El caso del pez

Nos hemos referido a la luciérnaga y al dragón como habitantes de la lengua y el lenguaje. ¿Cómo hacerlo con un pez? ¿A qué cosa nos enfrentamos? Desde los artículos anteriores se pensaría, de forma opuesta, que tanto la luciérnaga, como el dragón, y ahora el pez, no son habitantes de la lengua y el lenguaje, sino todo lo contrario: la lengua y el lenguaje habitan en ellos. Existen, la lengua y el lenguaje los nombran, les da identidad. Si no es así, ni fueran luciérnaga, ni dragón, ni pez: ¿serían otra cosa? Ahora bien, el animal que denominamos pez sería el mismo en cualquier lengua, aunque se llame fish o Peix.

El vocablo pez, en sus orígenes protogermánico, protoindoeuropeo o en latín, se asocia al agua o a lo mojado. En principio se podría imaginar que la versión acústica de pez en diferentes lenguas, arcaicas y modernas, se vincula con su forma ligera, rápida, lenta o sinuosa de desplazamiento en el agua.

Si pronuncia pez en sánscrito “matsya”, en inglés “fish”, en francés “poisson”, en griego “psári” (ψάρι), en catalán “peix”, en turco “balik”, en neerlandés “vis”, entre otros, da la impresión de una acústica tipo láser en las muestras anteriores. Semeja como si al desplazarse el pez, en su roce con el agua, produjera un sonido de algo en fuga.

En diferentes versiones podría describirse su fonética de la manera precitada. Pero ese patrón de sonido no funciona para la totalidad de las lenguas por las complejidades en el desarrollo de las mismas. Es imposible encontrar vínculos comunes en la evolución sónica de todas las palabras o vocablos. Los procesos diacrónicos, sincrónicos y asincrónicos obedecen a ciertas categorías y variables, como son: temporales, espaciales, sociales, culturales, hegemonías y maneras de vivir juntos o aislados de los grupos humanos. ¿Cómo puede explicarse la figura de un pez en todas las lenguas, a partir del vocablo? El estudio de los parentescos en los idiomas y las familias lingüísticas siempre será de interés para los investigadores. Hay semejanzas en sus raíces lexemáticas y acústicas, según los territorios, contextos y culturas.

Nótese que se ha hablado del vocablo pez a partir de su origen del latín, francés, catalán, turco y neerlandés. Para este texto se ha tomado el parecido acústico (fonético) de las palabras en esos idiomas con cierta validez; pero ¿cómo explicar el mismo fenómeno en otras lenguas para demostrar la tesis de que el pez habita en la lengua y el lenguaje, sin importar cuál fuere su origen y evolución? O sea, que no se llegaría tan lejos cuando la característica de desplazamiento de un pez en el agua que hemos señalado esté presente en otras lenguas. Tampoco, se pueden suprimir los orígenes ancestrales de vocablos basados en su acústica. 

Lengua, ondas acústicas y creación

¿Tendrán las ondas acústicas algo que ver con la creación? ¿Esas ondas “existen”, en el espacio-tiempo (físico) y espiritual? La respuesta a la primera pregunta, desde la explicación religiosa, es sí. Todo sustentado por dogmas de fe. “¡Hágase la luz”! Es un mandato. ¿En cuál lengua hablaba cuando Dios dijo: “¡Hágase la luz!”? No fue en arameo, el idioma de Jesús. El arameo, como lengua semita, relacionada con el árabe, era un idioma del comercio y la literatura del Oriente Próximo, de más de 3000 años, a inicios de la era cristiana. Se remonta a tiempos inmemorables la creación, vista desde las religiones, o sea, que el arameo, como lengua reciente, no pudo ser la que “habló Dios”. ¿Cómo se dice en arameo ¡Hágase la luz!, o ¡Sea la luz!? No poseo ese dato. Ahora bien, por dogma de fe, podríamos inferir que Dios, como ser omnisapiente, tiene el don de lenguas (véase el relato del día del Pentecostés) y no importa en cuál idioma pronuncie esas palabras, surtiría el mismo efecto para la creación Divina. Pero esta no es la mirada que deseamos darle en este análisis, porque ya no tendría que analizarse nada.

Visto desde un examen de la creación del mundo, ¿por medio de las ondas acústicas se “pueden” materializar las cosas, pasarlas de una forma sensible a otra diferente, con baja intensidad vibratoria? Es como transformar las cosas a un estado de materia, lo cual es otra forma de manifestación de la energía. En ese mismo sentido, puede interpretarse como una acción de magia. Es como decir “abracadabra” o “faraón”, como se ha nombrado en un texto anterior, palabras estas, asociadas a la magia por medio de lo mántrico.

Pero existe más incertidumbre que certezas e imaginarios en cuanto a la creación del mundo. Los postulados de magia, religión y ciencia no alcanzan una definición última al respecto. Ni lo harán. El Homo sapiens en su tránsito por la Tierra, en toda su evolución histórica, no encuentra los eslabones perdidos que le permitan tener conciencia sobre el hecho; por eso se la crean, dando categoría científica o divina al origen. Esto es así, porque se pierde en el tiempo el momento en que el hombre empezó a prefilosofar (mitificar) como forma de pensamiento, a tener conciencia de sí mismo y su entorno. Algunos opinarían que fue desde su aparición. Todo esto sería solo conjeturas llenas de irresolución y perplejidad.

Quizá este texto traiga consigo una línea temática influenciada por el pensamiento de Martín Heidegger, en su Carta sobre el Humanismo (1947). Este filósofo alemán llegó a decir que “El lenguaje es la casa del ser”, “en su hogar reside el hombre”. Lo mismo que si lo habitara la luciérnaga, el dragón, el pez, otro animal o cosa. El lenguaje es de carácter infinito, y las lenguas el medio de expresión. En el individuo humano hay lenguaje, incluso sin lenguas, como el pictórico y el mímico. Nos asiste el caso de dos conceptos en uno: lengua-lenguaje, como sistema de símbolos gráficos y acústicos. También, la capacidad humana de articular procesos de comunicación.

Ondas acústicas en el plano espiritual

Con respecto a la segunda pregunta de esta sección, se trataría de responder: ¿cómo se manifiestan las ondas acústicas a nivel espiritual? Como se podría notar, habría que relacionar el cuerpo mental con el espiritual. Son dos cosas diferentes, explicadas de múltiples maneras. A pesar de su carácter conceptual limitado, lo mental está definido por un conjunto de facultades humanas, como por ejemplo: principio generador, pensamiento, entendimiento, intelecto, inteligencia, razón y otras muchas más. Esta forma de definir un concepto sería enjuiciado por Jacques Derrida (1930-2004) y su análisis semiótico de deconstrucción. Lo haría con mucha razón. Ya el concepto de “mente” alcanza niveles de explicación más abarcadores, si empezamos por René Descartes (1596-1630), y seguimos con los contemporáneos, Karl Raimund Popper (1902-1994), John Carew Eccles (1903-1997), Rodolfo Llinás Riascos (1934- ¿?) y Howard Gardner (1943-¿?), los cuales teorizaron sobre la mente y las inteligencias humanas. Incluso, ya se explica una idea más extendida de la mente: todo lo que existe, dentro y alrededor del individuo, es parte de la red denominada mente. Así, las emociones, los deseos, un árbol, un perro, un texto, la calle…, como ejemplos, se incorporan a la definición, porque entre ellos hay una especie de relación. Es interesante no olvidar que todo lo que sucede en la “mente” se verifica en nuestro cerebro, no fuera de él.

La noción de ondas acústicas o vibratorias a nivel espiritual estaría plagada de complejidades, por lo que sería difícil llegar a una sola conclusión. Hoy en día religiosos, filósofos, psicólogos y científicos no alcanzan ideas comunes sobre el espíritu. Hay tantas definiciones como escuelas de pensamientos. Lo que en sí la mayoría coincide es que es “algo invisible”, “un soplo animador”, “hálito”, “viento”, “aliento”, “que da vida a toda realidad”, y más. Todos basados en el origen de la palabra “spiritus” del latín, “pneuma” del griego y “prāṇa” del hindú. ¿De qué está compuesto ese tipo de soplo o aliento? ¿Es aire? Sin respiración no hay vida ni animal ni vegetal, y que, por ejemplo, el aire que respiramos está compuesto de nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, neón, helio, entre otros elementos. Por su parte, las plantas realizan el proceso de fotosíntesis, por lo que el oxígeno y el dióxido de carbono se difunden dentro y fuera de las hojas. Esto es fundamental para la vida vegetal. Todos estos elementos están constituidos por moléculas y átomos que se encuentran en estado vibratorio. Visto así, el aliento tiene su base química, no divina. Sin embargo, esa definición sería materialista y reduccionista a la vez, pero no falaz. Se limitaría a una conceptualización de carácter físico-químico. Viene ahora la pregunta: ¿qué de la idea de sustancia planteada por filósofos, religiosos, científicos, metálicos, espiritualistas y otros? De ahí surgen innumerables teorías, antiguas, modernas y contemporáneas.

Pez. VLA

No analizaremos las concepciones sobre sustancia de filósofos antiguos, de la “sustancia pensante” o la res cogitans, de René Descartes, ni lo tratado por el pensamiento iluminístico, ni el espíritu de las ciencias ocultas de Emmanuel Swedenborg, rechazado por Kant y sus ideas vertidas en Crítica del juicio. Tampoco abordaremos la temática a partir de lo divino: la simbología de la Torre de Babel, ni el de un origen hipotético, de “exorrazas”, como algunos sostienen, “venidas de otros planetas”. Serían temáticas para diversos escritos. Lo interesante es suponer —solo como ejercicio intelectual— un proceso de comparación de la lengua-lenguaje con un pez y la materialización de cierto tipo de energía creada fuera de la magia o el milagro.

Si a los fenómenos se les atribuyen estructuras cuánticas frente a las de los espectadores, la representación perceptiva no sería igual para cada caso. Esto es así porque cada observador está conformado por distintos algoritmos cuánticos. La realidad del sujeto y objeto fenomenológico sería distinta. Un soplo suele emitir un fenómeno acústico, y como tal, de ondas. Un hálito, —incluyendo la acepción citada en escrituras sagradas—, aunque sea expresado de forma simbólica o metafórica, es una especie de fuerza, energía, vigor. Todo susceptible a ser explicado desde la versión cuántica.

Materialización de las ondas acústicas

De ahí que el sonido de un pez al deslizarse en el agua podría estar relacionado con el vocablo pez en algunas lenguas. Por el roce molecular, ese desplazamiento emite ondas sónicas, con ciertas frecuencias y longitudes. Ahora viene una pregunta con grados de dificultad para nuestro entendimiento, pero que no debiera ser rechazada del todo. ¿Si se produce un sonido ajustado a ondas y frecuencia determinadas, podría materializarse un pez? Se diría que eso es retornar a la magia, fenómeno fuera de lo concebido como científico. Sería volver al “abracadabra”, para abrir una puerta, y se abre la puerta. Se materializaría la acción por efecto de las vibraciones del “mantra”. De esta opinión parte el escepticismo de teóricos y científicos, aunque son resarcidos metafísicos, mentalistas y espiritistas.

Más complejo es la mentalización de las palabras. Aquellas que no son pronunciadas por vía oral, sino que retumban en el cerebro. ¿Se produce una emisión de ondas acústicas? La mentalización de la palabra pez, trae consigo su representación gráfica idealizada. Su forma estaría ligada a experiencias registradas en la memoria del sujeto. ¿Se “materializa” en la mente humana? Otra pregunta, ¿de qué está compuesta la imagen de representación perceptiva? Por ejemplo, al mentalizar a un pez, llega la imagen de este. ¿La abstracción estará formada por algún tipo de energía? Recordar que “toda materia en sí misma es energía, pero no toda energía es materia”. Para remachar, “todo es energía”. Esto nos dice que la imagen mental producida no tiene que ser materia, aunque sí energía.

Ahora bien, ¿de qué está compuesto lo espiritual? No esperamos responder a esa pregunta, con ejemplos fácticos o con argumentos dogmáticos. Tampoco, se entrará en conceptualizaciones filosóficas, antropológicas y culturales. No discutiremos las descripciones de Leibniz, Berkeley, Schelling, Hegel o San Agustín. No caeremos en posiciones materialistas que consideran la materia como la única realidad. Es sabido de las corrientes ontológicas y postmaterialistas que plantean un tipo de aiteria que remiten al concepto de espiritualidad. Intentamos establecer que, de aceptarse la existencia del espíritu, ya sea de carácter divino o de otra naturaleza, este debe estar constituido por “algo”, y tendría su explicación.

Podría considerarse la lengua y el lenguaje como un tipo de aliento creador y dador de vida. A ese acto nuestro lector podría darle su carácter: divino, científico, natural, cósmico o de otra naturaleza; semejarlo con una luciérnaga, un dragón o un pez, como se ha hecho en estos textos presentados.

Domingo 29 de diciembre 2024

Publicación en Acento No. 131

Virgilio López Azuán en Acento.com.do