Creo que el pluralismo es una forma de evitar la violencia en las sociedades. Respetar a los demás y aceptar sus diferencias nos ayuda a convivir. La tesis que sostenemos es que el pluralismo tiende a aligerar las creencias, condiciones o hechos, en el sentido de que “debilita” cualquier pretensión de objetividad e imposición de unos valores —éticos, políticos, sociales— que intentan presionar a un individuo o grupo para que acepte, sin más, una creencia, condición o “hecho”. En un mundo con diferentes opciones racionales, ya no es necesario establecer un único valor ni un único principio de la realidad que sirva como norma de conducta.

Consideramos que esta postura debe transformarse en una propuesta bien pensada para dar respuesta a nuestra situación actual caracterizada por el conflicto de las interpretaciones. Actualmente, tanto la experiencia europea como la norteamericana y la latinoamericana atraviesan por un proceso que podría considerarse violento. En la República Dominicana también nos hemos adaptado a la violencia que se vive en esta globalización deshumanizada.

El respeto a la diversidad se ha convertido en una exigencia de los ciudadanos, que entienden que es la base de la convivencia social. Por eso, creemos que la solidaridad fortalece la práctica del pluralismo. Sin embargo, desde el punto de vista cultural, la libertad está muy relacionada con la idea de igualdad porque se reconoce el valor de las diferencias.

Esto implica el problema del reconocimiento. Introducir la ética en la política y en el derecho puede enriquecer el debate sobre las diferencias culturales, además de que nos encaminaría hacia una ética plural frente al poder reductor del sentido.

En varias ocasiones he dicho que el reconocimiento en el contexto del multiculturalismo tiene que ser entendido como “reconocimiento del tú”. El debate actual sobre la ética se centra en la comprensión de los otros desde la perspectiva cultural y sociopolítica. Además, desde este punto de vista se reclama una política multicultural dentro de un Estado nacional.

Las acciones éticas suelen estar en consonancia con los valores sostenidos. Para ello, la ética debe proponer modelos de enseñanza que integren en el ciudadano los valores que defiende los derechos humanos. Este proceso educativo implica diseñar estrategias pedagógicas que ayuden a desmantelar el imaginario de la violencia y los esquemas autoritarios, comunes en la práctica política nacional.

Debemos avanzar más allá de lo penal. El régimen de consecuencias no solo tiene que ver con la sanción o la advertencia, también con la transformación de la mentalidad para convertir las prácticas violentas y autoritarias en otras más acorde con una cultura de paz y una sociedad del respeto.