A la manera de un caleidoscopio son las miradas de José M Fernández Pequeño en la novela Tantas razones para odiar a Emilia acerca de esa humanidad circunstanciada que llamamos “lo dominicano”: variopintas, cambiantes y de efectos diversos y, a veces, contrapuestos, según los ángulos del punto de vista del narrador.

Sin embargo, la visión tragicómica tomada a la vez como como filosofía antropológica y estilo literario es el eje del foco que esta obra proyecta, en su conjunto, sobre la realidad sociocultural de República Dominicana.

El texto opera a través de registros variados del modo de ser del dominicano que van marcando los sesgos, en la vida y en el lenguaje, entre lo culto y lo popular. En otro términos, entre: lo serio, noble y honorable y lo ridículo, grotesco y francamente deleznable.

Sin embargo, no hay un patrón ideológico fijo en el mirar de Pequeño, salvo lo que le dicta su propia subjetividad e historia de vida. Hay mucho de picaresco en esta novela a imagen y semejanza de su autor, quien entra y sale de la historia narrada(“aquí entre nosotros, que el autor no se entere,p.44) con absoluta libertad, como si no respetara frontera alguna entre ficción y realidad.

En términos literarios, este es el punto central y característico de Tantas razones para odiar a Emilia: operar al margen de esa convencional separación. No hablemos de subversión, que es un término manido y que nada aporta.

Detengámonos mejor en los retratos humanos extraídos como de una serie de comics, dibujados en su discurrir cotidiano en Santo Domingo desde el patrón de lo absurdo.

Es indudable que Tantas razones para odiar a Emilia obliga a detenerse en una multitud de referentes propios de los dominicanos: nombres de personas (con pelos y señales figuran Sara Hermann,Pedro Antonio Valdez, yo mismo, entre otros) y de lugares reales; rincones de la capital y del país fáciles de reconocer como el Parque Duarte cuyos contornos son descritos con gran objetividad ; y, sobre todo, folclor, costumbres e ideologías cotidianas.

Son situaciones que recrean vidas que transitan en la capital dominicana, en las cuales interesan destacar aquí dos tipos fundamentales en la trama de esa obra, construida desde la perspectiva Osvaldo-Pequeño:  Philip y Marcos.

Pero antes, puesto que la ciudad es ambiente y protagonista, habría que decir que el mismo topónimo Santo Domingo forma parte de la ambigüedad ficticia y repelente a la lógica cartesiana del espacio en que opera la novela, colocada sin ribetes vanguardistas en la orientación de lo real maravilloso.

Punto de encuentro y de partida, ambiente de la obra, Santo Domingo es una de ciudad que se confunde con República Dominicana no por efecto de la sinécdoque, figura consiste en denominar la parte por el todo, sino por razones históricas: su existencia es anterior al país al que pertenece y, además, ambos nombres llevan a los Dominicos a cuestas, nombre muy presente en esta obra .

Pero, basta de geografía y de retórica. ¿Para Osvaldo-Pequeño quién es y qué hace Philip? : “…es un amigo especial que desanda en las calles de Santo Domingo y se hace llamar Philip. Nadie sabe de dónde vino ni cuando llego a la isla, pero todo el mundo lo acoge con la misma actitud que se aceptan las edificaciones coloniales y los ciclones tropicales  (p.97).

¿ Y cuál es esa actitud? La de la felicidad de que disfruta ese personaje que nadie conoce ni le importa, identificada con el relajo y la nadería. Sin embargo, no se crea que ser feliz así es un simple relajo ni nada fácil :

Philip “…no es un loco manso más entre los muchos que surcan las calles de Ciudad Nueva, Gazcue y la Zona Colonial. Nada de eso. Mucha gente lo busca para contarle sus problemas y escuchar sus consejos prácticos, o para que medie en algún conflicto entre panitas celosos. La gente confía en la seriedad con que Philip atiende cada consulta, aprecia la distancia desde la cual opina …” (p.97).

“—¿Y de que vive ese cabrón?

“—De lo que pica aquí y Allá. Desanda las calles con ademanes de gentleman y una innegociable peste a sudor…”(p.98).

Y así vemos que Philip vive en el mejor de los mundos como presidente de la Asociación de Picadores de la Calle El Conde- ASOPICO, cuyo trabajo, el suyo y el de multitud de respetables ciudadanos es el de sobrevivir a como dé lugar “decentemente”, sin delinquir oficialmente.

Pequeño describe ese personaje como el tipo común que cada día se encuentra en la capital dominicana y otras ciudades importantes del país, que, a falta de amparo social y protección del Estado, han decidido tomar seriamente el oficio de la subsistencia a la madera de un pícaro, haciéndose de un estatus “respetable”.

Así, encontramos más adelante a ese personaje y a sus asociados en ASOPICO preparándose para irrumpir de manera subrepticia y fraudulenta en un encuentro con los representantes de las altas finanzas del país:

“En la reunión de ASOPICO correspondiente a la mañana de hoy se informó a los ilustres miembros que esta noche, a las veinte horas, el Banco Central de la Republica Dominicana y el Centro Cultural de España inauguran una exposición de numismática en la sede de esta institución(…) Entonces, ¿Por qué no hace que el señor Ninguno lo acompañe a tan fausta celebración? “( p.219).

Marcos Soria Creek es el otro tipo de personaje que da a la novela de Pequeño el valor de un texto antropológico y de caracteres en el mundo de lo dominicano colindante con lo real maravilloso, marcado por de lo imposible e inaudito, pero perfectamente posible y cierto.

Todo cuanto acontece a ese personaje en la novela es un retrato de las dificultades de la vida en nuestro país, no para los miserables como Philip y sus iguales de ASOPICO sino también para los potentados. En el contraste de esos dos personajes, Pequeño nos presenta las miserias dominicanas sufridas desde el derecho y el revés de las franjas sociales.

Desde el subtítulo, ”Kafka, algunas veces”, ese personaje se coloca bajo el signo de lo absurdo, en un crudo y duro realismo dominicano vivido cotidianamente como fantasía, legenda, irreadad por los actores, como el doctor Soria frente al guachimán, el decano de la universidad INCE, el atracador que lo asaltó o el chofer de concho de la avenida Churchill .

El doctor Soria inicia así una carrera de desorientación, despiste y extravíos en la que todo se le niega en el reconocimiento de su identidad y estatus de empresario, desde el guachimán de su apartamento, el teléfono que debió marcar, las secretarias de su oficina ,la domestica y los conocidos en la universidad INCE.

Es una absurda e insoluble situación de tal magnitud (“de esta que tendría que regresar a su roñosos país o esconderse en el Pico Duarte ”,un enredo, le llama el narrador Osvaldo) sufrida por ese “hombre de recursos”; un “médico graduado con honores en la Universidad autónoma de Santo Domingo; alguien que iba a restaurantes caros, donde consumía delicias como el pulpo a la gallega.

Un día doctor Soria se despierta en su lujoso apartamento desde donde disfrutaba de “la visión del mar abierto , gris, distante, que su balcón encristalado le regalaba a más allá del Parque Mirador Sur”; desciende al parqueo donde le espera su “Jaguar verde aceituna” y recibe la más terrible vejación de parte del guachimán: el desconocimiento de su orgulloso y legitimados yo de potentado y propietario y luego el maltrato físico para para impedirle acceder a su auto .

—¿Busca algo el señor?-preguntó el hombre bajo y corpulento, recién salido al parecer de algún infierno particularmente espantosos ,si se juzgaba por la greña revuelta, los parpados hundidos y las ojeras marcadas sobre una piel de por sí muy oscura.

El cerebro del doctor Soria Creek acometió tres acciones simultánea .Intentó recordar el nombre de la figura sólida,basta,que lo observaba sombríamente.Intentó recordar cuando había dado propina por última vez al hombrecito desagradable cuya ropa parecía no haber sido planchada jamás. Intentó determinar su en la articulación confusa de aquellos labios había habido cansancio ,intención de ser obsequioso, o un extraño asomo de intimidación. Como ninguna de las tres operaciones lo condujo a un resultado confiable ,restó importancia al asunto; a que venía tanto detalle, era solo un guachimán muerto de sueño.

—Nada, hombre, lo de siempre, ¿qué va a ser? -respondió con una voz que intento no fuera excesivamente arrogante pero tampoco condescendiente .Cincuenta y cincuenta.

Dando dos pasos el vigilante bloqueó el camino del doctor Soria Creek hacia el auto. La postura, de brazos cruzados sobre el pecho, barbilla adelantada y obtuso rostro sin afeitar era una ridícula parodia de los pandilleros latinos que aparecen en las película yankis ,malosos ,desafiantes, listos para que el héroe los destruya por racimos con solo un bostezo. Pero aquello era el parqueo de un exclusivo edificio en Los Jardines del Sur(propietario del piso diecisiete en este edificio Brisas del Parque), no HBO;enfrente tenia a un pobre diablo que vendía sus horas de sueño por tres o cuatro mil pesos; y él era lo más distante que pudiera imaginarse de un acróbata duro de matar. Era un hombre respetado, seguro de sí mismo, que no pudo dar crédito a las palabras despectivas del vigilante plantado como un muro delante de él.

— Excúseme mi don, pero si el señor Soria no da la orden ,usted no pone una mano sobre ese carro.

Aunque esta hubiera sido la mañana más lúcida del doctor marcos Soria Creek, la sorpresa no le habría facilitado una respuesta adecuada:

—¿Qué le pasa, hombre de Dios? Yo soy el doctor Soria y uste me conoce mejor que bien…-quiso agrietar el tono, hacerlo casi despiadado para preguntar al cretino si estaba borracho o dorgado,pero la voz burlona del hombre congeló su impulso.

—No relaje…Pues vea, ayer yo era Sammy Sosa, pero me sacaron de la pelota por la bobería esa del bate con corcho, y más luego perdí todos los cuartos apostando en los gallos ,¿Le parece bien?

¿Qué hacer? Era ridículo, demasiado rediculo.De haber tenido enfrente a un empresario mañoso, o a un político buscón uno de esos intelectuales que iban a su oficina queriendo dar un baño de arrogancia a sus ruegos de amparo, no habría necesitado pensar ni medio segundo para ponerlo en su sitio. Pero qué hacer con este animal engreído por el estúpido poder que le daban las circunstancias ,como rebajarse a discutir con un ser insignificante que sin embargo se atrevía a enfrentarlo.

(…) Ridículo. intolerable. Libero su soberbia:

—Escúcheme al paso, bueno para nada, yo no sé si usted ha perdido el juicio o esta drogado. Mire mis documentos…

Fue a tomar la cartera en el bolsillo interior del saco ,pero el hombre dio dos pasos atrás y llevo la mano derecha a la escopeta de caños recortados que colgaba de su cinto.

—¡Jey,quietecito!(…)Manito fuera o se muere-muertecito ya mismo.”

“Un momento. Déjennos al personaje marcando el número de Apolo Taxi en el celular intruso (aquí entre nosotros ,que el autor no se entere)les informo …”

La información que en ninguna de las residencia de los Soria había tenían servicios nocturnos de domésticas, choferes o guardaespaldas .

Importa fijarse en el doctor Soria, quien se encuentra desconcertado y paralizado ante la inesperada actitud del guachimán que lo desconoce y le impide acercarse a su carro en el parqueo de su apartamente.Pero,más aún, fijarse en la pose y la descripción física y psicológica del guschiman,un tipo perfectamente novelable del ambiente dominicano, quien fría y seriamente cree en su rol de protector del bien privado del doctor Soria y está dispuesto a enfrentar violentamente al inexplicablemente desconocido propietario y gran empresario.

Narrar esa escena de desconocimiento y desconsideración por el vigilante del parqueo del doctor Soria( pp.35-45 y los demás episodios sobre este personaje) debió representar para Pequeño un agudo y arduo trabajo de percepción y concentración, además de despliegue del conocimiento lingüístico y psicológico, en torno a la vida en nuestro país.

Desde el punto de vista literario, los personajes del pícaro Philip y del empresario doctor Soria son dos originales y bien labradas situaciones asaz frecuentes en un país como el nuestro, donde los roles sociales, culturales e intelectuales no están claros ni definidos.

Eso hace de Tantas razones para odiar a Emilia un texto de tipo sociográfico que viene a unirse a otras obras del principio del siglo XX, y más recientemente, a la novela de La fiesta del chivo, de Vargas Llosa, que desde la mirada del extranjero se plasman rasgos y situaciones propias y singulares de la sociedad dominicana en épocas determinadas.