Y no cantó el ruiseñor aquel día como solía hacerlo cerca de la gruta del 14 y ½ de Las Américas. (Edwin Disla)

Una vez más, Edwin Disla, en su nueva obra, Los que comulgaron con el corazón limpio (epub, 2020), es decir, en alusión a Amaury y Caamaño, se consagra como el mejor cultor de la novela histórica en tiempos más recientes en la República Dominicana.

El novelista se decanta por la construcción de sus novelas desde una perspectiva marxista de la historia. Manolo (2007), otra novela que precedió a la que estudiaremos en el presente trabajo, va en la misma línea. En ella se narra la vida de nuestro mártir de la libertad, Manuel Aurelio Tavárez justo, desde su infancia en Montecristi, su historia política, social y revolucionaria, su casamiento con la también mártir, Minerva Mirabal, hasta su vil asesinato y el de sus compañeros guerrilleros en Las Manaclas. Esta vez, en su nueva novela, Disla ha hermanado las trayectorias revolucionarias de Amaury Germán Aristy y Francis Caamaño. No las ve por separado, sino la de ellos dos juntos, como guerrilleros vinculados por una misma causa de redención política y social en pro de su país.

Hay un trasfondo cristiano detrás del título, del tema, situaciones y de la acción de algunos personajes no solo en Los que comulgaron…, sino en otras novelas históricas del mismo autor como lo es Jesús de la tierra (2017) y en Manolo (2007), en esta última, como se advierte en el proyecto de liberación y justicia social al que aspiró Manuel Aurelio Tavárez Justo en nuestro país; lo mismo en su martirologio y asesinato junto con sus compañeros guerrilleros en Las Manaclas. Es cuanto ocurre también con Caamaño y Los Palmeros, en su vida, pasión y muerte por su ideal de liberación del país; y en lo relativo al tema de la resurrección, se descubre en la trascendencia y el peso que pueda tener su proyecto revolucionario en la memoria de su pueblo. En la más reciente novela de Disla el acento religioso se puede rastrear en el tinte eucarístico de la frase los que comulgaron… junto a la de con el corazón limpio, que evoca el versículo neotestamentario de «Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios». (Mt 5:8. Nuestros resaltes)

Amaury Germán Aristy había recién cumplido los 18 años de edad cuando participó junto con el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, Juan Miguel Román, Ilio Capocci y Euclides Morillo Féliz y otros combatientes constitucionalistas en el asalto al Palacio Nacional aquel 19 de mayo de 1965. Fue un adolescente revolucionario cuando lideró los Comandos de la Resistencia en la guerra de Abril del mismo año. No es cierto entonces que iba a morir desarmado como lo demostró posteriormente, a diferencia de Manolo Tavárez Justo y demás revolucionarios en Las Manaclas, y en contraste con Otto Morales, Amín Abel Hasbún, Henry Segarra, Héctor Homero Hernández y otros jóvenes en el régimen de los Doce Años de Balaguer.

Ciertamente, jóvenes adolescentes han tomado parte en la resistencia contra las dos intervenciones militares de los Estados Unidos en la República Dominicana. Amaury no fue el primero en línea. Lo precedieron Secundino Silvestre, joven gavillero de tan solo 13 años de San José de Los Llanos de San Pedro de Macorís; el mártir Belarmino Rodríguez, de 14 años, en los cerros de La Barranquita; y el Héroe Nacional Gregorio Urbano Gilbert, que solo contaba 17 años cuando mató al capitán C. H. Button en el muelle de San Pedro de Macorís en ese entonces. Los tres jóvenes se enfrentaron a los marines norteamericanos en tiempos de la primera intervención militar de los Estados Unidos en 1916 a suelo dominicano. Se adivina un hilo conductor entre el ideal de lucha de los adolescentes que combatieron como «gavilleros» contra los yanquis desde 1916 hasta 1922 y Amaury y Los Palmeros en el periodo de los Doce Años de Balaguer. En otras palabras, enfrentaron al mismo sistema, si partimos del supuesto de que los norteamericanos abandonaron y no abandonaron el territorio nacional en 1924, lo cual indica que fueron ellos quienes instalaron al antiguo caudillo reformista en el poder en 1966, hasta nuestros días.

CARMITO GÓMEZ MONTERO LEYENDO A DOSTOIEVSKI EN SU CONUCO, DE LEO MATEO

El sentimiento de libertad y justicia brota desde los estratos más profundos en el ser humano. En Amaury surgió a muy temprana edad, cuando solía sacarle los ojos a la imagen de Trujillo en los cuadernos; también cuando embadurnaba con heces su busto en el parque de Padre Las Casas, de Azua, su pueblo, y cuando lanzaba el que servía de adorno en su casa en el retrete y demás. (74) Tal sentimiento, lejos de amainar, aumentó en intensidad más tarde hasta que abrazó la causa revolucionaria en el movimiento 14 de Junio, en plena adolescencia, como un adolescente todavía lo era cuando se convierte en uno de los líderes de la guerra de Abril de 1965, a la cabeza de los Comandos Constitucionalistas.

Germán Aristy fue recibido como Jefe de Estado en la Cuba revolucionaria, probablemente, por habérsele reconocido carácter de líder más que otros que también se entrenaron como guerrilleros en dicho país en aquel entonces. (156) Como revolucionario fue íntegro, solidario, consagrado, ético, humano, autodisciplinado, un lector voraz con un aguzado sentido crítico de la realidad, y pese a su edad, sabio, una figura moral misericordiosa y visionaria, en contraste con la de Caamaño, que si bien se redimió en la guerra de Abril de 1965, tuvo en su haber un pasado represivo al igual que el de su padre Fausto Caamaño en épocas de Trujillo, además de haber sido autoritario y de comportamiento terco y violento, como se ilustra en la novela; de ahí que la figura del líder Palmero resalte en la obra sobre la del Héroe de Abril. Amaury brilló en medio de la miseria y tragedia humanas de no pocos que lo rodearon en el campamento de Pinar del Río donde se entrenó militarmente en Cuba.

Entendemos que la estatura moral y las profundas convicciones revolucionarias en Amaury y demás Palmeros habrían puesto en entredicho a Balaguer y a todo su régimen corrupto y criminal cuyas raíces se remontan a los Estados Unidos y su red imperial en toda América Latina y el Caribe. Los Palmeros murieron totalmente libres. De ahí su victoria moral sobre el gobierno de los Doce Años; por lo que se equivocó de medio a medio el periodista Ercilio Veloz Burgos, antiguo compañero de lucha de Germán Aristy, cuando dijo que Amaury fue el único perdedor frente a Balaguer. (283) «Y no temáis a los que matan el cuerpo», reza en el Nuevo Testamento, «mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo». (Mt 10: 26-33) Balaguer, por el contrario, nunca lo pudo reducir, como jamás pudo reducir a los demás Palmeros, como tampoco pudo doblegar a Amín Abel Hasbún, a Henry Segarra, Otto Morales, y demás revolucionarios, a quienes los militares mataron desarmados, lo cual llevaría a Germán Aristy a radicalizar su lucha hasta el final.

Germán Aristy y los otros Palmeros jamás claudicaron ante Balaguer, como hicieron otros izquierdistas de la época. El resto, después del desplome del Muro de Berlín, se dio a la estampida, siendo absorbidos los demás por los partidos del sistema. Ni pensarlo en Los Palmeros. Viéndose en el espejo de los asesinatos de Manolo y sus compañeros guerrilleros, pese al triunviro Manuel Enrique Tavárez Espaillat, ladino al fin, haberles ofrecido garantías por sus vidas –y como quiera los masacró desarmados– , los jóvenes revolucionarios años más tarde no iban a confiar en las falsas promesas que les brindaría Balaguer, representante de esa misma clase que acribilló al líder catorcista y los que le acompañaban: «[C]onmigo la pagarán con sangre y no podrán vencer sino a los muertos» desafió Amaury a Balaguer, tras reaccionar a la muerte de Otto Morales. (203) Con similares tintes poéticos –ya que llevaba un poeta por dentro–, Germán Aristy dirá más adelante: «Ninguna otra muerte puede serme más grata que caer con las botas de guerrillero puestas en la cabeza, si no es posible en los pies». (276) Hizo suya la frase de su admirado poeta Martí: «Si hemos de caer en todo caso, será demostrado que lo importante no es el número de armas en las manos, sino el número de estrellas en la frente». Esta es, como sabemos, la frase con la que el joven guerrillero más se identificó en la vida. (280-281, 289, 311)

Los Palmeros no reconocieron legalidad ni legitimidad a ninguna de las gestiones gubernamentales de los Doce Años de Balaguer; tanto así, que defendieron su posición con su sangre, pero más aún, con plomo y fuego. En términos morales, fueron invencibles. No rehuyeron su responsabilidad histórica: «Es la hora de los hornos», había desenfundado Amaury la frase martiana, «y no se ha de ver más que la luz». (249) El pueblo  dominicano recuperó en la revolución de Abril de 1965 su moral derrotada por el derrocamiento de Bosch, la instalación del gobierno de facto del Triunvirato y por el asesinato de Manolo y demás catorcistas en Las Manaclas, semejantes acontecimientos trágicos, los tres, acaecidos solo en 1963, y si bien por breve tiempo, en el combate de Los Palmeros en 1972, pareja epopeya, la segunda, después de dicha guerra, suficiente como para que se haya tambaleado el régimen balaguerista. Sin duda, de no haber irrumpido sobrevolando el avión de reconocimiento Mork-Hob, con morteros M-60, que enviaron los yanquis desde Puerto Rico –hecho que negaron la embajada norteamericana y la Policía Nacional de entonces– para rastrear el escondite de los jóvenes guerrilleros (311), a buen recaudo, se le habría complicado la situación al gobernante dominicano: «Si no hubiera sido por los gringos», el novelista hace confesar a Balaguer en una de sus dramatizaciones, «hace tiempo que mi gobierno hubiera sido derrocado por los Palmeros». (279)

Los Palmeros pusieron en jaque mate a Balaguer, pese a la utilización de cientos y cientos de efectivos militares y policiales que el gobernante había ordenado, con todo y sus armas de grueso calibre, es decir, tanques, lanzallamas, cañones, morteros, un avión, helicópteros, en un combate intenso y desigual que se prolongó por alrededor de 15 horas. Y no deja de ser cierto. De los jóvenes revolucionarios haber estado en una posición ventajosa, sin que se les hubiese sorprendido en su gruta del 14½ de Las Américas, otra pudo haber sido la realidad histórica en la República Dominicana. Y de haber Caamaño alcanzado a establecerse finalmente en la Cordillera Central, y Amaury como su jefe de avanzada en la zona urbana, como habían acordado en el campamento militar de Pinar del Río en Cuba, sin ningún género de dudas, habrían destronado a Balaguer del poder; por igual, de Castro no haberle retirado el apoyo a Caamaño por su respaldo a la invasión de la exURSS a Checoslovaquia (158, 251), así como por haber variado su estrategia de apoyo a los guerrilleros en América Latina presionado por la expotencia socialista, tras la muerte del Che en Bolivia, otro habría sido el destino dominicano.

EN EL PARAISO DE L. THEUWISSEN EN CERRO AL MEDIO, NEIBA, DE LEO MATEO.

Tal como le había advertido Castro a Caamaño el año en que desembarcó en la República Dominicana, esto es, en 1973, no era el momento oportuno, o para traer a cuento la frase del Che Guevara «las condiciones no estaban dadas» para el establecimiento de un movimiento guerrillero en nuestro país. Sin embargo, para el Coronel de Abril debió haber sido una humillación e indigno para él que Castro le haya retirado su apoyo, vista su estatura heroica continental ganada en la guerra civil y patriótica de Abril de 1965. Peor aún: el líder cubano, con menos experiencia militar que el Héroe dominicano (332), no permitiría que se embarcara hacia su país desde Cuba (251) por las razones supramencionadas. Castro había prohijado el Proyecto Caamaño como pago a la deuda histórica que había contraído Cuba con la República Dominicana por el concurso que les prestó Máximo Gómez a las guerras de independencia de su país contra el gobierno colonial español en la isla.

Hasta cierto punto, habría chocado la figura antiimperialista de Caamaño con el culto a la personalidad de Fidel: «Y lo peor es que Francis», afirma el novelista, «no se muestra maravillado, como todos, con la figura del Héroe de la Revolución Cubana», (49) cuya dimensión solo se había limitado a la de haber destronado a un dictador como Batista en 1959, en tanto que la estatura de Caamaño, además de haber expulsado al Triunvirato con su gobierno de facto, se agigantó al haber enfrentado inesperadamente a los yanquis en la guerra de Abril en su segunda intervención militar al país, y por cuyo acontecimiento adoptó el carácter de patriótica. Sin embargo, Caamaño estaba decidido a llevar sus planes de alzarse en las montañas de Quisqueya, con o sin apoyo de Castro, cuando afirma: «Si en algún momento me quedo solo, solo me alzaré. Prometí, cuando me obligaron a abandonar a Santo Domingo, que si tengo que volver lo haría con las botas puestas, y así será. Tengo una fe infinita en la victoria final», (137) ecos de una metáfora militar que, como es bien sabido, nos recuerdan a los de Amaury un año antes, cuando dijo: «Ninguna otra muerte puede serme más grata que caer con las botas de guerrillero puestas en la cabeza, si no es posible en los pies». (276)

Lo que pudo haber sido una tensión entre Castro y Caamaño cobra vida de modo implícito en buena parte de Los que comulgaron con el corazón limpio a través de las constantes maniobras de los emisarios Barbarroja y Jesús contra el Proyecto Caamaño con tal de abortarlo. En tal sentido, como golpe de efecto, estos están decididos a realzar la figura de Amaury sobre la de Caamaño, como se echó de ver cuando lo recibieron como Jefe de Estado, (156) distinción que no le hicieron a Caamaño, quien solo fue recibido por Fidel, al ser llevado clandestinamente a Cuba desde Europa en la llamada Operación Estrella. (160) En otras palabras, la forma opacada en que se le dio la bienvenida al Héroe dominicano pudo ser una estrategia del Estado cubano para disminuirle en su estatura por razones insospechadas.  El DGI se encargó de torpedearle el proyecto guerrillero. (183 – 184) «Ahora bien, al irse a Cuba», escribe el autor, Caamaño «se había convertido por su propia voluntad de jugador en ficha que otro jugador [Bosch] podría jugar cuando le conviniera». (89) O sea, «se había convertido en un tonto útil». (Ibid.) Tanto es así, que el Héroe dominicano llegó a confesar en su diario d/f 2/2/1970 que había «vivido verdaderamente batallas de conciencia» tras lo enmarañado que se le había tornado la situación en Cuba una vez Fidel le retirara el respaldo a su proyecto guerrillero. (186) Más aún: Caamaño llegó a pensar que Castro le mentía, le engañaba, le entretenía. (Ibid.)

A tal grado de complicación degeneraron los planes revolucionarios de Caamaño, que incluso el exguerrillero cubano Dariel Alarcón Ramírez, alias Benigno, en sus Memorias de un soldado cubano (1996), citado por Edwin Disla, reconoció las peripecias por las que atravesó el Coronel de Abril frente al gobernante cubano, (Ibid.) lo cual mueve a pensar que el silencio y la falta de respuesta de Caamaño a Los Palmeros, lo que hizo que Amaury se desesperara, pudo haberse debido al firme y decidido sabotaje de la DGI al proyecto de desembarco. Que haya sido esta o no la razón, no habría lugar para que Amaury la haya podido comprobar por haber caído en combate, a juzgar por el contenido de su carta a Román, nombre de guerra de Caamaño, en la que le reclamara su pérdida de interés en dicho proyecto: «¿Qué estará ocurriendo con Caamaño en Cuba?», se pregunta Amaury preocupado, dice el autor. «Nunca lo había sentido tan ausente y distante. ‘¿Estará fraguando la ruptura del proyecto?’». (229) «No lo creo», se responde a sí mismo el Palmero, pues de una u otra forma ya me hubiera enterado. ¿Qué estará pasando entonces?». (Ibid.)

Partiendo de la premisa de que el Proyecto Caamaño había sido socavado en suelo cubano por la DGI, y, en consecuencia, trágicamente abortado en la República Dominicana, podría tratarse a todas luces de un vil negocio que este país no se merecía, y más si había de por medio una deuda moral histórica y un compromiso contraídos cuya cristalización debió haberse llevado hasta el final para la liberación del país de Máximo Gómez del sistema injusto que la reprimía. Sin embargo, pesó más la deuda moral de Castro con la exURSS, su protectora y suplidora, la que consideraba peligrosa la aventura foquista para su nueva lógica y lenguaje imperialistas. Proyectos guerrilleros como los del Che y de Caamaño no entraban en esa nueva visión, la de repartirse el mundo entre ella y los Estados Unidos como las superpotencias de la época que eran.

En la hora en que más se necesitaba, habría sido ambigua la posición de Castro frente a Caamaño. No habría cumplido del todo con su palabra empeñada, con sus compromisos contraídos con este, motivado por la tesis de Régis Debray en el sentido de que las concepciones foquistas eran ya extemporáneas para la revolución, y de quien Aleida, la hija del Che, cree que aquel delató a su padre cuando se alzó en las montañas de Bolivia, habida cuenta de la posterior denigración de la figura del guerrillero argentino por parte del teórico francés y por haberse pasado en el tiempo a la contrarrevolución. Si idéntico juicio de Debray es cierto, también lo es que la revolución también se orienta por principios, que como se sabe, están por encima de los hombres y de sus teorías seudorrevolucionarias y sus claudicaciones. Una cosa son los principios; otra, la traición a ellos, por razones muy oscuras, por las coyunturas políticas, ideológicas y geopolíticas que se dan en determinado momento. Fidel no solo no le dio el apoyo acordado al Proyecto Caamaño, (160) por el que el Coronel de Abril había ido como condición a Cuba en la Operación Estrella desde Europa, sino que lo saboteó a través de la DGI, su agencia de inteligencia, (183-184) como también le torpedeó los planes revolucionarios a Amaury, por las mismas razones. (202)

A Los Palmeros se les atribuye haber asaltado The Royal Bank of Canada en su oficina de Naco en 1970. Habría sido por una razón instrumental, no que haya sido parte de su carácter o mística revolucionaria. Más bien, era para financiar con las «confiscaciones económicas a la clase dominante» (244, 280), en palabras de Amaury, sus operaciones guerrilleras. (244, 280) El líder guerrillero, de acuerdo al novelista, luego de una reunión que sostuviera con los demás Palmeros y otros revolucionarios, hizo hincapié en que debieran «de tener sumo cuidado de no causar víctimas, ni herir, ni golpear a nadie innecesariamente»; que «tampoco [mostraran] interés por el dinero de los clientes»; que «como revolucionarios que son, por ética, solo deberán confiscar los bienes económicos de la clase dominante». (237)

El idealismo puro e inmaculado de Amaury lo llevó a radicalizarse, al punto de combatir hasta la muerte orientado por aforismos y sentencias de autores que influyeron en su concepción revolucionaria. Se ciñó a sus postulados. Paradojas de la vida: así como el líder rebelde prohijó el ideario revolucionario martiano, Martí fue igualmente admirado por su archienemigo Balaguer tanto en su pensamiento político, como en su poesía, lo que denota que la obra del Apóstol cubano atraviesa ideologías. No por azar castristas lo mismo que los opositores al régimen cubano recurren a él para legitimar sus ideas políticas.

La victoria del régimen balaguerista sobre Los Palmeros al caer la tarde del 12 de enero de 1972, debió constituir la victoria más humillante y de más sinsabor para un presidente y todos sus aparatos militares y policiales. Los jóvenes guerrilleros les habían infligido decenas de bajas, incluidos oficiales entre ellas. Pensamos que nunca se supo la cantidad exacta de muertos, en vista de que la lista de soldados que se dio a conocer solo fue la oficial.

Por otro lado, en Los que comulgaron con el corazón limpio Bosch aparece como político, y Caamaño, naturalmente, como militar. El escritor y político, al igual que Fidel, entienden que se dio un cambio político, por lo que el Héroe dominicano terminaría en un suicidio, de continuar con su proyecto hasta el final. Cabría preguntarse, desde esa perspectiva, ¿quién tiene la razón? No se hace política con el romanticismo, dirían estos. Peña Gómez en la novela resulta más práctico que Bosch, quien tuvo sus ambigüedades y contradicciones, un «hombre tan difícil y complejo», sostiene Disla. (86, 117) El primero respaldó la lucha armada, pero solo como una manera de llegar al poder. Mientras tanto, llega a acuerdos con los denominados Liberales de Washington, en otras palabras, con los yanquis (357), lo que significa que su respaldo a Caamaño fue condicional, como una maniobra política. El novelista tiene en buena imagen a Peña Gómez en desmedro de Bosch. Mientras este pasaba su exilio en Benidorm, España, Peña Gómez, Hatuey Decamps y Rafa Gamundi, sufrieron la parte del león de la represión, persecuciones y muerte en los Doce Años de Balaguer.

En cambio, la figura de Manuel Matos Moquete hace su aparición en la obra para aliviar la atmósfera demasiado cargada de la lucha de Amaury y Caamaño. En cierta forma, es una manera de Disla burlarse de los intelectuales que se meten a guerrilleros. Ahora bien, si es el mismo Matos Moquete que se lo contó al novelista en la variedad de entrevistas que aquel hizo a personas vinculadas con el Proyecto Caamaño y Los Palmeros, por un lado, y a los que defendían el sistema establecido, por el otro, para su novela, entonces el exguerrillero y escritor se estaría burlando de sí mismo (263-264), al describir lo absurdo en que a veces se torna la actividad clandestina. (265-266, 267, 269)

En suma, entiendo que ni la seudoizquierda ni el pueblo –naturalmente, con sus excepciones– fueron consecuentes con Caamaño y demás compañeros guerrilleros caídos en la Cordillera Central. Tampoco fueron consecuentes con Amaury, Virgilio, Ulises, y Bienvenido, Los Palmeros y con los demás jóvenes revolucionarios que cayeron en defensa de su ideal de liberación y de justicia social para la República Dominicana, líderes revolucionarios, que entregaron lo más preciado por su pueblo, por su libertad, por su dignidad: su vida. Ni Balaguer ni ningún otro gobernante que hubiese estado en su lugar, respaldado por una potencia extranjera como los Estados Unidos, debieron arrogarse el derecho de negarles la libertad a los jóvenes revolucionarios brillantes y prometedores de la época a quienes sacrificaron por razones ideológicas, al resto de dominicanos, solo aquellos dignos, en el tiempo, de vivir en el país que les correspondió vivir. La realidad y sus principios desbordan todo tipo de fantasmas, como son las ideologías. Caamaño y Amaury, así como los demás revolucionarios contemporáneos, murieron, es cierto, por un ideal de liberación y justicia social de su país al que se consagraron. Lo hicieron a pura conciencia. Por lo tanto, el valor moral de sus decisiones trasciende todo intento de acallar su memoria histórica. Mientras haya una sola persona para la que su sacrificio tiene sentido y que sepa mantener en alto su ejemplo de valentía y dignidad, su ideal se redime, trasciende en el tiempo, para ser coherente con una frase que le dice Don Quijote a Sancho y que Disla pone como uno de los epígrafes a su novela: «Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía sino justicia».