La mañana en la que Laura se dispuso a abandonar su casa, estaba fría, el cielo se cubría de nubarrones negros. No le fue difícil pasar sin ser vista por el aposento de sus padres. Incluso se quedó parada frente a la puerta de su habitación. Los vio dormir. Su madre respiraba pesado, como quien se asfixia. Observó a sus padres nueva vez y el rincón en donde perdió su ingenuidad. Le dio ganas de vomitar, se contuvo. Concluyó que ya era hora de seguir su huida, pero cuando iba a continuar, regresó la mirada justamente a la posición de su padre.

Lo vio nuevamente, tumbado como un muerto, ido de todo, sumergido en su propio mundo… Lo odiaba. En realidad, odiaba a ambos, porque su madre también era culpable de su desgracia. Se llenó de valor y decidió entrar a la habitación. Con pasos descuidados se acercó a sus padres, no temía que despertaran, sabía bien que no lo harían.

Una atmosfera de humo y licor hacía suyo todo el espacio. El padre cambió de posición haciendo un ruido molesto en el colchón, al momento que arrojaba su cuerpo encima de su esposa. Por un momento Laura pensó que se había despertado, así que…Prosiguió su marcha lo más rápido que pudo. Salió a la sala, abrió la puerta principal. Sintió como la brisa acariciaba su rostro y como se enredaba en sus cabellos, respiró hondo y analizó cuál sería su segundo paso.

Pensó que si se daba prisa llegaría a las siete en punto a la estación del bus. Eran las seis y media de la mañana, tenía tiempo suficiente para llegar. Debía apresurarse si no quería mojarse con la lluvia que se aproximaba. Solo tendría que caminar algunas esquinas y ahí estaría un bus esperándola para ayudarla a escapar.

Sus pasos apresurados traían consigo malos recuerdos. Los golpes de su padre y la desprotección de su madre la llenaban de odio. Tan pronto llegó a la estación, compró su viaje sin regreso con destino a la gran ciudad. Ignoraba que la falta de edad sería una piedra en el camino para lograr sus metas.

Nunca había estado en la gran ciudad, se asombró viendo tantos vehículos, tantos edificios, tantas calles y tantas personas. Caminó hacia el primer lugar de alquiler que encontró. Pidió una habitación.

Todo iba de maravilla, hasta que le pidieron su identificación. Rogó para que se la alquilaran, pero por ser menor de edad no fue posible. Le explicaron que, si sus padres firmaban un permiso de alquiler, solo así le permitirían la estancia. Sin tener éxito, salió triste y empezó a caminar sin rumbo. El día se fue apagando rápidamente. A las doce de la noche, cansada, con hambre y sucia, se vio obligada a refugiarse debajo de un alero para pasar la noche. Empezó a llover en abundancia. Logró protegerse del frío. Cubrió su cuerpo con una manta vieja que encontró tirada en la acera. En muy poco tiempo se quedó dormida.

Cuando despertó, un grupo de personas la veían asombradas. La claridad del día entró por sus ojos, se los estrujó y débilmente se puso de pies. Alguien la agarró por la mano izquierda, la observó en busca de algo, luego observó minuciosamente una fotografía que llevaba consigo. Miró detrás de sí convencido y le dijo a un compañero que sin dudas era ella.

Le explicó que era un oficial de la policía. Le enseñó la foto y le hizo saber que desde el día anterior la estaban buscando porque su padre había puesto una denuncia diciendo que ella había desaparecido. Preguntó que cómo su padre sabía que se había ido a la gran ciudad, el oficial le aclaró que el chófer del bus desde que se le preguntó, qué si una joven con su descripción se había subido al bus dijo que sí. Se le mostró la fotografía para confirmar, y él la identificó; le especificó a donde se había bajado. Así que la buscaron todo el día y toda la noche, temerosos de que le pasara algo malo.

Después de que Laura escuchara al policía, fue llevada a la oficina de un especialista mental a lo que su padre llegara a buscarla. No puso resistencia, ni desmintió lo que había dicho su padre, con relación a que ella sufría de un problema sicológico. Se le veía resignada, pasiva, distante.

El especialista observó esta conducta y llegó a su propia conclusión, le hizo algunas preguntas a las cuales respondió vagamente y sin interés. Después de una hora pidió permiso para que la dejaran ir a lavarse al baño. Acompañada de la asistente del especialista se dirigió al baño. Agarró su mochila y le preguntó a la joven que, si podía entrar sola, le respondió que sí. Entró y puso seguro. Su mente se transformó.

Las imágenes de su padre maltratándola, abusándola sexualmente se apoderaron de su mente. Se hundió en una profunda depresión. El simple hecho de pensar que sería obligada a regresar al infierno que vivía con sus padres la trastornó. Después de unos minutos abrió su mochila, sacó una pequeña navaja y la enterró sin dudarlo en su mano izquierda. La sangre repollaba. Ya casi ida, pudo ver por una persiana a unos pajaritos alzar el vuelo… Sonrió y se quedó dormida para siempre.