En las obras “Los amos” y “El algarrobo”, con gran maestría, Bosch logra dibujar a través de su pluma literaria un ambiente rural dominicano sumergido en un letargo de crudeza y melancolía. Ambos cuentos están tallados con una delicada sensibilidad, de forma que se incrustan en nuestro sentir humano. Si bien es cierto que nos encontramos ante dos historias con hechos distintos, en ambas descansa la realidad que acoge al campesinado dominicano. Por ende, la narrativa de Juan Bosch es pulcra, clara y directa.
Antes de ahondar más en los textos protagónicos, es menester puntualizar que, por medio su literatura, Bosch extiende un retrato del acontecer social, cultural y político dominicano de su época, el cual se nutre de sus propias experiencias de vida. Se inspira en sus paisanos, en la vida azarosa de hombres y mujeres que sufren el azote de la pobreza, el nepotismo y las injusticias sociales.
En “Los amos”, la preocupación social del autor es latente. La obra se presenta como una anacronía del abuso de poder, el maltrato laboral, la falta de humanidad y la sumisión obligada por la necesidad de sobrevivir. Es realmente difícil leer la insistencia corrosiva de don Pío y el esfuerzo sobrenatural que realiza Cristino por mantenerse de pie. Pensar en el destino fatídico de este humilde trabajador genera en el lector una angustia y un pesar inconmensurable en el alma.
Precisamente, por estos factores es que la definiría como una obra inquietante, por lo que leerla y descifrar sus significados nos produce un agobiante sentimiento de indignación. Cristino representa a todos los trabajadores campestres que están inmersos en un ambiente laboral perverso y destructivo, bajo condiciones de vida deplorables. Incluso, esta misma situación se trasluce en distintos ámbitos laborales de la actualidad.
Bosch presta especial atención a los detalles, uno de los más peculiares es que logra traspasar al papel los matices del habla cibaeña. Esto es sumamente significativo, pues nos adentra aún más en la historia, de manera que la narración nos traslada en cuerpo y mente al lugar de los hechos. Lo cierto es que un cuento que nos hace sentir una mezcolanza de ternura y melancolía al leer “Qué anima’o ‘tá el becerrito…”; enrojecer de enojo con ‘’Eso no hace. Ya usté está acostumbrado, Cristino. Vaya y tráigamela”; temblar de la angustia al contemplar que”… ambos se quedaron mirando a Cristino, que ya era apenas una mancha sobre el verde de la sabana”, demuestra la maestría de su autor.
Leer y analizar este texto me remite a la emblemática canción de los años 80 “Ya no tiene
ganas”, interpretada por el Grupo Félix. Ambas composiciones artísticas articulan en el eje de las vicisitudes de nuestros campesinos. Al escuchar “A lo lejos se oye la voz del silencio, se oyen quejidos y lamentos y es del campesino que se muere hambriento…”, “…son ricos de cuna en enfermedad…”, “…el dueño ‘e la finca ayer lo botó…”, ¿cómo no pensar en el pobre Cristino?
El siguiente verso de dicha pieza musical: “Campesino, oye la voz que te llama y que en tu nombre reclama porque del cultivo te comes las ramas…”, lo abrazo como un cálido consuelo para Cristino y para todos aquellos que son representados a través de su figura. En él resuena la voz de cada dominicano que resiente fuertemente el agobio de nuestros campesinos y trabajadores.
Por otro lado, “El algarrobo” es un cuento impregnado de una inconmensurable belleza poética:
“La tarde sube las lomas desde la tierra llana; después persiste en levante una pintura rojiza. El hombre piensa que el cielo se quema. En el filo de su hacha está también el incendio del cielo”.
Es una narración viva, que se presenta ante nosotros repleta de colores y sensaciones. El cuento transcurre en un ambiente cotidiano, que refleja la rudeza de la vida en el campo y del trabajo físico. Esta historia nos introduce a seres humanos que viven el día a día y luchan por sobrevivir. Personas reales y resilientes que aprenden a partir de las experiencias y subsisten a base de trabajo duro y esfuerzo.