queda claro que no requieren cambios ni modernizaciones, so pena de la pérdida de autenticidad. Actuar en contrario implicaría ruptura, una agresión sin sentido al ethos nacional y, por lo tanto, un reto para la reacción e inmediata defensa. ¡Ah! Que no se olvide, el tiempo histórico modela otras expresiones de los símbolos patrios sobre las cuales volveremos más adelante.