¿Qué es lo ofensivo y falto de decoro en nuestro caso si no tergiversar la información?, es decir, dar una interpretación forzada o errónea a palabras, acontecimientos y a imágenes.  Esto lo dice todo y resume el contenido de la cultura que los monstruos nos han impuesto: disfrutar la vulgaridad en el uso de la palabra o de la imagen; ridiculizar con un alto contenido de morbosidad nuestra realidad más íntima; seguir a ciegas a políticos corruptos y a comunicadores sociales expertos en convertir en santos a diablos reconocidos.

Llevemos esto mismo al terreno de los sentidos y tendremos resultados preocupantes: alteración del olfato y del campo visual; el tacto y el gusto deformados, y los oídos llenos de sonidos salidos de la impudicia, que además de falsear nuestro ritmo corpóreo, nos impiden controlar el equilibrio. De ahí que seamos seres desgarrados, guiados por una oscuridad que nos impide comprender el alcance de la luz o el sentido expreso de la palabra justicia.

Es tal la incidencia de la cultura de los monstruos que el vocabulario de la  mayoría de nuestra población es de unas cincuenta o sesenta palabras simples, sin que lleguemos a comprender siquiera el significado de las mismas. Alarmante, ¿no? Pero igualmente vemos cómo la violencia irracional contra nuestros semejantes gana terreno en una sociedad que se regodea en su propia sangre: es un acto prosaico que trastoca nuestra geografía y nos enrumba por destinos desconocidos e inimaginables. La violencia por la violencia nos lleva a un laberinto sin salida y se vuelve arma mortal contra nuestra singularidad en vez de enrumbarse por los caminos de la confrontación para resarcirse y retomar su esencia, tan vincula al fuego y a la sangre de nuestros mártires revolucionarios.

¿Cómo es que nos reímos por cualquier disparate o por una palabra mal dicha? ¿Acaso la vulgaridad es de la risa? ¿Cuáles gestos vulgares hizo alguna vez Charles Chaplin, el rey de la risa muda, para hacernos reír?

Así, a fin de edificar mejor esta idea, permítanme decir que la violencia ejercida en un feminicidio no es la que aplicaríamos si fuese para exigir el fin de la impunidad. En este caso, es necesario entender la violencia como un fenómeno hijo de la naturaleza. Sin violencia no existiría el mundo que conocemos ni se producirían los cambios climáticos necesarios para el desarrollo de la vida vegetal y animal. Ya sabemos, por ejemplo, que en el interior de la célula nerviosa hay espectaculares imágenes en las que se puede ver el movimiento de las proteínas en su labor de renovación de la estructura celular.

Renovar implica un acto de violencia por la conquista de logros favorables para la vida.

Renovar es hacer que una cosa adquiera un aspecto que la haga parecer nueva y es restablecer o reanudar una cosa que se había interrumpido. Para devolverle el sonido a la tambora tendríamos que retomar el ritmo original del merengue, y esto implicaría un acto de tanta violencia que los monstruos tratarían de aplastarnos con el peso de su armada. Esta es la violencia que debemos llevar a cabo y no otra, porque otra sería dejar una secuela de nuestra sangre apantanada en la sangre de seres como nosotros, que es adonde nos han llevado los monstruos, y para lograrlo se han valido de los medios de comunicación, hoy controlados por satélites que invaden el espacio.

Todos los días somos bombardeados por sonidos e imágenes incoherentes, distanciados de nuestra realidad. Es tan sistemático el ataque que no nos permite digerir conscientemente las imágenes que hora tras hora se friegan en nuestros ojos: niños huérfanos tirados en las esquinas; tullidos, ciegos, tuertos…, inválidos a por montones que buscan desesperadamente una moneda o un pedazo de pan; ancianos que sufren por falta de una medicina, en fin, la cara de la muerte sentada en nuestras piernas y no la sentimos.

Un caso patético de nuestra deformación cultural es la risa. ¿Cómo es que nos reímos por cualquier disparate o por una palabra mal dicha? ¿Acaso la vulgaridad es de la risa? ¿Cuáles gestos vulgares hizo alguna vez Charles Chaplin, el rey de la risa muda, para hacernos reír? ¿Por qué nos reímos de la desgracia ajena, de una caída casual  o por el simple hecho de escuchar una palabra desagradable en un contexto también desagradable? Sencillamente porque nuestras neuronas han sido dislocadas y se mueven por terreno fangoso: obra maestra de los monstruos.

Haffe Serulle en Acento.com.do