La palabra mitote (del náhuatl mitotiqui 'danzante', de itotia 'bailar') es un término de la cultura popular mexicana utilizado para designar un problema, tumulto o vocerío. También se usa para hacer referencia a una fiesta.

Para mí, la literatura latinoamericana de nuestro tiempo es más universal y rica que en épocas anteriores, tanto en el uso de la palabra como en sus posibilidades conceptuales.

Los nuevos autores, que son muchos y muy buenos, aunque desconocidos, se preocupan por la búsqueda de formas literarias que dejen atrás (no en el olvido) los viejos cánones que rigieron el modo de escribir de nuestros intelectuales  del siglo XIX, tal como lo hicieron los escritores del siglo XX, caracterizados por el deseo de experimentación, es decir, de crear nuevas formas y nuevos contenidos.

Fue precisamente durante este periodo cuando se desarrolló notablemente la teoría de la literatura, que empezó con el formalismo ruso, cuya influencia se haría  perceptible en las creaciones del siglo pasado, las cuales actuaban a modo de antigua preceptiva poética o de sanción de lo que debe cultivarse. El término “formalismo ruso” designa un movimiento intelectual que marcó el nacimiento de la teoría literaria y de la crítica literaria como disciplinas autónomas, con notoria influencia en la evolución de los estudios lingüísticos.

De 1970 a 1990  la novelística latinoamericana se expresó a través de un reducido grupo de escritores acogidos por editoras que dominan los mercados europeos y de las principales ciudades latinoamericanas y estadounidenses, al margen de que en la mayoría de los países de habla hispana se desarrollaban estéticas de alcance universal, pero que no eran ni son del gusto de los dueños de las editoras, quienes se dan a la tarea de difundir una literatura congraciada con los valores establecidos por los estamentos de poder. Así, los temas de siempre, con su consabida forma, dominan hasta hoy el mercado editorial, el cual encuentra de frente a decenas de excelentes escritores y escritoras cuya narrativa impone nuevos desafíos, y que debido al cierre de sucursales de las más importantes editoras españolas y de nuestro continente, bajo el pretexto de que ya no pueden asumir la producción literaria de los países hispanohablantes, llega a nosotros gracias al esfuerzo colectivo de innúmeras fuentes sobre todo virtuales.

Lo cierto es que hoy tenemos una literatura rica en formas y expresiones cónsonas con la realidad social continental. Hay movimientos literarios por montones, que luchan por abrirse paso por una maleza oscura, la cual trata de impedir su desarrollo. Esa maleza podría estar representada en el silencio de editoras que, como está dicho, controlan el mercado de impresión y distribución de libros, y les cierran las fronteras a los nuevos autores. Lo mismo sucede con los gobiernos que rigen nuestros países, pues en sus metas nunca está visible la actitud de favorecer a nuestros escritores con políticas culturales que estimulen su esfuerzo.

En sus Apostillas (casi introducción a Mitotes del Extraviado, del Desasitiado y de la Prieta Clara), Radhamés Polanco nos lo dice a su manera, con su característico espíritu didáctico, pues él es, ante todo, maestro, profesor, coordinador. “En el mundo de la narrativa ocurre parecido, ejerciendo para ambos casos con ello, una especie de displicente vasallaje favorable al mal gusto, causa de una intolerable responsabilidad intelectual receptiva claudicando el creador contra el teatro, contra el arte y la literatura.

Es la lucha de lo nuevo contra lo viejo, y, como sabemos, lo nuevo, joven al fin, es capaz de imponerse a las adversidades que tratan de impedir su desarrollo, que en el caso de la literatura latinoamericana es vertiginoso y fantástico. Así, romper con los convencionalismos de los distintos géneros literarios, como de otras expresiones artísticas, es una característica invariable de nuestros nuevos creadores. No se trata de romper por puro esnobismo, sino de una realidad que nos trasciende y se impone a disgusto de quienes se empecinan en establecer el quietismo (del latín “quietus”: inactivo)  como filosofía de vida, o sea asumir una actitud pasiva y contemplativa ante el mundo y renunciar a toda actividad humana consagrada a trastocar  lo repudiable. “Yo no lo hago  –nos dice el autor de Mitotes del Extraviado, del desasitiado y de la prieta Clara–, espero no hacerlo jamás, empero, el sentido común me demanda entender que otros quieran ser competitivos, por acomodamiento a la industria del entretenimiento, nombrada ahora, además, “Industrias Culturales” y que acaben fascinando por los beneficios económicos y promocionales que el acatamiento de estas leyes y moda, oportunas o inoportunas, ofrecen proporcionar (op.cit. p.15).