Para Chamony Tejada, devoto de Orwell
Muchos (si se pude hablar de muchos en el aspecto literario e intelectual) conocen de esta dos importantes novelas del periodista y escritor británico Eric Arthur Blair, conocido por el seudónimo de George Orwell: Rebelión en la granja y 1984. Pero sospecho que no tantos conocen de la vasta y formidable obra ensayística de este autor, que abarca, con aguda penetración especulativa y estética, diversos asuntos de orden social, económico, político, literario, etc. En este último aspecto, que es el que más me interesa, Orwell nos legó consideraciones de entrañables solvencias reflexivas a cerca de escritores como Dickens, Toistói, Shakespeare, Henry Miller, Rudyard Kiplin, T.S Eliot, Ezra Pound, etc.
En estos últimos meses he estado en contacto con estos ensayos, incluido en un volumen que abarca novecientas y algo más de páginas en unas letras menuditas. Irene Lozano, la persona que escribió el estudio introductorio de este libro, que simplemente se titula Ensayos, no creo que esté equivocada al afirmar que el mejor Orwell está más en sus ensayos que en sus novelas. No quiero hacer comparación entre el novelista y el ensayista, sólo decir que en ambos casos Orwell es un escritor imprescindible. Hasta los temas más sencillos, de simple divulgación periodística, los trató con un profundo respeto por las buenas maneras del lenguaje.
En la contraportada de este libro, se leen estas palabras del autor que me complace colocar en esta humilde nota, que no pretende otra cosa que testimoniar mi admiración por este escritor que no sólo supo tomarse en serio los hechos de que nos habla, sino también la forma en que debía expresarlos: “Escribo, dice Orwell, “porque existe alguna mentira que aspiro a denunciar, algún hecho sobre el cual quiero llamar la atención(…) pero no podría realizar el trabajo de escribir un libro, ni tampoco un artículo largo para una publicación periódica, si no fuera, además, una experiencia estética”.
ARTE Y APATÍA DEL ARTISTA
Si Marcel Proust produjo su gran obra encerrado y encamado, y Emily Dickinson elaboró su singular obra poética desde un voluntarioso y feraz encerramiento, ello prueba que, en la mayoría de los casos, el gran arte demanda de la mayor apatía social de los artistas. Como es de conocimiento de muchos, en el ámbito de nuestra lengua hay una obra narrativa de primer orden producida por el uruguayo Juan Carlos Onetti, gran parte de la cual gestó y desarrolló su autor encerrado y metido en su cama, bajo la infaltable compañía del Whisky.
No es que el artista deba negarse a vivir; vivir es alimento para el arte. Según las informaciones de que dispongo, Proust tuvo una intensa vida social y cultural; era un curioso observador de cuanto le rodeaba, todo ello alimentó su futuro mundo creativo. Cuando por fin cortó con todas esas andanzas, muchas de ellas cargadas de frivolidades que, sin embargo, conformaron su perspectiva de inmenso artista de la palabra, se encerró, acorchó su habitación para protegerse de los hongos que agravaban su asma fatal, se encamó y se dijo: ahora recuperaré el tiempo perdido. Y de qué forma tan estupenda lo hizo. Y probó que aquel tiempo, aparentemente perdido de su juventud curiosa y andariega, sensible y contemplativa, no había sido otra cosa que un tiempo de preparación, el necesario entrenamiento que requería la singularidad de su obra.
Yo quiero imaginar que durante el proceso creativo de su novela En busca del tiempo perdido (la más voluminosa de que se tenga noticia en toda la historia de la literatura), a pesar de sus dolencias físicas, producto de su asma fatal que progresaba de forma vertiginosa, Proust disfrutaría de grandes alegrías, a medidas que su pluma y su mente desarrollaban ese tiempo que sólo supo tenía bien ganado en el momento en que éste empezó a hacerse presente durante su arduo proceso escriturar, no sólo como arte inmenso y distinto a todo lo anterior dentro de su tradición, sino también como consuelo a sus arduas preocupaciones en el tramo final de su vida. Y así pudo recuperar su tiempo perdido, es decir, su tiempo ganado y legado a la cultura literaria de sus país y del mundo como uno de los aportes más trascendentes al arte por medio de las palabras.
De Emily Dickinson no tengo del todo claro si antes de encerrarse tuvo una tímida o intensa vida social. De todas maneras, sé que a la intensa vida interior de algunos artistas no les son indispensables ni los muchos libros ni la copiosa vida social. Probablemente si a Emily las circunstancias no le permiten encerrarse, o estas la obligan a una forzosa vida social, o a abandonar su guarida, habría terminado en un suicidio temprano y con una obra poética exigua y de menor calidad.