La trillada creencia o afirmación de que la experiencia visual es un mero acto sensorial, obvia el hecho de que el campo real de las imágenes constituye una representación metafórica donde la percepción y el entendimiento, indisolublemente entrelazados, resultan en un amplio mecanismo cognitivo del sujeto en términos de una determinada conceptualización narrativa.
En ese sentido, independientemente de la actitud del artista, observador o crítico de arte, albergamos, originariamente, la competencia biológica de ver, pero la interpretación de lo que vemos descansa sobre la base de la capacidad de pensar, proporcionada por el proceso de aprendizaje para entender y organizar el mundo.
En el vasto campo de las artes, ¿por qué la escultura griega de relieve Centauro y Lapith (447-442 A.C.) crea una imagen mental de conflicto, pugna o colisión mediante fuertes líneas diagonales opuestas la una a la otra, mientras que la pintura el Cristo ante Pilatos (1566), de Tintoretto, ofrece una figura de paz, sosiego y conciliación a través de líneas verticales? ¿Qué papel juegan, en nuestro proceso visual, las líneas curvas implícitas en la talla y las líneas verticales contenidas en el cuadro? ¿Acaso ambas interpretaciones responden a una selección sensorial, intuitiva o a una concepción de carácter ideológica?
Aún existe, en determinados círculos, una expectativa del arte visual adscrita, estrictamente, a una mera percepción de simples patrones de estímulos, en lugar de una interpretación más allá de la evidencia disponible de los sentidos. De ahí, que la hegemonía del relato no podamos explicarla recurriendo a la fisiología del ojo, o a ningún código de actividad neural o patrones de acción cerebral, sino más bien apelando al componente ideológico de la educación, el conocimiento y las creencias.
Bien visto el punto, ¿cómo podríamos reconstituir en una experiencia liberadora la imagen de la Virgen de Las Mercedes? Precisamente, la crónica de los vencedores, conjunto de hipótesis e interpretaciones relacionadas con los intereses de los poderes fácticos, citada en mi novela Voces de Tomasina Rosario, describe la venerada doncella como la primera evangelizadora de Abya Yala y mariscala de los ejércitos coloniales, y quien, según la historia patria, desprendiose furibunda de la corte celestial para auxiliar, en la batalla de lo que posteriormente bautizarían con el nombre de Santo Cerro, a las falanges mercedarias españolas que, a fuerza de la cruz, pólvora y espada, convertían, tal como lo versificara Pablo Neruda, a los herejes vivos de Quisqueya en cristianos muertos de la Corona.