Tuve el privilegio de leer «Aquí en la playa», una novela corta y amena, que enaltece valores venidos a menos hoy, fundamentalmente en las edades de la adolescencia y juventud, pero que a veces son arrastradas hasta entrada nuestra madurez como individuos. Su lectura se torna agradable, simpática y reflexiva como una tríada que acompañará al lector durante las doscientas páginas que  sirven de amparo a una historia entretejida por itinerarios de amor y desamor; pasión y traición; intriga, engaños y desengaños que mueven a los personajes por una vereda que los acerca y los distancia de ellos mismos y de Dios durante el proceso de aprendizaje vital que cada uno va asumiendo, recomponiendo, asimilando y, por qué no, proponiendo como valores irrenunciables para la sociedad.

Miguelina Guzmán, en su calidad de autora, nos trenza una amalgama de enseñanzas que, cual luces en el laberinto que son por momentos las relaciones interpersonales, nos iluminan una senda pletórica de paz, cordialidad, humildad, sinceridad, respeto y amor al prójimo. Allí donde las apariencias nos tienen tentados a emitir juicios a priori, se eleva una enseñanza bíblica para que nos reconciliemos con nosotros mismos, con nuestro ser interior, pero guiados de ese gran arquitecto universal: los tiempos de Dios son perfectos y él dispone para sus hijos una vida colmada de buenaventuras. ¡Esperad, confiad! Pareciera decirnos Miguelina.

Con esta obra nos hallamos inmersos en una lectura que se produce también entre líneas y que es un valor agregado de toda obra literaria. En ese sentido los siete valores o  enseñanzas del Señor, conocidos también como valores bíblicos, de alguna manera van a ir acompañándonos en este periplo por las páginas de «Aquí en la playa»; a la razón la fe, la familia, el amor, el diálogo (léase la oración), la salud, los valores humanos, y por último, pero no menos determinante, la sociedad; ellos ejercen en nuestros personajes un roll primordial en sus respectivas vidas y actuaciones en esa transición hacia "la salvación", que los puede llevar a alcanzar grados de comprensión, perdón, respeto mutuo, generosidad, fidelidad, sacrificio y comunicación sincera, actitudes presentes incluso allí donde nuestros personajes adolecen -temporalmente- de ellos.

Quiero destacar particularmente la fe, porque, todo aquello que se va alcanzando en cuanto a los logros de los personajes en la novela, va y viene desde la fe que cada uno de los implicados en esta trama va consiguiendo; hay que descubrirla, experimentarla, porque no es suficiente con saber que existe, sino que es menester sentirla a golpe de vivencias y experiencias de vida. Así nos muestra Miguelina Guzmán cómo la van descubriendo los personajes por ella creados, y nosotros con ellos; los cuales vamos haciendo nuestros en la medida en que nos identificamos con sus actuaciones o las rechazamos.

Racso Morejón durante sus palabras de presentación.

Aceptar el don de la fe que nos es dado hace posible que muchas de nuestras actitudes cambien el curso de nuestras vidas. Con la lectura de «Aquí en la playa» tenemos a la mano muchos recursos, didácticos incluso, que defienden estas ideas, estas actitudes, estos gestos de fe en el mejoramiento humano.

Y quería resaltarlo porque sentí que, con mucha sutileza, o moderada intencionalidad de autor, -como también se le conoce-, nuestra autora nos lleva hacia esa apetecida sed de conocer la palabra divina que a veces los jóvenes niegan o restan importancia, por naturaleza, por ausencia de muchas cosas que sabemos se encuentran ausentes más que en la escuela, en esa célula de la sociedad que es la familia. Y eso, estimados lectores, eso es un precepto cristiano a todas luces que defiende esta novela de manera fehaciente, pero intrínseca al sabor que va dejando la obra en los lectores. Es loable ese gesto de Miguelina Guzmán como escritora. La novela pues, tiene una intención que se siembra en el corazón de las personas y germina como una semilla, la semilla de la esperanza refrendando las dicotomías vanagloria vs humildad, sexo vs amor, rencor vs compasión.

Hay en las páginas de esta novela una “extraña” alianza entre lo material y lo espiritual, lo superfluo y lo esencial, lo carnal y lo moral; sus páginas son, desde ese punto de vista, un recuento de acendrados valores que se han disipado en el tropel de ramajes que significa eso que muchos conocen como “la modernidad”, y que el desarrollo de sus personajes, de la psicología de sus personajes, se ocupan de hacérnoslo llegar con un verbo sano, sutil, ágil, empoderado, con el que describe nuestra autora estas realidades, sus respectivos contextos y sobre todo las actitudes de los protagonistas de la historia ante sus propias circunstancias vitales. Es allá dentro, en la realidad del alma de ellos, donde se presiente y procura nuestra (a)tención como lectores. Miguelina Guzmán lo sabe exponer con toda razón y sea acaso la inquietud primera de su relato.

Racso Morejón, poeta y periodista, junto a Rafael J. Rodríguez presidente de Río de Oro Editores.

Esta novela no solo se erige como un relato de amor y pasiones cautivadoras, sino también como un estandarte de valores esenciales en un mundo que, -demasiado a menudo- parece extraviado en la vorágine del relativismo decoroso y simplificador. A través de sus páginas, el lector encuentra una narrativa que no solo entretiene, sino que educa, inspira y confronta, a conciencia, dejando una huella in deleble en el alma de quienes nos hemos aventurado a recorrerla.

Desde las primeras líneas, «Aquí en la playa» despliega el amor como la fuerza motriz de sus personajes y sus actos. No se trata de un amor superficial o utilitario, sino de aquel que implica entrega, sacrificio y un profundo respeto por el otro. Los protagonistas encarnan un amor que trasciende las adversidades, recordándonos que este sentimiento no es solo un derecho, sino también una responsabilidad. Encontrarán ustedes pasajes particularmente conmovedores, diálogos que resaltarán inquietudes, decisiones, errores, aciertos y desaciertos que muchos hemos afrontado con mayor o menor sentido de compromiso, madurez y animosidad, por qué no admitirlo. Solo amparado por el poder redentor del amor cuando se vive desde la integridad, generosidad y la autenticidad del ser, seremos salvo. Es otro hallazgo que encontré en las arenas de esta novela.

Hay algo que me gustaría destacar como elemento fascinante de «Aquí en la playa», es cómo incluso los personajes “negativos” reflejan un compromiso con su sistema de valores, aun cuando no compartimos en muchos casos lo que para ellos es correcto, justo o apropiado; cuando estos se desvíen de los principios éticos tradicionales que esgrime la trama. La vida. Esta dualidad que nos procura la autora permite al lector comprender que tanto la integridad como la imperfección no son exclusivas de los héroes, sino actitudes que pueden manifestarse como parte de los diversos matices que van a caracterizar al resto de los personajes a lo largo de la historia. Es sabido que no hay personajes en blanco y negro per sé.  Los antagonistas, a pesar de sus errores, se nos presentan – y actúan- con una lógica que les es propia, de acuerdo a los principios de cada uno, mostrando que la humanidad, las relaciones interpersonales y nuestras propias percepciones son otra trama compleja y que incluso en la oscuridad de esos personajes hay destellos de verdad y luz.

«Aquí en la playa» no es solo un manojo de lances amorosos, carnales, narrados como episodios triunfalistas; es, sobre todo, un llamado a recuperar aquello que es innato a las buenas costumbres. Sí, en sus páginas se entrelazan historias de amor, fidelidad, respeto, integridad, intrigas, traiciones, reivindicaciones, componiendo un mosaico de virtudes y carencias que nos invitan a repensar nuestras propias vidas. Más allá de su estilo literario, la obra deja al lector con una sensación esperanzadora: la certeza de que, incluso en la arena del desierto más árido, pueden florecer los valores que dignifican al ser humano desde la redención sincera que cada quien sepa encontrar dentro de sí mismo.

Quiero detenerme también a resaltar que, con esta novela, Miguelina Guzmán nos ofrece no solo los matices de varias historias de flirteo, de deleites, de intimidades, de dudas e incertidumbres; de esperanzas y recapacitaciones, sino que dota a los lectores de un mapa moral que los puede guiar hacia lo que realmente importa tras su lectura. Edificarnos, desde nuestro fuero interior, de un carácter medular en cuanto a valores éticos, morales, y familiares. «Aquí en la playa» es, sin duda, una lectura ineludible para quienes buscan encontrarse más allá del mero entretenimiento, sino también para aquellas personas cuyo alimento para el alma les escasea, sobre todo hoy que vivimos inmersos en un mundo un tanto absurdo y sin sentido, cautivos en un laberinto de individualismos y banalidades que proyectan al hombre común como un ser preñado de perplejidades e incomunicación con su realidad.

La fidelidad emerge pues como otro pilar fundamental de la novela. En una época donde las relaciones amorosas parecen tambalearse frente al egoísmo y las tentaciones efímeras de la carne y otros vicios; los personajes de «Aquí en la playa» demuestran que ser fiel en el más amplio sentido de la palabra, no es un censo de costumbres retrógradas, sino un acto de coherencia moral, de convivencia en la fe -y no solo divina, que también- y un gesto de nobleza humana tanto en el plano conyugal como en las restantes relaciones con el prójimo.

La novela escrita por Miguelina Guzmán resalta la importancia de mantener la palabra que comunica y edifica confianza, aquella desde la cual se construyen vínculos sólidos y duraderos que se elevan como faros en medio de cualquier tormenta, la palabra que potencia la comunicación más franca, abierta y desprejuiciada por encima de cualquier duda, escoyo, ambigüedad, o reto que nos presente la vida.

Pero uno de los aspectos más loables de esta obra literaria es, sin duda, la representación que hace de la mujer como símbolo de fortaleza, perseverancia y dignidad. «Aquí en la playa» se aparta de las narrativas que perpetúan la cosificación de la mujer, presentando en cambio personajes femeninos que inspiran por su capacidad de resistir, perdonar y construir. El respeto a la mujer no solo se evidencia en la forma en que los personajes masculinos interactúan con ellas, sino también en cómo la narrativa celebra su papel crucial como madres, esposas, amigas, profesionales, y emprendedoras.

Hay un guiño no menos importante que subyace en las páginas que Miguelina Guzmán a escrito, la educación y el rol de la familia bajo los preceptos cristianos que le impregnan a la obra otro valor agregado, un toque de canela a su mensaje; por cada rincón de la novela, aunque no de forma impositiva o dogmática, sino como un marco ético que da sentido a las decisiones de los personajes por ella creados. A través de episodios de enseñanzas y razonamientos, ella, es decir, ellos, Don Julio, el padre, Isabel Jarvis, Mariela y el propio Johan Figari muestran cómo la fe puede ser una guía en los momentos de duda, un refugio en las adversidades y un impulso para actuar con justicia, compasión, y perdón. Los padres en la novela asumen con responsabilidad la formación moral de sus hijos, enseñándoles no solo a distinguir entre el bien y el mal, sino también a enfrentar las consecuencias de sus actos con integridad. Y a reconocer, ellos mismos, desde la humildad, que recapacitar sobre nuestros errores y regresar sobre las buenas maneras será siempre la fórmula de como “recibiremos en gracia, la paz, y la sabiduría, para lograr esa felicidad que tanto anhelamos todos.” Tal como dice en su panegírico Isabel Jarvis.

Uno de los pasajes más conmovedores de «Aquí en la playa» es la relación entre padres e hijos, Miguelina nos la presenta como un lazo inquebrantable que trasciende generaciones, contradicciones, intereses o puntos de vista disímiles. Los personajes muestran cómo el amor paternal y el respeto por los mayores no solo se expresa en cuidados materiales, complicidades indulgentes entre padre e hijo, sino también en el ejemplo diario que cada uno imprime a sus vidas, en la paciencia o la ternura para guiar y en la firmeza o el correctivo para amonestar. Hay capítulos memorables, en los que don Julio, padre de Johan, transmite a su hijo la importancia de la honestidad, incluso cuando hacerlo significa enfrentar riesgos como la pérdida, la desolación aparente o el hecho mismo de hallarse equivocados. Sí, los personajes que Guzmán ha concebido no son infalibles, parecieran por momentos nuestros padres, amigos, colegas, amores, vecinos, incluso a nosotros mismos…

La novela que presentamos hoy es un canto a esa pulsión de vida que tiende incuestionablemente a la resolución de nuestras consecuencias, pero apelando al "yo" más íntimo que nos cuestiona, la conciencia de la fe, una conciencia que, en los personajes de «Aquí en la playa» transitan hacia la autosuperación intra e interpersonal. Un crecimiento que, podríamos decir, nace accidentado desde el área de los sentimientos más puros del ser y ese nexo misterioso que une a los seres humanos con la sexualidad, la lívido, como factor desencadenante en no pocos pasajes de la obra. Aquí reconoceremos el alfa y el omega de la novela misma, y de los personajes como ramificación de los valores éticos que esta autora defiende. Existe un fuerte deseo de escapar de lo meramente biológico, del deseo carnal a ultranza y, en la transición de los protagonistas, notaremos un rehacer, un renacer en sus propias construcciones de la razón, del ego y por qué no, de sus propias conductas sociales.