Colgado de un barranco, duerme mi pueblo blanco. Bajo un cielo que, a fuerza de no ver nunca el mar, se olvidó de llorar. (Pueblo Blanco. Joan Manuel Serrat).

La casita de campo en el distrito municipal Canca La Piedra, Tamboril, en la provincia de Santiago, ya no existe. Una imagen en mi disco duro que no se borra ni se  desgasta, hasta un día.

De niño la conocí. Ahora que lo pienso era la locación ideal para la filmación de una película ambientada en una casa campesina, superclásica, de esas que ya no  se ven ni en postales ni en los calendarios.

Casa de dos habitaciones de madera. Salita y comedor juntos y cocina al fondo.  En uno de los rincones,  una tinaja de barro con una tapa de madera. Encima de la tinaja, colgando de un clavo, un cuadro de la Virgen de Las Mercedes rodeada de bombillitos de colores para encender por las noches. En la mesa flores de plástico y en alguna  de las paredes una foto a blanco y negro de los abuelos. Él, enflusao, y ella con un vestido cuyo arandelas en el cuello luce que la dama está a punto de ahogarse de calor o aburrimiento.

Un amplio fogón de piedras, carbón y astillas de cuaba en la cocina. Un pilón mediano para majar café. La mayoría de los utensilios eran de hojalata. Olores mezclados:   té  y café recién hechos,  viejas cenizas y a mierda de pollo de color verdiblanco. Una silla de madera con asiento de cabuya. Saco de arroz y un niño sentado en un rincón haciendo círculos en el suelo de madera.

Samaná
Samaná.

En el patio forrado de árboles frutales descansa  un caballo estratégicamente ensillado y sus riendas dispuestas para la ronda mañanera de paseo o  trabajo.

Más detalles  se escapan. La memoria es una señora complicada, jodona, y no siempre está dispuesta a entregarse por completo

Todo lo anterior es ahora una cadena de lugares de ocio dedicados al ruido más grosero y a la difusión de  la música más  basura de estos tiempos: colmadones con un volumen de decibeles para triturar cerebros, motores calibrando  en vía contraria, salones de belleza con su parte atrás para ofrecer el final feliz, centros de vapeo  y ganas de joder a todo el que  se quedó  atrás, como quien suscribe este texto.

Los campos de la República Dominicana son pequeñas capitales con un verdor por aquí, otro por allá,  tragados  por los celulares, las malas prisas y el me da igual,  como pasa en todo el país.

He visto más de cinco personas frente a sus  casas , sentados en mecedoras, con celular en mano. No hablaban entre ellos. Cabezas abajo concentrados en la  pantallita. Lo que  antes era una tradición de coger el fresco en las aceras, chismear y contarse cualquier acontecimiento por  más banal que sea, ahora se  lo dedican a las redes sociales y a los memes en sus infinitas variedades.

Lo que no cambia es la generosidad de sus habitantes, aunque cada vez menos frecuente.  Tanto así que uno se sorprende ante tanta amabilidad y ganas de que usted se sienta cómodo en su territorio.

Pasó una vez que en Samaná almorcé en una fondita de pescadores antes de llegar al municipio cabecera. La señora puso sobre la mesa la  mejor  de sus vajillas para un almuerzo que prometía ser sencillo y delicioso: pescado, tostones, ensalada verde y cerveza.

No pude degustar lo ofrecido. Tan pronto me senté en la pequeña  mesa ,  distraído, coloqué mi mano izquierda -sin mirar- sobre  el plato de tostones. Se fue abajo  y arrastró al otro plato con el pescado y la  ensalada verde,  por suerte, la cerveza no había llegado. Un desastre.

La vajilla de la  señora rodó  a pedazos por el suelo. La vergüenza era tan grande que le ofrecí   comprar otra vajilla tan pronto llegará al pueblo y que  yo mismo vendría a traerla.

La señora se negó. Señor, no se  preocupe, yo le repongo  la comida y mandamos a comprar platos plásticos en el colmado. Deje eso. Bébase su cerveza. Tamo vivo y con Dios  por delante.

Con una gran sonrisa, con su delantal oloroso a sazones, la doña me sirvió la cerveza como si el mundo fuera un lugar maravilloso a lo Satchmo y aquí  no ha pasado nada.

Así lo hizo. Claro, yo pagué mas de lo que costaba el servicio. Pagué el triple. Quise quedarme con el teléfono de la señora,. Esa vez, todavía no había comprado un celular.

Los guruses afirmarán que el desarrollo trae un modelo de urbanización en las áreas  rurales totalmente distorsionado. De hecho, el país sufre una cadena de expansiones urbanas en tierras fértiles, con gran vocación agrícola. Ejemplos: La Vega, San Francisco de Macorís, Moca y el propio  Santiago.

Pretender que todo seguirá igual, también es una locura y un exceso de nostalgia. Pero sí que hemos perdido mucho y seguiremos perdiendo. Hay un país que conocimos que no existe, y el que viene  , por  suerte, mi generación estará bajo tierra rompiendo platos por estar distraídos, espantando a los gusanos  que vienen a comerse a uno sin pedir permiso.

 José Arias en Acento.com.do