Los misterios de las cosas han sido desde el inicio de los tiempos algo que ha intrigado al individuo. De ahí se han desprendido grandes imágenes, mitos, leyendas, adoraciones, juicios y demencias.

Grandes escuelas filosóficas florecieron en la antigüedad para dar respuestas a las preguntas que se formulaba el hombre sobre la naturaleza, la vida y la muerte. En el antiguo Egipto y Grecia se desarrollaron “Casas de la vida” (Per-ankh), donde discípulos en ceremonias ocultas buscaban desentrañar arcanos mayores y menores de la existencia y el ser. Entre ellas encontramos la Escuela de Tales, la Escuela Pitagórica, la de Heráclito de Éfeso, la Academia de Platón, los Estoicos, la Ecléctica de Alejandría, entre otras. A todas les movía el misterio o los misterios.  Esos que debían ser desentrañados, develados, para explicar los mundos internos y externos del ser humano.

Virgilio López Azuán.

En todo existe el misterio, en la huella está su cicatriz.  Y es que sin él nada tiene sentido, se vuelve seductor y apasionante, amante y odioso, mortal y vivificante.

Las religiones sustentan la mayoría de sus dogmas en misterios y miedos; en eso que se encuentra oculto, que se tiene la certeza de su existencia y no se puede reconocer; pero que está ahí, vivo, latente y lleno de infinitos caminos.

El misterio es una fuente de placer y miedo, una ansiedad de lo trascendente; de él proviene la poesía más alta del ser. Se le atribuye a Albert Einstein decir: “El misterio es la cosa más bonita que podemos experimentar. Es la fuente de todo arte y ciencia verdaderos”. Es la fuente de lo inexplicable, de la “levedad del ser”, es donde abrevarían las musas, como decían los griegos.

Por sí mismo, el misterio —los misterios—, no se presenta de manera individual, lo hace multiplicado en el ente. Forman cadenas que se suceden, regeneran y reciclan para volver cargados de otros. Por eso las religiones siempre tendrán adeptos ante semejante ente.

Pero, ¿habrá algo que no tenga misterio? Jorge Luis Borges, el inmenso poeta universal, dijo: “He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola”. Lo primero es que el poeta inicia con una duda suprema: “He sospechado”, y lo segundo es que no todo lo que se justifica pierde su misterio o sus misterios, como manejaremos de ahora en adelante. No existe algo con más misterios que la felicidad, señor Borges, que es tan versátil, injusta y por demás acomodada. Es tan plena que se solaza en sí misma. Es tan furtiva e inestable que coquetea con el tiempo y juega a su inmortalidad. Esto para decirlo en el lenguaje poético, lenguaje que a usted, señor Borges, tanto le gustaba.

Como todos los misterios, los de la felicidad son insondables, infinitos y laberínticos. Si llegamos a develar algunos, se trasmutarán en otros más insondables cada día. Alguien podría decir que hay que cuidarse de la felicidad.

La ciencia le abrió una guerra sin cuartel a los misterios, le ha dado buenos Upper kouts, pero no los ha derrotado y no los derrotará nunca.  Las religiones parecen sumirse a ellos, dejarlos en su grandilocuencia, dejarle tranquila su existencia, aceptarlos como tal y rendirle tributo.   Para Emmanuel Kant, “El verdadero misterio tiene una existencia efectiva; también es posible captar su incomprensibilidad; no obstante, su clarificación estaría vedada por siempre a los hombres” (Lema-Hicapie, 2019).

Los misterios se alimentan de incredulidades y convierten en crédulos a los más desconfiados. Se sustentan de lo existente y no existente —por llamarlo de alguna forma—, de lo real y lo no real; de la nada y el todo, de lo verdadero y lo falso, de lo visible e invisible. Cada uno de los conceptos antes nombrados está plagado de complejidades y por eso tiene su carácter de irreductible.

Veamos lo que dice Oscar Wilde: “El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible”, contrario a lo que se piensa que los misterios están reservados a lo oculto. ¿No es un gran misterio lo real, lo percibido por los sentidos físicos, lo auscultado por la mente, lo palpable de la materia, la percepción de los sentidos espirituales, como sustentan algunos que profesan la fe?

Todo se orilla a los misterios y ellos son parte del todo. Pareciera paradójico el discurso, para que exista el misterio en los sujetos debe estar apoyado en un referente. No hay nada más carente de misterios que lo oculto, de los cuales no se tienen ni certezas ni incertidumbres, de su naturaleza y conformación; sin embargo, están ahí. Aunque el sujeto carezca de lo referencial, sus estados de conciencia no alcanzan las luces y las sombras que de los misterios se desprenden.  Los del mal son más impenetrables que los del bien y a la vez son más develados. Los del mal están revestidos de miedos y temores; los del bien están revestidos de esperanzas y libertades. De aquí nacen las supersticiones, las creencias de que existe una explicación mágica, mística o religiosa. Existen valores éticos construidos y establecidos por el sujeto o comunidades, los cuales crean sus imaginarios considerados reales según el contexto espacial y temporal.

La magia sin misterio no tiene sentido, lo mismo que la mística y la religión, como lo habíamos expresado anteriormente. La magia blanca, como le llaman a la magia del bien, y la magia negra, como le llaman a la magia del mal, nos aproximan a los grandes misterios y arcanos de la humanidad, nos plantean un sistema moral en dos vertientes: una que conduce a la “salvación” y la otra a la “perdición”. Crea un sistema articulado, justificado e irrebatible sobre paradigmas que suelen ser dogmáticos. La magia blanca sirve para repartir las llaves que abren todas las puertas que tienen los misterios. Mediante ella todo tiene solución —aunque no haya sentidos—, los desentraña, los devela y los vence. Eso siempre se ha tenido por aceptado como verdad.

Las palabras son capaces de comunicar sus misterios. En cada palabra hay una gama: en su sonido, en su grafía, en su doble articulación. Una palabra es capaz de transformar estados emocionales por otros, penetra en nuestro interior y puede producir una explosión atómica de sentimientos. En la palabra existe el misterio creativo, generador y transformador. Existe en ella la esencia plena del misterio, ella es el origen del significado todos los misterios.

Los misterios tienen sus claridades y viceversa. Thomas Carlyle expresa: “¡El misterio! Sí, un misterio profundo nos envuelve. Cuanta más luz, más misterio”. Están en el canto de una avecilla, en el rubor del agua de un riachuelo, en el marullo del mar. Están en el amor, el odio, el perdón; en todas partes. Desde la compleja simplicidad de un electrón orbitando o un quántum, hasta más allá del cerebro humano y el cosmos. Están en una llama que prende, en una rama que quiebra, en la tierra, en el aire, en las nubes, en el cielo, en todo lo que existe y en todo lo que no existe. Los misterios se ocultan de sí mismos. Dejan la sensación de que mientras más los desentrañamos más nos quedan.

Domingo 17 de marzo de 2024

Virgilio López Azuán en Acento.com.do