En su maravilloso poema Itaca,  Constantín P. Cavafis, a través de una sutil metáfora hace que los lectores realicemos junto a él un viaje extraordinario en el que,  el sueño es mucho más importante que la meta. A partir de este hecho, uno se imagina siendo lector de Cavafis. A propósito, ¿Jorge Luís Borges se imaginó ser un lector de Marcel Schwob?

Así como yo he imaginado aquel inquietante viaje lleno de saberes al que me ha llevado el poeta, pienso que el escritor argentino Ricardo Piglia imaginó también ser un lector de Borges para descubrir su intricado mundo de fantasías. Cualquiera de nosotros podría decir lo mismo si se piensa en el propio Borges, quien es más contemporáneo que Schwob. Lo que quiero dejar claro es que la cadena de pensamientos, diálogos y experiencias diversas que se establecen en el trayecto de la obra literaria es mucho más infinita que, hasta donde alcanza nuestra imaginación. Esto es, que la materia memorística de la que está hecho el pensamiento de  los escritores de cualquier época, sea antigua o moderna no parte de la nada.

También esta idea se complementa y se enriquece con la experiencia y con las expectativas de todo lector, específicamente, lo pactado entre su mente y lo que el cerebro sueña. Así que trata de explorar el camino de la memoria, como viaje al pasado también es un río que fluye épocas tras épocas. Si pensamos en Platón, Sócrates o Aristóteles como autores de la antigüedad clásica sabemos que sus pensamientos se forjaron a partir de la oralidad. Ellos fueron la imagen del pensamiento de otros, a los que nunca conocieron. Somos los dueños absolutos de un legado cultural y de lo que imaginamos de manera sucesiva y continua gracias a una cadena de espectáculos y acontecimientos que nuestro cerebro va guardando de lo que vemos y escuchamos en el mundo material y sensorial, desde el momento en que nacemos hasta nuestros días. La batalla del mundo moderno ha sido mantener ese legado a través de los libros. Quiérase o no, a pesar de la modernidad tecnológica y la gran abundancia de dispositivos, el conocimiento del mundo de hoy definitivamente está depositado en los libros.

La humanidad, es hoy el producto de lo que ha sido antes y de lo que fue ayer. Por lo tanto se dice que la sabiduría es un continuum pensar sobre el pensar.

Si es posible, pensemos que la memoria es vegetal y que el patrimonio inmaterial del conocimiento ha sido un legado indiscutible de la humanidad. ¿Podemos afirmar que todo lo relacionado en cuanto a lo que pensamos está hecho? Sucede, que a través del tiempo hemos retroalimentado nuestro cerebro con aquello que hemos imaginado sobre lo imaginable. ¿La metáfora de lo que somos es pues una ilusión? ¿O el cuerpo ha sido imaginado también? Puede ser: el amor es el fruto de la imaginación, idealizamos la mujer con la que soñamos. Dos seres que se amaron imaginaron hacer el amor, por esta causa somos una perfecta combinación de mente y cerebro, materia y sustancia.

Podríamos trasladar estas interioridades de la existencia misma del hombre hacia los confines y principios del arte y la literatura. Desde el inicio del hombre en la tierra, sustancia imaginada es la que se anida en el cerebro para producir las obras, sean esta, visuales, escritas o auditivas.  De lo que podemos estar completamente seguros es que para llegar a los estadios del arte cavernario, por ejemplo, la imaginación del hombre ha tenido que recorrer un largo  e intricado camino cultural  cuya explicación la encontraremos en los miles de millones de años de conocimiento acumulado, depositados en libros y otros artefactos.

A esta maravilla de la inventiva del hombre se refirió Jorge Luís Borges cuando dijo: “de los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”

Lo maravilloso de esta tragedia tendrá un resultado espectacular: aunque el hombre deje de existir materialmente, quedará en la memoria humana una imagen de lo que fue. Por esa razón existen los libros, porque son la prolongación material del pensamiento humano, porque funcionan como una memoria en expansión. Funcionan de acuerdo con lo que el antropólogo mexicano, Roger Bartra llama “conciencia y exocerebro” y representan el legado de lo que el hombre ha sido a través del tiempo. Memoria y materia serán los responsables de la continuación de los saberes de la humanidad saecuala saeculorum. Al respecto, la escritora española Irene Vallejo es fiel a este pensamiento cuando define los libros como diques o murallas para contener el olvido. Piensa que el mayor hallazgo del hombre son los libros. Gracias a ellos las mejores ideas han viajado a través de los siglos. Significa esto que, la lectura es como un viaje en el tiempo. A través de los libros podemos escuchar las voces del pasado y alimentar nuestra imaginación en el presente. Frente a ese motivo, la humanidad, es hoy el producto de lo que ha sido antes y de lo que fue ayer. Por lo tanto se dice que la sabiduría es un continuum pensar sobre el pensar.

El Surrealismo imaginó un mundo que no existía y ese mundo nos pareció real y verdadero. Luego vinieron el Realismo maravilloso y el Realismo mágico para demostrar que la realidad era mucho más poderosa que los sueños de los escritores. Mientras los judíos imaginaron que para ellos el cielo era una biblioteca, para Borges el paraíso fue visto como una fuente de conocimiento. Con estos hechos se demuestra la maravillosa riqueza del arte, la belleza de la imaginación y sus infinitas posibilidades de conquista del alma humana

Si vemos a un niño contemplando la imagen de la luna en un pozo podríamos decir que es un niño con cierta sensibilidad, porque  observa aquel espectáculo como algo natural, mientras tanto pensamos que el niño se está imaginando la luna porque tiembla, porque la silueta lo atrapó junto a los pliegues del pozo, como resultado de lo que él se imaginaba. Quiero relacionar este concepto con la obra literaria, específicamente con su condición inmanente. Lector y obra se complementan, por lo tanto son el fruto de lo que se imaginan. Construyen un mundo maravilloso alrededor de lo que piensan y son en definitiva, la materia misma de lo que ambos sueñan. Si no es así, ¿De qué manera descubriríamos los míticos Lestrigones y los legendarios Cíclopes de los que nos habla encandiladamente Cavafis en su infinito viaje a Itaca?