76) La mayoría de las personas son tan masoquistas que no les basta su infierno terrenal: su costumbre religiosa los lleva a imaginar otro, incluso peor, después de su muerte. Sin embargo, son tan pretenciosos que aspiran a ganar un cielo, es decir, una dicha eterna. Yo pienso con Borges que “los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos”.

77) La vida es guerra, y quien se auto compadece se desprotege, se desarma. Quien se victimiza, ya está derrotado.

78) Para un artista nada puede ser peor que la esterilidad creativa. Así, todo gran bien es pequeño si no le permite crear. Y cualquier mal puede ser una bendición si logra arrojarlo a la fuente de su arte.

79) Nada prueba mejor nuestras torpezas y necedades como el hecho que seamos capaces de enojarnos con las torpezas y necedades de los otros.

80) El erotismo suele actuar sobre nosotros como  animal hambriento; como una fiera que veces al tiempo que nos devora nos salva.

81) Cristo dijo que su reino no era de este mundo. En cambio, los poderes religiosos, políticos y económicos siempre han tenido bien claro que su reino sí es de este mundo. Los poderes religiosos occidentales saben que la mayor rentabilidad de su negocio consiste en la oferta de un mundo supuestamente mejor que este después de la muerte. Y esta oferta se vende muy fácil, ya que dos de las condiciones esenciales de la naturaleza humana son la ilusión y la imaginación.

82) La imaginación es responsable de que seres torpes y toscos, individuos fracasados en las cosas esenciales de la vida, se sientan amados e importantizados por el poder divino. El poder que representa lo más grande, lo más fuerte, lo más bello y sabio. Es decir, todo lo distinto a lo que ellos son.

83) En la escala del horror, las alegrías son solo pausas engañosas.

84) La incapacidad de estar solo es el mejor indicativo de cuán solo se está.

85) El camino es tortuoso, lo sé. Y a todo el que no pueda acompañarme en el trayecto de la manera más digna, es mejor que se aparte de mi ruta y me deje avanzar solo hacia mi nada ineludible.

86) Antes leía mucho porque quería conocer mucho. Hoy sigo leyendo mucho, pero, a diferencia de ese antes, hoy tengo claro que lo leído sólo me sirve para ensanchar la conciencia de mi insalvable ignorancia. Pienso que una de las muchas virtudes de la lectura es que amplía el conocimiento de nuestra ignorancia.

87) Mi crisis es también madre de la conciencia de lo verdadero. Y si esta no me arrastra a la resplandeciente esfera de la creatividad, debería por lo menos ponerme en el camino de la desaparición.

88) Bienaventurados los inocentes que aún reposan en un imaginario divino, aquellos a quienes el horror de la historia y el espanto de la vida no los ha arrojado al infierno de las dudas, del descreimiento y el desconsuelo totales; aquellos que nunca han sido suficientemente honestos para preguntarse indignados un cómo, un porqué y un para qué.

89) Bienaventurados aquellos que tienen el soporte de un supuesto libro “sagrado”, una religión o una iglesia cualquiera como medios para alcanzar su “cielo”.

90) Aunque mis fundamentaciones no sean lo suficientemente amplias, mis críticas a ciertas cuestiones de la existencia pretenden ser históricas, basadas en mis realidades y evidencias, pero sobre todo producto de mis dudas existenciales, de mis antiguas fe y “razones” escupidas y pisoteadas por la experiencia. Sin embargo, debo soportar que mis consideraciones pretendan ser rebatidas por personas que sólo tienen argumentos de fe, de sentimientos y fantasías. Esto último es válido para sobrellevar los ineludibles golpes de la existencia, pero no para explicarme ni consolarme de tantos sinsentidos y absurdos.

91) Atrincherado— o quizás acorralado— en esta pesadilla ilusoria, me quedan sin embargo dos alas y una ventana abierta hacia la luz: me quedan las palabras. Y no solo las palabras que escribo y que sueño poder escribir, sino también las que leo. Y escribo porque necesito decir algo, tal vez por jugar un poco a ser Dios, a ser creador, a descubrir con las palabras el mundo y a mí mismo, como Dios que supo que la luz era buena sólo después de  crearla, y que jugó a descubrirse a sí mismo en su creación.

92) La literatura, sencillamente, me ha salvado; o por lo menos ha sido el lazo más consistente que me ha atado al mundo, o con el que me he amarrado al mundo. Tal vez en vez de decir que la literatura me ha salvado, debería expresar que me ha retenido en lo mejor de mí, en mi más auténtico yo.

93) El poder, más allá de esa simple dicotomía de izquierda y derecha, es sólo un ejercicio de humillación para algunos, de favores para otros y de peligros para casi todos. Lo demás es adoctrinamiento, catecismo para almas aún no desengañadas o hipócritas.

94) La religión y la política son dos de las cuestiones más promisorias para expertos en manipulaciones.

95) Si no tienes enemigos, o tienes muy pocos, no sólo es una muestra de que posiblemente seas muy tonto, sino también de lo poco libre que eres.

96) Muy pocas expresiones manifiestan una realidad mayor de soledad que esta: “Todos me han abandonado, menos Dios”.

97) Admitir con sinceridad que se ha fracasado, tal vez sea la mejor forma de triunfo. Sacar partido creativo o emocional de esta realidad, es sin duda mejor para el cuerpo y el alma que estresarse y agotarse en dar a entender un triunfo que en realidad no existe. Triunfar desde nuestras miserias y flaquezas interiores, no desde la proyección hacia los otros de la apariencia de nuestros “éxitos”. Sólo los tontos suelen no notar el rotundo fracaso que ocultan las personas que se venden de “exitosas”.

98) Ante la imposibilidad de contar o cantar, he optado por dedicarme a blasfemar, aunque quizás nunca logre esa maestría en la injuria de la que Borges acusó al novelista católico francés León Bloy.

99) Entiendo que la gente siempre verá el mundo del tamaño de su egoísta alegría, de lo que descaradamente se atreven a denominar felicidad; o también del tamaño de su personal desengaño.

100) No me ofende la proclamada felicidad de algunos. Y menos me apena el que un día despierten de su sueño; a todos nos asiste por lo menos el derecho de buscar la manera de engañarnos, de no desprendernos de lo que mi amigo Balzac llamaba lo mejor de la vida, que era, según él, “las ilusiones de la vida”.