Antes de recalar en las mecedoras de Virtudes Uribe en La Trinitaria, las giras sabatinas y matinales por las librerías de la Ciudad Colonial las iniciábamos en el Instituto del Libro de la Arzobispo Nouel, ahora desaparecido, como la mayoría de las librerías del área metropolitana y del resto del país.
El periodista y ambientalista, Ramón Narpier, el físico y filósofo, Andrés Molina y quien suscribe recorríamos el corredor de librerías ubicadas desde el Instituto del Libro en la Nouel, pasando por la América hasta llegar donde Makalé casi llegando a la Catedral. Y claro, La Trinitaria no se podía quedar. Solo que allí brindaban café y agua siempre y cuando el buen humor de Virtudes lo permitía.
No existía el wasá por lo que nuestras convocatorias para coordinar los periplos eran casuales. Otras veces nos citábamos a través de los maravillosos teléfonos fijos que poseían la inolvidable cualidad de quedarse en nuestras casas y no se convertían en lo que ahora son los teléfonos inteligentes; un apéndice en las manos o bolsillos, un espía pendenciero de nuestros gustos y manías. Piensas en un rollo de papel de baño y te brotan por las pantallas papeles de baño de todos los colores y aromas. ¡Coño!
A lo que vamos, José Arias, concéntrate. Pues eso, eran los ochenta tardíos, la ciudad no era tan hostil y no mostraba con orgullo tanta obscenidad kitsch, tanto echa vainas desaforado y chopístico como diría Miguel De Mena.
Las redes sociales no nos encerraban cabeza abajo como seres en permanente penitencia y atados a la idiota manera de querer ser queridos y reconocidos por todo el vivo planetario acabado de nacer en Suiza, Madagascar o en las Polinesias. ¡Heyyyy, estoy aquí!
Tampoco existía la locura estridente y desagradable del este ruido de la calle (nivel patología) como martillo clavando estrés en tus oídos y mucho menos estaba presente revoloteando en tu interior las ganas de matar al delivery del colmado que a la media noche calibra su motor después de depositar dos botellones de agua en algún apartamento de tu edificio.
Actualmente el corpus de las librerías en Santo Domingo equivale a las inexistentes y antiguas discotecas con sus pestilentes aromas de alfombra húmeda. Su pegajoso aire de nicotina y ron Siboney, del sexo- brocha que suda y suda y al final todo se quedaba en inútiles erecciones. Aquellos garitos con estrellas rojas brillosas y fulgurantes colgadas del techo como oscuras mariposas. Así también están las librerías convertidos en elefantes tropicales sin oficio, sin libros que hojear y pasadas de moda.
La gira no solo se limitaba tan solo a hojear libros y revistas. También, y lo más importante, era la oportunidad del encuentro social, el apretón de manos, el encuentro de tercer tipo con enemigos ideológicos, el futuro trago con alguien sin ver desde hacía tiempo. Te topabas con escritores sin obras, poetas desempleados, culturatas, y adoradores de la vagancia, profesores uasdianos con sus dogmáticas carteras y sandalias de cuero y los labios cetrinos y el afrito a medio hacer y el puño siempre a la izquierda, aunque ya hacía tiempo no lanzaban piedras a la Policía en la Juan Sánchez Ramírez.
Erupción de egos
Nuestro arribo de paracaidistas de la Seal Navy en las mecedoras de Doña Virtudes Uribe se producía a eso de las 11 de la mañana, hora de los sabios y su inminente y esperado bombardeo de vivencias, imágenes, anécdotas, las mujeres o los hombres que amaron y odiaron (nunca se sabe) sus obras y los procesos para su creación, sus manías y sus defectos ocultos hasta para su propia familia, su amor por la vida que les tocó sea lo que sea lo tocado y lo sufrido.
No siempre tenías el privilegio de ocupar una de las mecedoras, entonces era cuando se producía un círculo de mirones alrededor de los sabios y solo te quedaba comer boca y escuchar y si te atrevías a intervenir en alguna conversación level 3, confiado en que tenías menudo con que devolver, entonces te convertías en todo un héroe para los mirones.
La explosión sideral de egos de los consagrados no se hacía esperar: los poetas Manuel del Cabral, Pedro Mir, Fernández Spencer en primer lugar, luego, los más jóvenes, Enriquillo Sánchez, Marcallé Abreu, Alexis Gómez Rosa, Mateo Morrison y Tony Raful. Hay que decirlo el ego entre los artistas es un faro hiper esplendoroso. Brilla más y está siempre presente igual que las bolas brillosas rojas y fulgurantes de las antiguas discotecas.
Más que la nostalgia (esa perra que me ladra y ladra demasiado), el recorrido sabatino o los amigos que al final navegábamos hacia otro puerto: la Peña del Gordo Oviedo en el Parque de los Poetas para la bebentina y la comilona pantagruélica pelín orgiástica y vitrina social por excelencia a final de los 80 y principios de los 90,
Más que todo eso, todo lo anterior es mi reconocimiento a Doña Virtudes Uribe, cincuenta y siete años al frente de su librería La Trinitaria. Algo que dure más de diez años en este país merece el Premio Nobel de la Paciencia. Imagínense, ¡una librería con cincuenta y siete años de fundación en República Dominicana!
Esto va por Virtudes y su merecidísimo reconocimiento por parte de la Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2023, aquella noche inaugural.
Ya Virtudes mayor, con pasos lentos, pero con la firmeza del temple bien gestionado y todavía marcando territorio. Un aplauso desde aquí y ya antes tuve la oportunidad de aplaudir con respeto y cariño.
Alguna vez me senté en sus mecedoras y también bebí de su café. Lo importante, Virtudes, es que usted sigue con nosotros. Abrazos.