Pero bien, volvamos a los monstruos.

Alguno de ustedes se preguntará ingenuamente quiénes son esos monstruos, si tienen nombres y apellidos o identidad conocida.

Si la inquietud toca la mente de manera generalizada, bastaría con decir, para aclarar la duda o el desconocimiento, que son monstruos conocidos por ustedes porque han crecido en sus entrañas, sobre todo en las de los más débiles, que representan por cierto la mayoría.

Recordemos que somos víctimas de una historia desgarrada, trazada desde los mares y los cielos, y teñida de sangre.

No solo la cruz es símbolo de dolor en nuestro diario vivir: ahí, delante de nosotros, a menos de una pulgada de nuestros ojos, entre miriñaques y espejitos rojos, hay muelas aceradas complacidas en la masticación perenne de metales preciosos que brotan de nuestra piel con más facilidad que el agua en terreno fértil y más abundantes que las piedras de antiguos ríos.

Es mucho el sufrimiento que nos han causado esos monstruos: hambre, oscurantismo, insalubridad, y piel deshidratada, y labios resecos, y lengua desdoblada en la palabra que no llega a cuajar en nuestra boca. En esto, por supuesto, no estamos solos: nos acompañan los demás pueblos antillanos, y los centroamericanos y sudamericanos, y más allá, al Norte, está México con su Jalisco moribundo, herido en los mariachis.

Lo poco que nos queda de nuestra cultura pasada nos alienta a continuar trabajando por un mundo distinto del que hemos conocido.

El dolor hace frontera y nos sacude a todos por igual, aunque con disfraces diferentes. A veces lo distinguimos por las arrugas adheridas a nuestra cara, crecidas y multiplicadas en el desconcierto ominoso de sustancias venenosas, y por las cicatrices que el tiempo ha marcado en nuestras manos.

¡Ay, miren nuestros dedos, endurecidos como trozos de hierro; miren cómo cruzan los linderos del alba para llamar la atención de la muerte, que en nosotros es casi siempre prematura!

El dolor también es fácil de reconocer por la discapacidad visible en la mayoría de nosotros y por la pérdida del léxico patrimonial, es decir: por el vocabulario que nos transmitieron, principalmente por vía oral, nuestros bisabuelos y abuelos.

Los monstruos del pasado son los mismos que orbitan los ensueños del pueblo, con el fin de impedir que nuestra mente vea imágenes contestarias al orden establecido, no vaya a ser que al percibirlas como reales obremos  contra sus intereses, representados hoy en las empresas multinacionales y en el sector financiero.

De solo pensar en esta posibilidad, los monstruos afilan sus pezuñas y nos desgarran sin contemplación, y no conformes, nos abren el cerebro y nos lo llenan de toda la basura que ellos mismos crean en los desperdicios infrahumanos  exhibidos como banderas victorias en los vientos gélidos del norte y distribuidos por cada pedazo de tierra de nuestro continente, con su secuela de deformación de la realidad por medio de imágenes diseñadas con el claro objetivo de trastocar la verdad hasta volverla mentira.

Así, después de los vejámenes impuestos en nuestros territorios, presentes desde los tiempos de los incas, aztecas, mayas, quechuas, taínos, y otros tantos, y todos torturados, quemados, mutilados… ¡vaya historia la nuestra!, había que hacer desaparecer la riqueza cultural de aquellas civilizaciones, y aunque lograron satisfacer gran parte de su meta no pudieron ocultarla del todo.

Lo poco que nos queda de nuestra cultura pasada nos alienta a continuar trabajando por un mundo distinto del que hemos conocido. Nos alienta, digo, mas no creamos que ese aliento es un tornado colectivo. No, no lo es, podría serlo, pero en este momento seguimos dominados por esos mismos monstruos y no es tan fácil vencerlos, razón por la cual nos contamina el mal gusto.

Podríamos hablar, entonces, de la cultura de los monstruos, con su repertorio de torceduras históricas manipuladas por las vertientes sombrías de la Divinidad Absoluta y por los hacedores consuetudinarios del hurto y el crimen, y podríamos hablar asimismo  de una cultura dolida, ensangrentada de arriba abajo, representante fiel de una identidad que no logramos descifrar debido a las terribles consecuencias que dejan en nosotros lo ofensivo y falto de decoro.

Haffe Serulle en Acento.com.do