51) Cuando se cierren las puertas de mi aliento, cuando se haya esfumado todo mi entusiasmo vital, espero tener la suficiente entereza, el suficiente talante de espíritu, para no refugiarme en una iglesia.
52) He llegado a pensar que, para mi mayor tranquilidad, es preferible ser demonio de rechazo casi unánime a ser santo de devoción de casi todos.
53) Anoche soñé con árboles cuyas hojas eran pájaros vivos, pájaros negros, no recuerdo si cuervos, chinchilines o judíos. ¿Serán los heraldos negros de Vallejo intentando mostrarme el porvenir?
54) A pesar de mi poca fe en los milagros, me es imposible vivir sin esperar uno cada día.
55) Me gustan los dudantes, los que saben que la duda, lejos de ser una vergüenza o una debilidad, es un ejercicio de higiene mental y espiritual, una necesidad para la evolución de las almas; ahora bien, sería bueno que la duda no sea un freno para la necesidad de arriesgarnos, de cometer errores. Muchos se proponen como meta la certeza, tal vez por eso les resulta muy difícil soportar el peso negativo del azar y la contingencia, que son, en esencia, la “realidad” más consustancial con el destino humano.
55) Para el que tiene una verdadera vocación de escritor, no poder entregarse al ocio y a la soledad es como renunciar a la razón esencial de su ser. En un mundo que cada día tiende más a lo espectacular y al vedetismo, escribir– con la entereza de relegar todo lo demás a planos de menor importancia– es un acto de fe que muy pocos están en condiciones de profesar con la devoción que exige todo acto de fe.
56) Cuando no encuentro el camino de la soledad me siento perdido. Cuando huyo del silencio, o cuando el silencio huye de mí, me invade una desesperante impotencia, una angustiosa sensación de no ser yo mismo, o de ser el otro, el que menos me importa.
57) Nunca soy más fuerte que cuando me atrinchero entre los libros. Para el escritor, trabajo y soledad. Nunca abundancia que lo distraiga, ni pobreza que lo acorrale o lo arrodille. Sólo debe ser fiel al dios de su vocación. Ha de sufrir por ello, pero sólo de esa forma encontrará el consuelo necesario para sostenerse.
58) El día que escribí mi primer texto que entendí valioso tuve conciencia de que había aprendido a leer.
59) Nadie conoce el infierno del otro, sin embargo nos encanta juzgar a los demás, suponerlos felices o desventurados, o disertar sobre cómo deberían conducir sus vidas. Hasta aquellos cuyas vidas ha sido un desastre invierte demasiado tiempo en pensar qué deberían hacer los otros para no echar a perder las suyas, pero en la mayoría de los casos no se trata de aprecio a los otros, simplemente de ejercer esa grosera debilidad humana de entrometerse en la vida de los demás.
60) Después de escalar la alta y a veces escabrosa montaña de cada día, me queda por lo menos el derecho de tumbarme sobre una mecedora junto a mis libros y a una taza de café. Defiendo este derecho de desconectarme de ciertas miserias cotidianas y penetrar este ritual liberador de las palabras.
61) Es entendible y normal que muchas personas de moral cuestionable se sientan más pura que las otras. Lo que sí resulta de mal gusto, muchas veces hasta las náuseas, es que se den a la tarea de hacerlo público.
62) He pasado esta “Semana Santa” (hace algunos años de eso) leyendo a varios poetas malditos, es decir, a unos santos que me merecen muchísimo respeto.
63) Sí, es verdad: los libros no muerden, ni pican ni cortan ni queman…
64) Muchos quisiéramos escribir abundantemente y también leer casi todo lo que sea de valor, pero, penosamente, “la vida es corta y el arte largo”, como dicen dejó escrito Hipócrates.
65) La idea de Dios es la prueba más evidente de que al hombre (incluso al más común) no le bastan los datos de la “realidad” real. Que si bien es cierto que el hombre es un zoon politikón, como consignó Aristóteles; o un animal sentimental, como aventuró Unamuno, supongo que igualmente podría definirse como una bestia imaginativa e ilusionista. La idea de Dios es la prueba más fehaciente de esta última aseveración.
66) Dicen que el filósofo Soren Kierkegaard expresó que la condición más baja a la que se podría caer se llama periodismo, pues según él los médicos mandan sus errores a la tumba, los abogados a prisión y los periodista los ponen en primera plana.
En los tiempos que corren, la mayoría de las personas, sin importar la profesión u oficio que desempeñen, se apresuran a colocar sus errores (por no decir sus miserias personales) en las redes sociales, creo que fundamentalmente en Facebook.
67) Se ha dicho demasiado: la vida es guerra. Vivir es combatir. A veces las guerras de quienes intentan evadir esta verdad son mucho más encarnizadas. La paz, la mejor paz, es la que surge de nuestras guerras interiores, de nuestros íntimos despedazamientos.
68) Hay un tiempo que “pierdo”, que es el que me reporta mis mejores ganancias emocionales; muchas de las demás “ganancias” devienen en pérdidas lamentables.
69) Yo acepto, resignado, que la felicidad no exista, pero a veces lamento que la justicia no pueda tampoco hacerse real, aunque sea de vez en cuando.
70) Podemos hacer daños a diestra y siniestra, pero siempre buscamos la manera de acomodarnos a nuestra condición de víctimas inocentes, de pobrecitas criaturas “maltratadas” y “traicionadas”.
71) Tanto en el contacto real como en las redes sociales (y creo que más en Facebook) la mayoría de las personas se desenvuelven en una competencia de idioteces.
72) La mayoría de los políticos son aborrecibles, despreciables, pero, como todos los males ineludibles, estamos obligados a convivir con ellos.
73) Si Erasmo de Rotterdam regresara a la vida y volviera a editar su Elogio de la locura, probablemente no dejaría de incluir un capítulo sobre la locura en el uso de las redes sociales. Sé que nos deleitaría mostrándonos tantas estupideces, tantos exhibicionismos de mal gusto, tantas groserías, tantos ladridos y rebuznos, tanto irrespeto a la ortografía y a la gramática. Si Erasmo volviera a existir, en vez de estar lamentando este asunto, como ahora lo hago yo, probablemente aplicaría su genio humorístico a mostrarnos y detallarnos esta nueva forma de muchos ejercer su locura.
Probablemente cuando Ortega y Gasset publicó su libro La rebelión de las masas, no tenía la más mínima sospecha de que ese hombre, al que denomina masa, tendría su más acabada expresión en esta enredadera a la que se denomina redes sociales.
74) Es imposible que en todos mis actos no sienta yo el deseo de que estos se conviertan en expresión de mi literatura; lo cierto es que siempre hago el esfuerzo para que sea así.
75) Bienaventurados aquellos que tienen siquiera contra quien rebelarse. Su fin es su consuelo, y quizás de alguna forma lo que entienden su redención.