El perfume del mago: Los areytos

Ya la poesía no es esa silueta en forma de pulpo de seda que desciende a las profundidades del alma. Tampoco, una llama permanente (azul o roja). Acaso es solo una tibia llamarada hacia la muerte (hacia su muerte). Un punzante cuchillo de agua tratando de cortar los tentáculos del molusco y así extraer el perfume de los colores. La poesía debe ser una enfermedad, progresiva y mortal, como suele suceder con el amor o el alcoholismo en su etapa más crónica y tremulante. Deviene, a veces, en patologías del espíritu para alcanzar instantes de triste-alegre sublimidad, convirtiéndose en plena y deseada posesión propia solo del brujo, el oficiante o el mago.

El poema es el cuerpo, la única vasija e instrumento de su magia hacia el Trance dilatado, la diseminación de su virus (color rosa o amarillo). El poeta, en su iniciado acto de nombrar, no solo habita en las palabras, sino en las no-palabras. Sugiere mundos, universos de cosas en cada cosa. El poeta es un niño o una niña que juega a la disimilitud ante lo electo, que juega con un pie de asombro a la rayuela.

¡Qué importa que la poesía transforme la realidad en otra realidad, aparentemente más bella! La belleza es asunto que les concierne a los embalsamadores y a los estetas (por demás, estos últimos, casi siempre son seres muy feos, escuálidos, de toscos ademanes y mal gusto en el comer y el vestir. ¡Parecen asnos cargados de basura!).

La poesía y la belleza están en todas partes. La función axial del poeta es descubrirlas. La poesía (y el poema) deben servir para alcanzar estadios supremos de elevación, iguales a esos instantes que se logran en lo comatoso del placer o en momento de profunda posesión. Así, y solo así, la poesía (no el poema) podrá ser verdadera mitigadora de soledades, capaz de crear nuevos olores que pueblen de una eterna primavera el bosque urbano.

Los Cantos: el Poema

Cuando comencé a leer los cantos sagrados o areytos de Giovanny Cruz, vino hacia mí una especie de agolpamiento en la memoria sobre todas las definiciones de la poesía en el devenir de los tiempos. Una suerte de imantación se iba produciendo en el tejido épico de dichos areytos. Estaba fascinado ante una poesía tan pura, alejada de las frías aberraciones de las  modas que pululan en la literatura dominicana. Es la de Giovanny una poesía primigenia, única, originalísima y alejada de todo influjo exterior. Los areytos, uno de los hallazgos fundamentales de este libro, son el primer poema gestual de la historia de la poesía dominicana, no solamente por su carácter lúdico ante lo visual, ante el juego con la otredad, sino por su escritura interior, por su erótica de fertilización hacia el poema. Esto lo constituye en una de las praxis escriturales más radicales y originales de la historia de la literatura dominicana:

Los pueblos emergen de la noche y sin saber, los taínos, en cambio, del conocimiento

con el fuego y por el Güey

-Luz eterna de todos nuestros días-

La riqueza estructural, arquitectónica, de estos cantos radica no solo en lo épico de su respiración, sino más bien en esa escritura que demuestra el autor al acercarse a lo sagrado, a la génesis de la poesía primera, a la emanación o pretensión universal de crear un mundo en la mitología taína, procurando así una poesía germinativa que se acerca a los iniciales instintos del primer poeta en su afán de representar el mundo, en este caso, a nuestra isla:

Sobre pocos asuntos no tenían

ellos, los taínos, una respuesta.

Ante su pesarosa consecuencia,

en los últimos de sus días,

su reina regresó a una pregunta,

al más antiguo de todos sus enigmas:

 

¿Es el tiempo un camino pedregoso

que recorre, presuroso, la pequeña vida

hacia su rahe mayor… la definitiva muerte?

 

Me niego a decir, a creer, que esta sea una poesía indigenista en su estado más prístino. Los rasgos del indigenismo en la literatura universal y en la literatura dominicana son otros: se caracteriza por reconocer la especificidad de lo indígena a partir del derecho de los indios a recibir un trato especial, favorable, que compense los siglos de discriminación, perjuicio y marginalidad. Los ejemplos abundan: el boliviano Alcides Arguedas, con Raza de bronce; el ecuatoriano Jorge Icaza, con Huasipungo; los peruanos Ciro Alegría, José María Arguedas y Manuel Scorza, con El mundo es ancho y ajeno, Los ríos profundos y Guerra silenciosa, respectivamente; y los mexicanos Mauricio Magdaleno con El resplandor y Rosario Castellanos con Balún Canán. En el plano local tenemos a fray Antón de Montesino, con su sermón de Adviento; Las Casas, con Historia de las Indias; Galván, con Enriquillo; y los poetas Salomé Ureña, con Anacaona; José Joaquín Perez con Fantasías indígenas y Gastón F. Deligne con varios poemas:

Creyeron ser

La nacán donde todo comenzó:

habitantes de un mundo de árboles y agua

y tierras de disímiles colores.

Los decidió el amor y los extingue el odio.

La desgracia que asoló a su pueblo

fue advertida primero los dioses.

Pero antes de los designios avisados

disfrutaban del tureiro y sus idilios:

Los sagrados cantos de Giovanny Cruz están poblados de germinaciones cosmogónicas de la historia de la poesía misma. Sus signos se establecen en algodones y caracoles, en carnes de barbacoas que se cobijan con la noche, en caciques disgustados entre guasábaras mirando la certera puntería en los ojos de la guama, en busca de una flor de oro o de nuestra primera poeta-cacica Anacaona. Aquí se construye y habita toda una erótica taína, rica en imágenes y ayeres fertilizantes hacia una poética de lo épico y lo nacional:

Venían, entonces, desde el Güey

por tener en los ojos sus clamores

y también de Nonún que les brindaba

en las frescas noches la dulzura.

Cacica entre ellos era, desnuda mujer

que ahora camina hacia el suplicio

repitiendo obsesionada:

 

Daca alguien feliz que vivía en un bohío

haciendo el viaje acostumbrado de las flores

que caminan presurosas entre los días

y sueñan, aun despiertas, por las noches.

El acto poético de Giovanny Cruz es un instante único y a la vez una revelación de su ser que produce una experiencia en su condición original como si fuera un eco que busca a través de estos areytos su verdadera libertad. El poeta reinventa al hombre mediante estos cantos creándolo en palabras para poetizarlo en su condición fundamental, la de ser taíno. Lo que precisamente Martin Heidegger llamaba el «abrupto sentimiento de estar (o encontrarse) ahí». Acaso estos estadios del ser a los que aludía el alemán están representados aquí con sus dioses, sus peces, sus algodones y sus caracoles, en una pretensión de negatividad cuyo fin es la intencionalidad positiva y sagrada como acontece con los textos místicos y religiosos. Acaso estas criaturas, estos juegos, estos cantos, estos areytos que se buscan en círculos, en imágenes fundidas, en signos que copulan en el agua y en los árboles, han de ser la eterna búsqueda de una poética de la orfandad hacia un pasado primigenio, la de una erótica del desamparo, de lo desasido, para negarlo y afirmarlo al mismo tiempo en un aquí donde todo era despoblado, dilatado. Toda una promesa aniquilante de la historia de la génesis de nuestra primera fuga. Este texto, estos cantos, no son más que silencios compartidos en una búsqueda hacia la otredad que nos conmueve y que celebramos con suma alegría:

No tendré tiempo de contar

o saber de otros asuntos,

no podré, temo,

comerme todas las guabasas deseadas.

Debo marcharme ahora. Se ha hecho tarde.

¡En el Turey requieren nuevos areytos

y un pueblo que transita,

ente la tierra y las cortes tureyguá

ansioso espera también

¡su historia cantada por su reina!

Octavio Paz, en su puntual y luminoso ensayo La consagración del instante, expresa: «Las palabras del poeta, justamente por ser palabras, son suyas y ajenas. Por una parte, son históricas: pertenecen a un pueblo y a un momento del habla de ese pueblo: son algo fechable. Por la otra, son anteriores a toda fecha: son un comienzo absoluto». –Este es el caso de Areytos: los cantos sagrados, de Giovanny Cruz. Por antonomasia, entonces, coincidimos con el poeta y ensayista mexicano: «Sin el conjunto de circunstancias que llamamos Grecia no existirían la Ilíada ni la Odisea; pero sin esos poemas tampoco habría existido la realidad histórica que fue Grecia. El poema es un tejido de palabras perfectamente fechables y un acto anterior a todas las fechas: el acto original con el que principia toda historia social o individual; expresión de una sociedad y, simultáneamente, fundamento de esa sociedad». Dichas semejanzas invertidas, a la manera de Novalis y del azteca, y del taíno Cruz Durán, son complementos inseparables y contradictorios que alimentan al poema y a la historia al mismo tiempo.

Testigos de la época aseguran

haber visto en una noche fría,

luego que su cacica se marchara,

a los últimos taínos -apenas siete-,

envejecidos danzando junto al fuego

la arahuaca final en un cruce de caminos.

Vieron que ese fuego se extinguía y con él

los taínos de su tierra…

y de la historia.

Giovanny Cruz: el casi Dios; el viceministro eterno; el narrador de Los cuentos del Otro; el tío del Louquo (el Dios solitario y deambulante de los taínos); el amigo solidario; el nacido en el Caimito, Moca; el prolífico dramaturgo; el celestino envidioso que busca una flor amarilla entre las piernas de una cacica ya perdida en el Turey. Giovanny Cruz, el poeta; el dador de areytos y de cantos sagrados.

¡Muchas gracias!

Pastor De Moya

Leído en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo.

18 de enero de 2023