Mukien Adriana Sang Ben ejerció su derecho, su insoslayable deber. Cuestionó el nombramiento de un oscuro personaje en la Academia Dominicana de la Historia. No cualquier oscuro. Un oscuro ilustrado que pretende ser escultor, un oscuro historiador. Un oscuro con una pátina de cultura, cultísimo si se quiere, pero igualmente oscuro. Mukien ni nadie cuestionan su nombramiento por ser escultor-historiador. Lo que se cuestiona es su tenebroso historial. Su condición oscúrica:
Se lo señala vehemente –y lo señalan Minou Tavárez Mirabal y su hermano Manolo Tavárez Mirabal– por «…haber participado en el fusilamiento de héroes nacionales encadenados como fueron los expedicionarios de Junio de 1959, haber comandado el escuadrón del Ejército que le dio, en la escena, el tiro de gracia al héroe nacional Francisco Alberto Caamaño Deñó y haber dirigido la patrulla que amarró, torturó y asesinó con la mayor de las crueldades a Manuel Aurelio Tavárez Justo…».
El nuevo académico tiene además (como se desprende de un incidente que describe Chiqui Vicioso en un reciente artículo) un concepto retorcido y mentiroso de la historia:
«La única vez que vi a Ramiro Matos fue en un panel sobre la Revolución de Abril. Con toda tranquilidad, el militar se bufó de la Revolución y dijo que no se podía hablar ni siquiera de revuelta, que la revolución era una fábula inventada por los “comunistas”, lo que provocó que prontamente el periodista Emilín Herasme, hermano de Silvio, le recordara la batalla donde el perdió un ojo, añadiendo de manera sarcástica: “Parece que esa bala también fue una fábula”».
Todo lo anterior, sin embargo, no parece importarle al Chez Checo. No le quita el sueño. Con una ingenuidad que sería angelical si no fuera perversa, el flamante ex presidente de la Academia Dominicana de la Historia se limita a decir lo siguiente:
«Respecto de los hechos que se le imputan a Ramiro Matos, escapa a la competencia de esta Academia emitir veredicto condenatorio o no, ya que tal función es facultad exclusiva de la autoridad judicial competente con capacidad para dictar sentencias definitivas que adquieran la autoridad de la cosa irrevocablemente juzgada».
En definitiva, de acuerdo con este criterio, Enrique Pérez y Pérez y Ludovino Fernández y Jhonny Abbes García podrían ser miembros de la Academia. La ética, la moral, los principios humanistas no son competencia de la Academia. Pinochet podría ser miembro de honor. Y el generalísimo, por supuesto. Chez Checo, seguramente, hubiera dado su visto bueno.
Lo que resulta extraño, y en verdad sorprendente, es la amabilidad, la gentileza, la finura que Chez Checo dispensa al señor oscuro en contraste con la forma en que se refiere a Mukien Adriana Sang Ben, tratando de rebatir sus argumentos. El favorito de Chez Checo parece, en comparación, un dechado de virtudes.
En otra época Chez Checo habría condenado a Mukien a la hoguera, como solían hacer por deporte los llamados cristianos. En otra época la habría lapidado y, curiosamente, lo hace o trata de hacerlo, aunque no con piedras sino con palabras. Pretendidas palabras lapidarias que define, una por una, valiéndose prudentemente de la vigésima edición del DRAE de 2014.
A Mukien Sang Ben la acusa por lo menos de pedantería, vedetismo, narcisismo osadía o atrevimiento. Mukien Sang Ben, a juicio del desjuiciado Checheco, es manipuladora y ligera, desaprensiva, irrespetuosa, atrevida, irreflexiva, falaz. Quizás mujer falaz impostora de caricias, como decía en la canción Toña la Negra… Una lapidación en regla.
La verdad es que a Checheco no se le quedó ningún insulto en el tintero. La dureza con la que Checheco trata a la maestra e historiadora no le permite ocultar o siquiera disimular sus simpatías o preferencias. A la larga podría ser que —a juicio de Checheco—, Mukien Sang Ben tenga menos méritos que Ramiro Matos
Algo más alarmante y sorprendente —si acaso no aberrante—, en los razonamientos de Checheco es la manera en que trata de justificar lo injustificable:
«Su argumento de que el señor Matos es “una persona con trayectoria personal cuestionada y por demás de 90 años” es un juicio eminentemente subjetivo. Averigüe en el país los miles de personas que lo admiran como escritor, artista y militar que hace ya varias décadas llevó a un presidente de la República a designarlo en el cargo más alto de las Fuerzas Armadas como fue el de Secretario de Estado con rango de Teniente General»..
Checheco quizás no sabe o no le importa saber que también Emilio Ludovino Fernández tiene cientos de admiradores, que Trujillo tiene miles de admiradores, que hasta Enrique Pérez y Pérez y tantos otros asesinos tienen y tendrán admiradores.
Otra cosa: que un presidente nombrara semejante personaje en «el cargo más alto de las Fuerzas Armadas como fue el de Secretario de Estado» no honra al presidente que lo nombró ni tampoco al nombrado. Por lo que yo conozco de historia patria, con muy pocas honrosas excepciones no hemos tenido presidente de la República ni jefe de la policía ni de las fuerzas armadas que no salgan del cargo forrados de dinero. Entonces, o nos hacemos los pendejos como pretende Checheco o admitimos públicamente lo que todos saben: que poca gente roba en este país lo que roba un presidente o un jefe de la policía o un secretario de las fuerzas armadas y que ninguno de los cargos del estado reviste per se el menor asomo de dignidad.
Lo que se nombró, hay que decirlo y repetirlo, lo que defiende Checheco es el nombramiento de un esbirro en la Academia Dominicana de la Historia.
Como el Chez Checo gusta de emplear exhaustivamente las definiciones para descalificar a Mukien, aquí le mando una, la definición de esbirro, por si acaso no la conoce:
«Persona que tiene por oficio ejecutar las ordenes o indicaciones de una autoridad, en especial cuando para ello tiene que ejercer la violencia o usar la fuerza».
De lo que se trata, en esencia —lo que verdaderamente duele hasta en los cojones del alma—, es lo que denuncian los hermanos Minou y Manolo Tavárez Mirabal. Leer por favor con atención, Checheco, si no se te han empañado los lentes:
«El asesino Ramiro Matos González, al que hoy reconocen como historiador, tiene en su prontuario haber participado en el fusilamiento de héroes nacionales encadenados como fueron los expedicionarios de Junio de 1959, haber comandado el escuadrón del Ejército que le dio, en la escena, el tiro de gracia al héroe nacional Francisco Alberto Caamaño Deñó y haber dirigido la patrulla que amarró, torturó y asesinó con la mayor de las crueldades a Manuel Aurelio Tavárez Justo, Manolo, nuestro padre, declarado por el Congreso Nacional mediante la ley 150 de 2004, Héroe Nacional de la República Dominicana, y a sus compañeros como Mártires de la Patria. Que se sepa, cuando decidieron ustedes incorporarlo a la Academia Dominicana de la Historia, no pusieron en duda la validez de esta ley, ni la heroicidad, ni el patriotismo de esos héroes con cuyo asesino se sientan ustedes a deliberar. ¿O sí lo hicieron?
«Parece claro, igualmente, que ustedes antes de tomar la decisión de darle ingreso a este señor tampoco tomaron siquiera en cuenta el testimonio de uno de sus colegas, ex presidente de esa academia, Emilio Cordero Michel, quien testificó que cuando fue llevado herido ante el jefe del comando de operaciones (Ramiro Matos, por si no lo sabían) le transmitió el mensaje de Manolo Tavárez y sus compañeros de que acogiéndose a las garantías del gobierno de facto bajarían de las montañas en son de paz y portando banderas blancas. Cuenta Emilio Cordero que la respuesta de Ramiro Matos fue: “Aunque traigan banderas blancas de paz, todos morirán”. Y de hacer cumplir esa amenaza se encargó cruel y directamente unos minutos más tarde».