La historia de la humanidad demuestra que la poesía, primera manifestación de la literatura, ha convivido con ella, primero oral y luego escrita. La literatura oral y la escritura cuneiforme son muestras de que el ser humano siempre ha sentido la necesidad de expresar lo que siente, lo que piensa, así como, perpetuarse a través del tiempo. La literatura es una especie que se ha adaptado a todos los ecosistemas y contextos, ha florecido, ha agonizado, por momentos parece que ha muerto, como un virus ha mutado y hoy más que nunca se ha mimetizado. Sobre el acto de leer se han proferido miles de augurios, sentencias, máximas, elogios, definiciones y más de una vez se ha predicho su final, pero, la literatura sigue aquí, subyace, zozobra, se asoma en cada vuelta del sol, en cada cambio del mundo, se asoma para perpetuar aquellas ideas y valores que han sustentado la convivencia humana, la paz, la historia, los sistemas políticos y sociales que lo rigen. La literatura sigue aquí a pesar, del desdén de los sistemas de educación formal, del desaire de los medios de comunicación, de la inversión del orden social, de la espectacularidad de las artes. Ante tal periplo de vida cabe preguntarse ¿Por qué se mantiene? ¿Cuál es su función?
Desde la retórica antigua hasta hoy día se ha tratado de adjudicar funciones específicas a la literatura, en algunas ocasiones detractándola y en otras elogiándola. Platón la ve como forma de conocimientos éticos, estéticos y políticos, hasta el punto de considerarla corrupta por su propensión a la ficción, a la mímesis. Aristóteles, en cambio, otorga una función benéfica, ya que considera la imitación como un acto consustancial al ser humano, ve en ella una especie de catarsis o liberación del espectador. En la Edad Media la literatura era mayormente oral, los escritos estaban encerrados entre los monasterios y la nobleza, por lo que representaban el poder. Luego del renacimiento inicia su democratización.
Conforme a tal democratización y evolución de esta, teóricos y entendidos han tratado de descubrir, nominar, categorizar y hasta pragmatizar sus funciones, a tal punto que hasta las han cuantificado. Se le han atribuido ocho funciones, las cuales compiten con una idea arraigada en el imaginario popular; su aparente disfuncionalidad, vendida y manipulada.
Un joven dominicano se indignará ante el autoritarismo si ha leído algunas novelas de Andrés L mateo, Manuel Matos Moquete, Virgilio Díaz Grullón, Marcio Veloz Magiolo, entre otros autores dominicanos. Valorará y respetará a la mujer si se lee a Emilia Pereira a Julia Álvarez, Ángela Hernández, entre otras escritoras dominicanas.
Dentro de tales funciones figuran la estética por el goce espiritual que provoca en el lector. La social por la incidencia del contexto, la cultural por la transmisión de valores universales, la simbólica por el juego de la imaginación, entre otras. Cabe preguntarse ¿Conocer estas funciones motivarían a un joven a leer? ¿explicárselas sería suficiente para motivarlo? ¿Cómo influiría esta información en la vida de un joven? ¿Para qué le serviría?
En el contexto actual caracterizado por la inmediatez, la dictadura de la tecnología, los medios de prensa amarillistas, la voracidad del mercado de consumo y la banalización del pensamiento resultaría difícil motivar a la lectura y más aún convencerlos de tal funcionalidad. Lo que no debe ser un motivo para abandonar la incitación, la provocación a la lectura, de manera que el joven lector descubra por sí mismo sus beneficios o funciones. Lo que variarían conforme a cada uno, cada experiencia lectora resultaría particular, intima, personal. Sería él mismo quien se reconocería, al igual que su función en cada poema, cuento, ensayo o novela que aborde.
Será el joven lector quien se reconozca más tolerante al leer Matar a un ruiseñor de Harper Lee o el estudiante de derecho que aspire a ser un abogado como Aticus, que se despoje de prejuicios raciales al hacer esa lectura o al conocer las luchas por los derechos civiles de Luter King o Mandela. Repudiará la guerra al leer El tiempo entre costura de María Dueñas, al toparse con el horror vivido en España a principio del S.XX previo a la primera guerra mundial. De la misma forma podrá valorar la resiliencia de Raluca y Pablo en La buena suerte de Rosa Montero, por poner algunos ejemplos.
Un joven dominicano se indignará ante el autoritarismo si ha leído algunas novelas de Andrés L mateo, Manuel Matos Moquete, Virgilio Díaz Grullón, Marcio Veloz Magiolo, entre otros autores dominicanos. Valorará y respetará a la mujer si se lee a Emilia Pereira a Julia Álvarez, Ángela Hernández, entre otras escritoras dominicanas. Un punto perentorio en estos momentos; repudiaría la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, lastre social que arrastra la humanidad, que hoy se potencializa con crímenes y efectos de todas índoles.
Dicho lector podría sorprenderse con agrado al darse cuenta de que su capacidad de razonar aumenta, que es más propenso a la criticidad, al cultivar el hábito de la lectura. Así como sentir que es menos manipulable, que puede discernir entre una información real o falsa que ve en las redes sociales. Podrá advertir cuando sus valores pretenden ser canjeados por el pragmatismo rapante propio de la posmodernidad. Así como sustentar sus argumentos en una propuesta para optar por un trabajo.
Camila Henríquez Ureña en su texto Invitación a la lectura atribuye distintos beneficios o funciones a la literatura, dentro de las cuales están una forma de conocimiento, distinta a la proporcionada por las demás ciencias, a la que llama la eternidad de lo posible. Caudal de conocimientos psicológicos, catarsis o purga de emociones, en esta coincide con Aristóteles.
En fin, ese intangible carácter de la literatura implica una relación particular de cada lector en su proceso y los propósitos del enseñante. Será él quien descubra para qué le sirve en cada momento de su vida, quien pueda aquilatar cada valor literario en su benefició y su comportamiento como ser gregario, social. Motivar a los jóvenes a leer es apostar a la evolución del homo sapiens sapiens, es mantener la fe en los mundos futuros ya sean ficticios o concretos. Es confiar en el valor de la cultura para el desarrollo de los pueblos y el de la educación para la formación y transformación de conductas sociales.