Me lo contó un poeta participante en la Semana Internacional de la Poesía. Tocaba recital en una escuela del Barrio Capotillo, que como ustedes ya se habrán dado cuenta, chirrea cuando se menciona. Sí: “Capotillo” es andar con ocho ojos porque te llevan hasta la caja de dientes, es violencia, etc.

El poeta cayó en esa escuela como un Robinson buscando redimir a Viernes particulares con sus poemas. ¡Iluso! “Que por qué no llegaron los otros poetas”, se preguntó y le preguntaron. La respuesta: “Ah, es que los poetas se están desayunando con el Presidente de la República”. Qué bueno.

Me imagino a Mateo Morrison con sus gigantes manos y engrasadas jalando un croissant y tratándolo como esos panes de agua -¿o eran sobados?-, de su dura infancia. Me imagino al poeta extranjero dando cuenta de la buena cualidad de la mantequilla en su pueblo natal. ¡Y el presidente Abinader entre tantos poetas, como un guacamayo capturado en el Mercado Nuevo de la Duarte!

Cuando mi amigo el poeta salía de la escuela en Capotillo fue despedido por el portero con un “cuídese”, y “si se topa con algún tíguere en la calle dígale que no se meta con usted, que aquí está el Patrón”.

Mi amigo seguramente habrá desayunado en su casa. No sé si un croissant o algo parecido, porque nadie sale de su casa sin desayunarse.