En los viejos tiempos en que Norberto, Macho Bao, Curú, Caonabo, Ña, Hermes, Juantino y Clemente monteaban, el mulo, el caballo y el burro eran tan indispensables como los perros amaestrados, la escopeta, el machete, el cuchillo y la soga.
Las manadas de puercos y chivos no merodeaban tan lejos de la comarca, como ahora, que huyen de la deforestación y una urbanización alocada y horizontal sin aparente retorno por la fiebre del turismo (El destino Pedernales está en construcción).
Comoquiera, los trillos eran inextricables, entre despeñaderos, cenotes, pinares, guasábaras, cactus, guayacanes y cambrones. Y las áreas que luego han designado parques nacionales Sierra de Baoruco (la del cacique Guarocuya o Enriquillo) y Jaragua estaban tupidas de pinares y matorrales, en la parte fría o la Sierra, y de bosque seco sobre un sistema de rocas filosas, en la parte baja o caliente, el Jaragua.
Para llegar hasta allá y recorrer sus laderas, estaban el burro, el caballo y el mulo, siempre que no fueran machosos o se echaran (tirarse al suelo para no avanzar). Y era imprescindible la compañía de los perros con instinto para atacar cerdos y chivos.
LA VIEJA PASIÓN
No eran los únicos, pero cuando en la fronteriza Pedernales se hablaba de monteros, resaltaban los nombres de Bautista Pérez (Macho Bao), Juan Pérez hijo (Curú), Caonabo Molina, Norberto Pérez, Clemente Pérez (El titán de hierro), Juantino, Hermes y Amable Pérez (Ña), en la calle Juan López. Y se hablaba de sus jaurías de calidad en esas misiones.
La Juan López, simbólica por su gran anchura, inusual en República Dominicana, y llevar el nombre de la sabana que dio origen al poblamiento originario en 1927 (Gobierno de Horacio Vásquez, 1924-1930), había cogido la fama de Calle de los Perros. En los hogares de Pedernales era común la tenencia de canes, pero en las viviendas de esa vía los lugareños entendían que rompían los parámetros.
Macho Bao y Curú eran vecinos, vivían casa con casa y tenían sus perros que cuidaban como sus ojos y mantenían bien amarrados con cadenas en los patios delimitados sólo por empalizadas.
Bao tenía a Duvalier, Guardián y Capricho. Curú, a Pelo de Frisa, Capacho, Patú, Colorao y Chancharito. El gran chancharito de pelo “colorao” que después de pasarse la vida dura “trabajando” con los puercos y chivos entre los vericuetos de las cordillera, ya cansado, enflaqueció hasta parecer una amasijo de huesos, pero jamás sin perder su nobleza.
Hasta el día de su muerte ocurrida tras más de dos décadas de batallar, día tras día caminaba dos cuadras bajo el quemante sol del mediodía hasta donde Francia, en la Duarte con Libertad. Y así visitaba otras viviendas conocidas por su dueño, y regresaba, siempre leal, con la mirada ya ida. Apenas comía y se echaba a dormir durante horas, indiferente ante la necedad de moscas y mimes.
Duvalier tenía una fama bien ganada. Era un can amarillento, poderoso. De pecho ancho, mirada escrutadora y carácter poco amigable que obligaba a temerle aun amarrado con cadena. Más cuando, frente una orden de su amo Macho Bao, sin mucho esfuerzo narigoneaba a un toro bravo y lo hacía subir al camión con cama de madera de Vencedor Bello.
Guardián no exhibía la corpulencia de Duvalier, pero muy efectivo en la caza. Era hermoso, estilizado, blanco con manchas amarillas y las orejas cortadas, no por nacimiento ni capricho de estética de su dueño, sino como resultado, según contaban, de una rabieta de Beján (Benjamín Pérez) al ver que el perro mató gallinas y gallos de raza que criaba en el conuco en la fértil zona de Los Olivares, en las afueras del pueblo, hacia el este. A Guardián le recordaré siempre. Aún llevo en mi canilla derecha las marcas de sus cuatro colmillos filosos clavados cuando, de niño, corriéndole al magistrado Nene, me descuidé y terminé en el perímetro de una mata de anón donde él había sido amarrado a la espera de otra misión en los montes.
DESAFÍOS DE LA MONTAÑA
En aquellos años no había declaración de parques nacionales para una parte de Sierra de Baoruco y la zona más al sur del Procurrente Barahona, el sistema de terrazas o escalones gigantes hacia el litoral y las islas de Pedernales.
Pero esos monteros estaban lejos de ser depredadores de los bosques y otras especies. Solían prender fuego para calentar agua y pelar sus presas cuidándose de no provocar siniestros en los pinares. Tampoco cortaban árboles maderables como caoba, cedro, roble y pino. Ni arrancaban el guaconejo (para esencia de perfumes), ni cortaban la canelilla, ni el guanillo Cabo Rojo, eliminaban iguanas jutías y solenodontes. Ni exterminaban los cangrejos con carburo. Eran guardaparques naturales.
Y la carne obtenida, generalmente, era para consumo familiar y de vecinos. Allá, en el imaginario del sur profundo, está arraigada la idea de que se trata de carne sana, sin grasa, si conservantes artificiales porque esos animales sólo comen frutos, troncos y hojas, incluyendo orégano y sepas de magüey, que son medicinales.
Algunos de sus proles siguieron aquellos caminos plagados de desafíos, como Macuso, Nicolás Corona (Colá) y Rafael Pérez, (Nene, el magistrado). A otros, José y Leonardo no les agradó la idea. Pero unos y otros evocan peripecias de sus progenitores en sus días de montería.
Cuenta José Molina (Borola), 70 años, hijo de Caonabo, fallecido a los 78 años en 1984, que nunca le gustó eso de adentrarse en aquellas zonas abruptas para retar puercos “sicarañas”. Pero le llevaban, iba a regañadientes. Rondaba los 15 años de edad. Hoy es publicitario.
“Mira, en Trou Nicolás (luego llamado Pozos de Romeo, por Romeo Francés) papá me dio una tremenda pela con una correa porque le espanté una manada de puercos que venía bajando. Estábamos asechándolos y, como sabes, había que parar la respiración porque ellos perciben el olor a humanos y se van. Pero a mí me picó una avispa y salí corriendo como loco entre esos montes, y los puercos se espantaron. Entonces papá se incomodó conmigo dizque porque yo era un pendejo, quejándome de una avispita vieja. Fue la última vez que me llevó porque yo se lo dije a mi mamá (Carmela Matos) y ella se incomodó con él y le dijo que jamás me llevara por ahí”
José recuerda que “en mi casa nunca faltó carne de cerdo porque papá salía en un burro fuerte, bueno, y duraba dos y tres días por ahí en esa montería y regresaba cargado de carnea. Él conocía varios sitios donde los puercos bajaban a la costa de Cabo Rojo y esa zona que hoy llaman Los Pozos de Romeo (Trou Nicolás), los mangles… Los cerdos bajaban en tiempos de cotinilla, cuando parían una fruticas que a ellos les gustaba mucho ese fruto seco. También bajaban a bañarse… Él conocía las rutas y sus paraderos. Se pasaba dos y tres noches asechando, porque los puercos son muy inteligente. Papá usaba escopeta de ataque, no era de cartucho, y tenía perros amaestrados, lazos (para trampas). Papá era muy buen tirador”.
Leonardo Pérez, 71 años, tampoco se decantó por la cacería aunque sí por el mundo de la Agronomía. Se licenció en Conservación de Recursos Naturales y Medio Ambiente. Sobre su padre Juan Pérez hijo (Curú), exoficial civil, agricultor y montero, fallecido en 1994 a los 74 años, describe una escena.
“Papá iba a montear, primero con Macho Bao. Luego con Arturo y solo. Me contó que una vez iba en una mula de mucha sangre que él tenía. Después que estaba en la zona, le sorprendió un puerco grandísimo y le tiró a morder a la mula. El animal brincó y papá cayó, pero de pie, y se ajebró con el puerco y logró matarlo. Luego tuvo que sentarse por los temblores en las rodillas… Él tenía un perro berrendo llamado Patú, muy fuerte. Una vez, en un pleito con un puerco, le dio un navajazo… Notó que los colmillos del puerco cortaban en el aire hasta los pelos del perro, como si fuera un cerquillo. Papá tenía unos perros muy buenos y todos los días le metía las patas en orina para que se pusieran duras y resistieran las lajas de las montañas. El puerco corre mucho pero también se para a pelear. O mejor dicho, los perros los paran. Un muy buen montero también era Clemente Pérez”.
En su imaginario viven los relatos de su padre acerca de las reacciones de los cerdos.
“El puerco cimarrón, cuando los perros le atacan y los detienen, pegan sus testículos en el suelo y cortan todos los ramos que quedan cerca y los echa hacia atrás para protegerse, con la cabeza en alto y afilando los colmillos, y cada vez que tira, corta tres veces. Una vez en Las Mercedes vi un hombre navajeado, creo que le llamban Tellido”.
Arturo Reyes, 90 años, relata que dejó de gustarle la cacería desde su primer intento en los montes acompañando a Curú.
“Tenía unos perros muy buenos, peligrosos, que agarraron un jabalí y cuando a esgalloarlo (degollarlo) le vi los colmillos muy grandes y filosos y le cogí miedo, no volví más. Yo no fui cazador”.
Bautista Pérez (Macho Bao) murió en el año 2000, a los 94 años. Era menudo, pero duro como el guayacán. Alternaba la agricultura y la agropecuaria con la montería. Su hijo Damero Pérez, 78 años, recuerda esos tiempos de cacería, aunque estaba chiquito y no le acompañaba al monte, diferente a su hermano Benjamín.
“Papá iba con don Curú, a cazar. No sé bien los sitios a donde iban; creo que iban por esos manglares de donde Turco Pedro Mella, por Los Olivares pa arriba, a la orilla de la playa. Por ahí esos puercos bajaban a comer cangrejos. Ellos mataban esos puercos con los colmillos grandes… Esos cerdos y esos chivos no valen nada, solamente tienen que ir, ya, porque ellos (Nene, Colá) lo hacen como un deporte”.
Su hijo Juan José (Careta) le replica: “Claro que ellos no la venden, pero esa caza es muy difícil, peligrosa, y la carne es riquísima, sin grasa, sin hormona, seca y se ablanda de una vez. Esos puercos y esos chivos sólo comen vegetales por ahí”.
El parque nacional Sierra de Baoruco fue creado el 11 de agosto de 1983 mediante el Decreto 1315 del presidente Salvador Jorge Blanco. La definición actualizada de sus límites está determinada por la Ley Sectorial de Áreas Protegidas 202 del año 2004. Tiene una superficie de 1,126 kilómetros cuadrados.
El Jaragua está ubicado en el sur del Procurrente Barahona. Fue creado en la misma fecha. Tiene una extensión 1,374 kilómetros, unos 950 en la superficie marina, abarcando las islas Beata y Alto Velo, y los cayos Los Frailes y Piedra Negra.
Son áreas ricas en biodiversidad, endemismo de fauna y flora, en herencia de la cultura indígena taína, hogares de paso de aves migratorias y rastros de especies animales llevadas a la extinción. Son joyas de la República Dominicana, vitales para el equilibrio ecológico del Caribe insular.
Desde el 6 de noviembre de 2002 constituyen zona de núcleo de la Reserva de la Biosfera Jaragua-Baoruco-Enriquillo, declarada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación y la Cultura (Unesco).
Los cazadores de estos tiempos, como Nicolás Corona (Colá) y Rafael Pérez (Nene el Magistrado), conocen esos sitios como las palmas de sus manos. Y saben, como pocos, los riesgos de desafiar a ancestrales inquilinos: los chivos y los cerdos salvajes. Sus motocicletas y otros vehículos siempre están disponibles para un viaje hacia los montes.