El paso por el país de un embajador, la mayoría de las veces, nos deja gratos recuerdos y el cultivo de una amistad que, a menudo, se diluye porque no hubo un vínculo tan afectivo, como puede serlo la condición de escritor, artista o poeta. Durante su paso como embajador de Francia en la República Dominicana, Eric Fournier– además de su cálido y entusiasta apoyo a la Semana Internacional de la Poesía de Santo Domingo, y su activismo en los eventos culturales de la ciudad capital–, nos sorprende con la publicación del poemario, Cantos de guerra (Des chants de guerre, 2024), con el que se estrena y entrena con pie firme como poeta. Traducido y editado por nuestro escritor y Premio Nacional de Literatura 2024, Juan Carlos Mieses, se puso a circular este año, en la Quinta Dominica, en un acto–donde me correspondió leer algunos de sus poemas en español. Sorprende aún más, la excelencia del libro, no solo porque se trata de su primer poemario, sino porque, en el mismo, Fournier exhibe dotes de haber asimilado la proverbial tradición poética francesa, tan rica en movimientos de vanguardia del siglo XX, y tan esencial en la literatura del siglo XIX. De Francia, sabemos, heredamos no solamente un romanticismo poético sólido sino, también, el simbolismo, el parnasianismo, el dadaísmo, el surrealismo y el cubismo. Y de esa enorme fuente literaria, de ese manantial de aguas infinitas, y del Sena, que ha servido de inspiración y atracción dichosa, ha bebido Eric Fournier, para concebir y escribir una breve obra poética de aliento, registro y sustrato dadaísta y surrealista, donde reverberan y se perciben, el tono y el “humor negro” de esos poetas. Es decir, desde Apollinaire hasta Louis Aragon, pasando por Jean Arp hasta Philippe Soupault, André Breton, Paul Eluard, Benjamin Peret, Antonin Artaud o Robert Desnos. Al leer este manojo de poemas, sentimos la sensación de asistir a la lectura de un texto concebido y articulado, a partir de sus experiencias estéticas con la música y la poesía. “Así nació este pequeño libro, de la necesidad, sentida un día, de desenterrar recuerdos entrañables provocados por algunas composiciones (Franz Liszt, Ben Webster…) o por las diferentes formas de expresión de la poesía a lo largo de su historia”, afirma Fournier. Se sienten, pues, el ritmo, la melodía, la armonía, los tonos y los timbres en sus versos, así como efluvios, eufonías y sonidos del verso francés, que tiene cultores y artífices tan canónicos, desde el sonetista Ronsard hasta Rimbaud, Verlaine, Baudelaire, Mallarmé o Víctor Hugo. Es decir, una rica tradición que fue esencial y vital en Rubén Darío, quien captó el ritmo, la prosodia y la musicalidad de la lengua francesa, hasta incorporarlos al castellano, y hacerlo más sonoro, con gran osadía y espíritu renovador e iconoclasta, para crear el modernismo hispánico, a fines del siglo XIX. El libro de Fournier es, en cierto modo, un homenaje a Jacques Roubaud, el “poeta matemático”, que cultivó el “arte de la memoria”, y quien fue miembro del grupo OULIPO (Ouvrior de Litterature Potentielle- Taller de Literatura Potencial), fundado por Raymond Queneau, y cuyo máximo representante sería el genial y malogrado novelista, George Perec. Fournier coloca unas notas finales, en las que define “la poesía como memoria de la lengua”, y, además, donde define algunas palabras, nombres de ciudades y de poetas. Nacido en París, en 1959, Fournier, publicó, en enero de 2024, este poemario bilingüe, que consta de 19 poemas (español-francés), en el que exhibe logros de experimentación y originalidad, en la escritura poética como experiencia del lenguaje y la palabra, en tanto expresión de la temporalidad, la imaginación y la creación intuitiva.

Portada del poemario de Eric Fournier

Como los poetas franceses, que vivieron en carne propia las dos guerras mundiales y la ocupación nazi, eventos fatales, desdichados y crueles, que dejaron hondas heridas, visibles cicatrices y secuelas mentales en la memoria histórica de los poetas y artistas de Francia, lo mismo ha querido evocar y hacer Fournier con Cantos a la guerra de Ucrania, con voz nostálgica, entrecortada y melancólica, haciendo de la poesía, una arma de combate, a través de la palabra como canto de paz y libertad. Desde los poetas franceses, que les cantaron a las guerras o que fueron víctimas de las mismas –por suicidio, tortura o asesinato—como Charles Peguy o Apollinaire hasta Robert Desnos o Max Jacob, París y Francia han sido el motivo, la tragedia o la razón de ser, que ha marcado con sangre o lágrima, la vida, el espíritu y la memoria de esta Nación, creadora, paradójicamente,  de los ideales de la Revolución burguesa, que proclamaron, urbis et orbis, libertad, igualdad y fraternidad (liberté, égalité et fraternité) y los derechos humanos. De esa tradición trágica, épica e histórica, se ha nutrido Eric Fournier para reivindicar el papel de resistencia y fuerza moral de la poesía, frente a los avatares de la realidad social y política. En varios de sus poemas, el poeta alude a experiencias vividas y padecidas en su periplo y andanzas diplomáticas, y de ahí que se respiren las agitaciones y las vibraciones del presente global, donde ha tenido que ser testigo. En esta tónica y matices se insertan estos cantos líricos, de aliento épico, del diplomático –y ahora poeta– Fournier.

En algunos poemas hay un tono invocatorio, y expresiones dominicanas que conoció y asimiló, en sus sentidos y significados, como estar “quillao”, o al citar pueblos como Bonao, Monte Cristi o Baní. Asimismo, leemos algunas onomatopeyas de cariz dadaísta.

Veamos:

“Señor, tú que estás altísimo en los cielos

y con mucho sentido del humor

libera a los poetas de ese siniestro honor

triste como una mayonesa derretida

y en vez de esas arengas aburridas

deja correr el jugo de naranja, la canela, el ron

y así preserven su prístina belleza

los versos de Jouve o Mallarmé

de Manuel del Cabral o de Aragón”.

Poesía de la cotidianidad, con sentido del humor y de la experiencia sensorial. Así lo oímos decir:

“A lo lejos alguien toca a Liszt como si comiera

una mandarina

con premura”.

O esta estrofa que recuerda el Manifiesto futurista (cuando dice: “Un automóvil rugiente es más bello que la Victoria de Samotracia”). Dice el poeta Fournier:

“El susurro de los robles no es mayor

que el de una hoja de hierba

rozada por el hocico de un carro de asalto”.

La música, en especial, el jazz, está presente y resuena en las páginas de estos cantos, pues Fournier es músico. Veamos:

“Pensar exige parsimonia

la misma requerida para tocar el blues

y no precisamente la del buen Charlie Parker”.

Las sílabas que se repiten en glosolalia, como en el Vicente Huidobro de Altazor, quien asimiló el cubismo poético y lo incorporó al creacionismo. Así lo vemos en Fournier, en claves musicales:

“Soplar exige cierto ardor

du bi du bi du la bemol

yea, du bi du la y ya está.

Componedme una melodía

que podáis cantar entre los do  do dos

no importa si a todos les disgusta

os miraré a los ojos

tarareando mi bemol mi mi tan bemol”.

El jazz está latente como trasfondo musical y piedra de toque, como leit motiv, que le imprime un tono armónico a los versos:

“Si no vibras al ritmo de ese jazz

cómo podrías en el futuro distinguir

el sentido del sinsentido

y el sinsentido de vivir?”

Resuenan los ecos del Caribe, la música y la voz de las palabras y la danza, en diálogo con Lope de Vega y Roubaud:

“Al alba

Al alba

Leo uno o dos versos de Roubaud

y de Lope de Vega mucho más de dos

tomemos, por ejemplo, el que habla de las avellanas

ah, las avellanas

en migajitas se deshacen

los rubores de la madrugada”

El poeta se interroga y se pregunta sin responderse:

“Es así como ha de pasar el porvenir

entre versos de mis poetas bien amados?

Así, en verdad debemos vivir los días

como un trapo colgado sobre alambres de púas

bajo la sombra de remotos tamarindos

de una heredad baldía?”

La sinestesia, de origen simbolista, que tuvo a Rimbaud (con el soneto de las vocales)  como un artífice, en la que la poesía y el color, la pintura y la palabra,  el verso y la música, entran en danza y diálogo, y se entrecruzan sus sentidos y lenguajes, entre sonidos y letras:

“Si alguna vez tuviera

que escribir un poema, un único poema

cuales colores tendrían

sus hexámetros y sus formas”, dice Fournier.

“Ese color sería el denso negro una noche brumosa”, remata.

El humor, el doble sentido, la picardía y el sarcasmo del habla criolla fueron captados por Fournier para transformarlos en materia y sustancia poéticas:

“Quillao, quillao, quillao

pero no sé hacer nada, ese es el drama

no tengo más remedio que tocar

mi bugui-bugui”.

Al final del poemario, hay dos poemas en prosa: “Una tierra rojiza” e “Historia de un soldado”, que recuerdan a Rimbaud o a Baudelaire, por su aliento simbolista. Cito un fragmento del primero:

“Se queda allí, inerte, hasta que la vida se desprende lentamente de su alma, mientras la lluvia acida sigue cayendo sobre la tierra enrojecida por la sangre de los combates”.

Se trata de poemas de un enorme lirismo, que representan la reivindicación de la poesía como homenaje a la valentía del combate del soldado en la guerra y de la poesía como arma espiritual del arte verbal, que nos reconcilia con la historia. Así pues, estos Cantos de guerra simbolizan un canto de paz, gracias a la poesía y a sus dones musicales y mágicos.