No solo es criminal quien mata de manera planificada y voluntaria, también lo es aquel que atenta contra la salud mental, incitándonos u obligándonos a consumir sonidos e imágenes que trasgreden la evolución natural de nuestros sentidos. En ambos casos, está al acecho el criminal con su bárbara intención: exterminar vidas y dañar mentes.

Una mente dañada, digamos atrofiada, responde de forma automática al llamado de quienes programan y difunden acciones e ideas destinadas a que el pueblo se compenetre e identifique con la deformación de los valores humanos que nos dan identidad. Esto es notorio incluso hasta en la preferencia por los alimentos. Quien ingiere comida chatarra, por ejemplo, es proclive a aceptar como bueno y válido el uso de palabras obscenas en un contexto inapropiado, y es un candidato seguro a hábitos y costumbres negadores de la vida sana y útil.

Sin embargo, de ambos criminales solo sometemos a la acción de la justicia al que mata a otro, como si deformar y alienar mentes no fuera un crimen mayor.

Veamos por un momento la definición más inmediata de alienación:

“Pérdida o alteración de la razón o los sentidos”.

Mas, si llevamos el concepto de alienación al terreno de la filosofía, sabremos que el término en cuestión, atribuido al pensador alemán Carlos Marx, podría resumirse como sigue: se trata de la deformación de conciencia de la que son víctimas los hombres al aceptar que sus relaciones sociales estén regidas por el desorden y la injusticia.

A través del uso indebido de los sonidos musicales y de la bulla citadina nos alteran el cerebro, las neuronas se dislocan y sobreviene el impacto de la locura y el triunfo de la violencia

Este planteamiento, que guarda cierto parecido con el modelo psiquiátrico, sitúa la alienación en el terreno de la ideología. Marx lo diría de otra manera:

“La alienación es la escisión de la sociedad acompañada de la asunción acrítica de esta, que toma forma de ideología”.

Es decir, la sociedad se divide en dos o más partes, y cada parte hace lo que le parece con el único propósito de establecer el caos. Entonces el CAOS se engrampa en los resortes de la ideología y deviene política de Estado, tal como ha sucedido en esta media isla desde la fundación de la República hasta hoy.

Así, lo perverso, la mediocridad, lo espurio, se yergue lamentablemente como sustento de una sociedad ya en declive, que le da paso libre a la violencia por la violencia misma e instituye el reino de la ignorancia, con su secuela de fracasos inmediatos en todos los estamentos sociales, comenzando por la familia e incluso por la primogenitura.

¿Cómo esto se manifiesta y expresa en nuestra sociedad?

Sencillo: la mentira se impone sobre la verdad, y el gusto deformado –fuente de falsos valores morales– reemplaza los principios universales de la ética, a saber: el respeto por las personas, la beneficencia, la no maleficencia y la justicia.

Para mejor entendimiento, digámoslo de otra manera:

-Los medios de comunicación nos bombardean noticias negativas a cada hora;

-Los diarios físicos y digitales no difunden aquellas informaciones que podrían ayudarnos a superar nuestra miseria material y espiritual;

-Los canales de televisión, igual las emisoras radiales, son nidos de cucarachas, prestos a servirles a la banalidad. Sus noticiarios, por ejemplo, promueven la violencia sistemática y la preferencia por lo podrido.

-Nuestros centros educativos adolecen de programas dirigidos a enseñarnos a crear: nos obligan a memorizar. “Inteligente es quien dice de memoria la tarea asignada, no aquel que sea capaz de crear sobre la base del conocimiento adquirido”, nos dicen.

-A través del uso indebido de los sonidos musicales y de la bulla citadina nos alteran el cerebro, las neuronas se dislocan y sobreviene el impacto de la locura y el triunfo de la violencia.

En fin, la alienación nos carcome y no hacemos nada por evitarlo.

La indiferencia del Estado agrava el problema e intranquiliza a la población comprometida con preservar los valores morales por los que ha luchado y lucha la humanidad: honestidad, decencia y respeto, entre otros.

Ojalá los voceros del caos no proclamen que esa población comprometida es minoritaria, y, por tanto, no cuenta, pues en esto, como en todo, debemos evitar que lo cuantitativo sustituya la capacidad deductiva cualitativa.

Haffe Serulle en Acento.com.do