El asomo de una nueva conflagración mundial se notaba con el avance del decenio de 1930, lo que despertaba la preocupación del imperio norteamericano. Estas señales obedecían a que, como resultado de la Gran Depresión de 1929, el totalitarismo tomaba nuevos bríos en Alemania, conducido por Adolfo Hitler; en Italia, bajo la batuta de Benito Mussolini; y en Japón, con el emperador Hirohito. El vigor de este bloque también crecía con la debilidad que afectaba a Francia e Inglaterra, protegidos por Estados Unidos en la defensa de la democracia, y con el estímulo del impacto provocado por el probable debut del general Francisco Franco en sus filas. A esta situación se sumaba el sentimiento defensivo que para los Estados Unidos significaban los aprestos por la expansión de los primeros resultados ideológicos de la hoy desaparecida Unión Soviética.

El ambiente de guerra que se advertía en Europa cristalizó con la invasión de Polonia ordenada por Hitler en septiembre de 1939. Había estallado la Segunda Guerra Mundial y, para su participación, Roosevelt logró la aprobación de un presupuesto de guerra superior a los 21 mil millones de dólares. Pero, no bastaba la provisión de recursos para material bélico, había que convencer a la sociedad norteamericana, especialmente a los ultraconservadores, de los peligros de dicha guerra y de la pertinencia de su intervención. Con ese objetivo, en enero de 1941, Roosevelt presentó su discurso: Las Cuatro Libertades Humanas, probablemente la más impactante de sus disertaciones, y para muchos, su testamento político por sintetizar con maestría la política exterior y renunciar sin rodeos al aislacionismo histórico de su país. Se trataba de la defensa de la libertad de palabra y expresión, de la libertad para adorar a Dios, de la libertad contra la miseria y de la libertad frente al miedo (la guerra). El camino de estas cuatro libertades era la negación rotunda de la esencia del fascismo conquistador. Asumirlas con la defensa armada era impostergable para evitar que los recursos y la población de Europa, Asia, África y Australia quedaran fuera de control. Dolorosamente, los hechos catastróficos de Hiroshima y Nagasaki resultaron de esa determinación.