El espectáculo inaugural de los Juegos Olímpicos de París, debería generar una seria reflexión entre los psicólogos en cualquier parte del mundo, pues implica una necesaria revisión de los tres elementos fundamentales de la práctica clínica, a saber: evaluación, diagnóstico y tratamiento. ¿Cuáles son los signos y síntomas a evaluar en una sociedad de la tolerancia absoluta?  Si toda práctica esta normalizada por nuevos decires, ¿hace falta procesos de cambio?

Las críticas religiosas y laicas, al  performance de Trans y Drag Queens, obligó  al creador del espectáculo a “aclarar” que el cuadro representado era uno referido al ritual dionisiaco, lo que supondría un retorno a la bacanal donde el desenfreno estaba justificado por la adoración a una entidad divina loca y alcohólica. Antiguamente, estas fiestas eran privadas y los participantes estaban disfrazados. En nuestra posmodernidad  el disfraz es “género” caricaturizado y el bacanal  espectáculo público.

¿Cuál es la posición de la ciencia de la conducta?

Los que vivimos la experiencia de la modernidad plena, cuyo principio eran las normas, hemos visto su cuestionamiento desde la psicología foucaultiana, la sociología de Lipovetzky, así como el desmonte de la homogenización de la cultura por filósofos como Deleuze. El  problema ha consistido en que estos cuestionamientos no van  acompañados del asunto lógico de si…entonces; por lo que nos dejan solo en la palabra. Cuestionar lo performativo (J. Butler) con otra performatividad. Solo se busca un nuevo monologismo.

Nos topamos con desplazamientos  de la moral, que dejarían  sin el tegumento del vínculo a los sujetos que conforman el socius. Aquello que debe delimitar espacios entre los cuerpos, desaparece bajo el peso del discurso, sin que podamos saber de qué  estará hecho el nuevo puente comunicacional entre los sujetos. Parece que nos moveremos a la instauración de otra moral, pasando  a la intolerancia del intolerado, la discriminación del discriminado, la exclusión del excluido. El poder es una moneda y va a pasar a otras manos.

Si se instaura otra moral, otra  religare,  otra política (que no es ni izquierda ni derecha), si desbordamos los límites que la vieja moral impone a la tolerancia, vendría entonces la muerte de la psicología por  disecación del concepto de trastorno. O, en todo caso, se fundaría otra psicopatología donde el trastornado sería el que osara mantener sus prácticas  tradicionales, y la “cura”, sería la  impudicia.   La terapia sería el hedonismo. Los que prediquen solidaridad y sacrificio deberán ir a la hoguera.

Ya, de hecho, tenemos listas las etiquetas: homofobia, micromachismo, nacismo, conservadurismo, transodiante, etc. Incluso se observa la gama de “síntomas”.    Solo falta que alguna universidad incluya en su pensum esos “estudios” para que arribemos más allá del doble pensar. Sería “ingenioso” fundar la paradoja de una sociedad formada por individuos sin límites, y supondría un nuevo “desarrollo” de la humanidad hacia la distopía de lo desbordado.

Será  norma que una persona decida casarse consigo misma, que un hombre se declare amante de un árbol, que un adulto, auto percibido niña, entre a los baños de nuestras hijas. Si alguien de nuestra familia decide mutilarse un órgano, o modificarse el cuerpo de alguna forma, debemos aceptarlo. Cualquier reacción contraria a estas prácticas, supone el “trastorno de intolerancia”.  La historia de la psicología conoce los daños provocados por experimentos de manipulación hormonal.

El movimiento de los Children Lovers, aboga por la despenalización de la pedofilia y la eliminación de las leyes que establecen la edad para el consentimiento de la práctica sexual. Hace  años denuncié en un programa radial, el surgimiento, en los países bajos, de un partido político que “lucha” por la diversidad, la aceptación de la practica amatoria con menores y la eliminación de la palabra “pedofilia” de los manuales de diagnóstico, como el DSM, muy usado en las academias dominicanas.

De todo esto se colige que, para desmontar una patología, basta conque los “pacientes” se organicen en nombre de la tolerancia, libertad y diversidad.  Incluso, ya muchas afecciones psicológicas  no pueden ser etiquetadas puesto que son solo “condiciones”, y quienes presentan sus síntomas no deben ser “discriminados”. Eso me dijo una señora que se auto designaba bipolar.

Sin instituciones, dudo que haya un orden para el grupo. Solo alcanzo a ver en la llamada autgobernabilidad  –que supone el gobierno de los individuos– un magma hecho de conductas e indeterminaciones que haría imposible la convivencia.  La propia creación de las siglas GLTBIAQ es una prueba de que el individuo deviene sujeto, se acoge a normativas y discursos que, aunque cuestionen el statu quo, están hecho del mismo lenguaje.

La serpiente se muerde su cabeza. Trabajemos pues, para diseñar nuevas terapias que puedan “curar” la heterosexualidad, el amor, la vincularidad, la familia, la humanidad, el respeto, la espiritualidad, la monogamia… Hoy derribaremos las efigies construidas  de palabras.  Judith Butler hará las suyas por la propia performatividad lingüística. Porque no hay afuera del lenguaje. La inclusión excluye y los que denuncian la tolerancia son intolerantes.

Mientras, seguimos a la espera  del panegírico de los psicólogos.

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