La vida del poeta, cuentista y filósofo dominicano Leonardo Reyes Jiménez ha discurrido en tres países. Nació en Santo Domingo en 1991, donde vivió hasta sus 19 años. A esa edad se desplazó a Guatemala, donde cursó un Profesorado en Filosofía en la Universidad Mesoamericana (UMES). Durante su estancia en Guatemala, ganó el primer lugar en el concurso de investigación de las XV Jornadas de Filosofía de su alma mater. Joven ansioso de mundo, se mudó luego a Madrid. En la capital de España trabaja como profesor de español para extranjeros y ha continuado su educación formal. Obtuvo un Grado en Filosofía por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) y un Máster en Ciencias de las Religiones por la Universidad Carlos III (UCIIIM).

Reyes publica regularmente artículos de filosofía y poesía en medios españoles y dominicanos y ha sido incluido en Archipiélago inverosímil. Antología de poetas dominicanos en Europa (Isla Negra Editores, 2021) —compilada por Fausto A. Leonardo Henríquez, Mayobanex Pérez y Daniel Tejada—  y Las aves que un día emigraron. El cuento dominicano en Europa (Editora Nacional [de República Dominicana], 2023) —compilada por Rosa Silverio—. Ha publicado dos libros, ambos en España: Es preciso reponerse de la tristeza (poesía, Ediciones Evohé, 2019) y La rosa de la nada (poesía, Huerga y Fierro Editores, 2023). Este último acaba de aparecer en el marco de la 82ª edición de la Feria del Libro de Madrid, en junio pasado, donde Reyes ha firmado ejemplares.

Reyes inició su andadura pública como poeta de modo estelar. En 2019 un vistoso laurel coronó su cabeza: ganó el I Premio Internacional Elvira Daudet para Poetas Jóvenes con el referido poemario Es preciso reponerse de la tristeza. Publicado el texto, el prólogo corporativo de la casa editora lo describió como «un autor joven pero ya con una larga y venturosa perspectiva de futuro en su necesaria poética» (Reyes Jiménez, L., 2019: 8.), profecía que se ha ido cumpliendo.

El título del libro presagia oscuridades intimistas que, justamente por no ser novedosas en la experiencia humana y en la factura artística transtemporales, confirman su consubstantialĭtas, su adhesión sin hendidura a la expresión creativa; en el caso especfico del discurso poético y de quien lo profesa, es pertinente la invocación de Robert Frost: «Dejen el dolor solo con la poesía» (Tejeda, F. X., 1983: 48). El lugar que el bardo estadounidense concedió a la poesía como leitmotiv categórico del evento poético lo tuvo muy presente Neruda cuando un joven se suicidó en Santiago de Chile con su libro Residencia en la tierra abierto en una página preñada de pantano y perpetuidad, la del poema «Significa sombras». La influencia de las trágicas visiones frostianas sobre un poeta de la estatura de Joseph Brodsky ha sido estudiada magistralmente por el profesor español Antonio Martínez Illán, quien intuye que el Nobel ruso-estadounidense, tras leer a Frost, se aboca a encontrar el vacío en todo, menos en el lenguaje mismo (2010, s.p.). Una relación similar entre la vida, la tristeza y el lenguaje se aprecia en Leonardo Reyes Jiménez. Lo encontramos entre quienes hacen del combate entre el dolor vital y la palabra posible el punto de partida del gesto de textualidad.

En Es preciso reponerse de la tristeza el poema introductorio, «Nosotros», constituye justamente la formulación de un sentido de la poesía como antídoto contra el barullo existencial, como única tabla de salvación:

Escribimos más por necesidad que por placer/ y solo la poesía nos salva de la locura y de la muerte. / Nos sentimos cómodos leyendo a Baudelaire, a Rilke,/ y a Bukowski, aunque no escribamos como ellos./ No sabemos quiénes somos./ Caminamos entre abundantes penumbras. / Buscamos con ansias el amor o, al menos, eso creemos/.

Llama la atención que el poeta emplea la primera persona del plural para enunciar su credo esperanzado. Se sobreentiende que se refiere a los poetas porque ha mencionado primero el «escribimos», luego ha especificado la poesía. Con «penumbras», «ansias», «amor» ya se asoma una dicción clasicista, un sentirse inmerso en una tradición literaria multimilenaria donde la actitud hipersensible se troca en símbolo primigenio, una vislumbre, más allá de la infinita heterogeneidad formal de épocas y autores, de la poesía como «necesidad» de desembarazarse de un hijo terrible que quema las entrañas. A pesar de esta premisa, Reyes está distante de un decir antiguo y, al citar a poetas en cuya escritura él se acomoda, al reconocer que «Nos llaman bohemios, nos piden que asentemos cabeza/, que seamos realistas/», descorre los visillos de la nublazón atemporal y presenta a un «ellos» tácito que se opone a la satisfacción que la voz colectiva experimenta en el territorio de las palabras cantadas. Los poetas enfrentados a unos «otros» implícitos que se sienten presuntamente a gusto en el mundo, que cumplen un horario de trabajo, que tienen la cabeza en orden y no rota y delirante.

Puede establecerse un diálogo entre el poema de Reyes y el «Oración por nosotros los poetas» de José María Valverde, incluido en su libro Hombre de Dios, de 1945; para este, la poesía misma es un acto angustioso, porque los poetas no pueden disfrutar la variopinta belleza en paz. La palabra interrumpe la contemplación pura, porque es la cristalización de un mensaje en última instancia incomprensible. La naturaleza, el cosmos, son la dicha y la palabra su intermitencia. Para Reyes, en cambio, el enfoque creador es menos auspicioso en cuanto a la plenitud de las cosas exteriores: la angustia está más allá de las fronteras del texto, no dentro de él. El problema lo encarna el mundo, no la representación del mundo en la lengua. Hará más diáfana aún su postura en el brevísimo poema «Para qué»: «¿Para qué escriben los poetas? / Para vivir/ para vivir/». La poetización desde el nosotros reaparece en el poema «El mundo avanza», que trata sobre la brevedad de la vida también desde una calidad del poeta de portavoz de la especie humana. Esa voz abstracta, con la que el filósofo asalta el texto, es recurrente, da una pista sobre el derrotero estilístico de este poeta dominicano —en otras oportunidades, como en el poema «Recuerdos» (contando una experiencia grupal adolescente: «Comprábamos chimis donde Micky a tres por cien pesos») y «Sobre tierras galas», escrito en nombre de los pasajeros de un avión, se delimita el colectivo—.

Ya desde el segundo poema «Paquetes de tristeza» toma el protagonismo un yo poético que aún convive con el nosotros —«¿Por qué sufrimos siendo aún tan pequeños y frágiles?»— y en el tercer poema «En la estación de autobuses» el dispositivo confesional, que será recurrente en el libro, empieza a manifestarse, aunado a una voluntad de relatar episodios cotidianos que cobran valor pese a su ausencia de drama o momentos definitorios de su vida que le convidan a la nostalgia más intravenosa. Este será el camino que tomará preferentemente el poeta en este libro, con poemas como «Diecisiete años», «Felicidad», «El Buda de Wat Lokayasutharam» y «Fábricas», donde alterna el fotograma lírico de los instantes diarios y la vocación de taciturno memorialista. Camino que el poeta transitará con mayor obsesión en su segundo poemario La rosa de la nada.

 

Referencias:

Martínez Illán, A. (2010). La influencia poética de Robert Frost sobre Joseph Brodsky. Espéculo: Revista de Estudios Literarios, 46, s.p.

Reyes Jiménez, L. (2019). Es preciso reponerse de la tristeza. Ediciones Evohé.

Tejeda, F.X. (1983). Lo mejor de Pablo Neruda. Confesiones, fotos y poemas. Publicaciones América.