En Liborio, ópera prima del director y montajista Nino Martínez Sosa, se narra con estilo naturalista algunos fragmentos de la vida de Papá Liborio, ese líder sectario y guerrillero que entró en el folclore dominicano por su oficio como el típico mesías autoproclamado que utilizaba, en efecto, el oportunismo del verbo para fabricar milagros frente al campesinado analfabeto que habitaba las zonas rurales del sur del país a principios del siglo XX.

 

De entrada, se construye como un drama costumbrista que examina, a través de un tratamiento visual atmosférico, el poder de la creencia como acto de resistencia campesina frente a la desigualdad social, pero sospecho que carece de impulso dramático o de algo que sea revelador por el lado poético, quedando muchas veces en el terreno de la indulgencia calculada que sostiene todo en una superficie demasiado higienizada con el único fin de santificar al personaje.

 

Su argumento se sitúa en San Juan de la Maguana y muestra, en el preámbulo, a Liborio como un sujeto atormentado por visiones que vive en las profundidades de una cueva que simboliza ese pasado oscuro del que intenta rehuir como los vientos huracanados que golpean su existencia, donde tiempo después reaparece hablando como un profeta y curando a gente enferma que no tarda en seguirlo hasta las montañas porque su sola figura representa la esperanza perdida de la comunidad.

 

La narración elíptica tiene, a mi parecer, un arranque más o menos interesante cuando presenta los ritos de la hermandad olivorista a lo largo de varios años, donde la esposa "Número Uno", el fanático José Popa y el resto de los discípulos son testigos de los supuestos poderes divinos de Liborio en la cofradía, mientras el colectivo asiste diariamente a ceremonias religiosas en las que se rinde culto a los santos de la cruz y se recita en oración los versos sagrados de los evangelios que alaban su efigie como guía espiritual de los desesperanzados.

 

A través de recursos como el fuera de campo, la elipsis, el sonido diegético y ocasionalmente el plano general, Martínez encuadra las costumbres campesinas para mostrar a Liborio desde lejos, sin protagonismo, preocupado por los demás, como un miembro más de la comunidad más allá de la influencia mesiánica que ejerce sobre ellos. Pero pronto me doy cuenta de que esa decisión es justamente lo que la debilita, sobre todo porque en cada uno de los episodios mantiene a los personajes suspendidos en la inercia de los rituales que se repiten hasta el paroxismo como excusa para olvidar el hecho de que están esbozados de una forma unidimensional, plana, a partir de un guión que solo responde a descripciones fenomenológicas bastante superfluas con los diálogos de pragmática minimalista.

 

Poco o nada se interroga las acciones de registro psicológico que motivan al protagonista a ser como es, omitiendo sus pasajes oscuros y la naturaleza del movimiento campesino de identidad popular, dejándolo frecuentemente en la posición acomodaticia del hombre justo que usa su religión de salvación por el bienestar de los pobres que no tienen nada, alcanzando mayor grado de maniqueísmo cuando lucha contra las tropas norteamericanas de ocupación que son los malos.

 

A pesar de todo encuentro creíble la interpretación de Vicente Santos cuando emplea su cuidado expresivo para ponerse en la piel de ese místico barbudo, introspectivo, sinuoso, reservado, que habla en parábolas y como curandero sana a los pacientes con ron y tirindanga para que vivan en paz dentro de la secta. Cuando él está en pantalla su presencia evoca misterio y cierto ocultismo, pero no es suficiente para oxigenar una narrativa cadavérica que nunca resucita.

 

Ficha técnica
Título original: Liborio

Año: 2021
Duración: 1 hr 39 min
País: República Dominicana
Director: Nino Martínez Sosa
Guion: Nino Martínez Sosa, Pablo Arellano
Música:
Fotografía: Óscar Durán
Reparto: Vicente Santos, Karina Valdez, Ramón Emilio Candelario, Fidia Peralta,
Calificación: 5/10